Los torneos internacionales de fútbol por los puntos dejan en evidencia lo peor de la argentinidad. Hay miles de frases que nos caen justas, pero una española nos parece apropiada: “A los argentinos hay que comprarlos por lo que valen, no por lo que ellos creen que valen”. Y es un poco así. Si en muchos aspectos de la vida nos creemos los mejores del mundo, ni que hablar de lo que ocurre cuando hablamos de fútbol y, más específicamente, de la Selección Nacional.
Todos los adversarios son horribles y les debemos ganar, dominarlos los 90 minutos, crear 200 situaciones de gol y no nos deben llegar nunca. Si algo de esto no ocurre, siempre llegan los peros. Y son peros que se acomodan de acuerdo a los vaivenes del resultado y no del juego.
Para usar una metáfora futbolística: algunos los hinchas corren el arco todo el tiempo. Se reclama ganar, pero si se gana siempre se encontrará alguna razón para no estar conforme. Si se empata después de remontar un partido, nadie destaca la entereza del equipo por haber llegado a la igualdad sino que se prefiere poner el acento en por qué fuimos perdiendo en algún momento. Por el contrario, si nos empatan, somos unos boludos que no supimos sostener el triunfo. Y si perdemos, el entrenador es un idiota y a los jugadores hay que tirarlos a la basura.
Así de simple es el razonamiento. Muy pocos se detienen a analizar el juego, las razones, lo ocurrido, los por qué, las cuestiones tácticas o los errores y aciertos. Todo se reduce a un bolillero: ganar, perder o empatar. Y a partir de ahí, construir el discurso.
Esto que narramos ocurre, para variar, con la Selección de Martino.
El análisis es simple y sin bemoles: empató con Paraguay 2-2 después de ir ganando 2-0, ergo fue un desastre porque no supo sostener el resultado. No pudo cerrar un partido que estaba servido en bandeja.
A nadie le importa que el equipo haya jugado muy buenos 60 primeros minutos, su eficacia en el primer tiempo, que haya dejado en evidencia la pobreza del planteo inicial de Ramón Díaz, una que otra buena actuación (Garay, Banega, Pastore y Agüero según mi criterio) y el muy buen rendimiento de Messi.
Tampoco interesa demasiado escuchar las explicaciones del entrenador sobre por qué puso a Tevez y a Higuain por Pastore y Agüero, más allá de que uno pueda no estar de acuerdo con los cambios, como es el caso de quien escribe esta columna.
Martino leyó acertadamente que el partido estaba quebrado y apostó a que las individualidades argentinas (Messi, Tevez, Di María e Higuain) fueran más efectivas que los cuatro delanteros paraguayos. ¿Alguien se lo puede cuestionar? Salió mal, es cierto. ¿Y? Eligió ir al golpe por golpe. Prefirió, como dijo en la rueda de prensa, ganar 6-3 ó 5-3 en lugar de tratar de cerrar el 2-1, que por otra parte es una falacia ya que nada ni nadie puede garantizar la inmovilidad de un resultado por más cambios defensivos que se realicen. El que dice lo contrario es un mentiroso.
En mi caso no cuestiono a los jugadores que entraron pero sí sentí, en el momento, y no con el 2-2 ya puesto, que era preferible dejar a Pastore en la cancha y sacar a De María y que Agüero no estaba jugando un mal partido. El ingreso de Biglia por Banega tampoco me pareció apropiado, pero tampoco me puedo ser tan engreído de pensar que algo hubiera cambiado si se hubieran hecho las cosas de otra manera. Esto es fútbol y lo más interesante, además de ver los partidos, es charlar con los amigos de diferentes planteos y/o jugadores. Pero una cosa es hacerlo en un asado y otra muy diferente es tomar las decisiones en el momento, cuando se está jugando el partido, y cuando un error puede costar dos o tres puntos. No es mi caso. Sí es el de Martino. Y por eso lo respeto.
El gataflorismo, sin embargo, no se detuvo con el empate ante Paraguay. También se extendió al 1-0 sobre Uruguay. En este caso, los amantes del bolillero, ya no estuvieron conformes con el triunfo. A la cosecha de los tres puntos, ahora se le sumó la discusión sobre el juego. Dice que Uruguay nos llegó mucho, que el equipo no sabe sostener un resultado (pero, ¿cómo?, si ganó), que Uruguay es un equipo de muertos y ahora preanuncian que Brasil o Chile nos van a ganar porque tienen delanteros rápidos, dando por descontado que Cavani, Rolan y Lodeiro son carretas.
No importó que el equipo argentino tuviera el dominio del juego durante 75 de los 90 minutos (15 más que contra Paraguay) y que no haya entrado en la locura del partido anterior cuando los uruguayos se decidieron a atacar. Tampoco se valora, como se le había pedido antes a Martino, que haya hecho cambios para tratar de sostener el resultado con menos vértigo y más control de la pelota en la mitad de la cancha. Ya escuche a varios decir que, ante Paraguay, Martino fue un salame; y ahora, contra Uruguay, los mismos, dicen que un cagón.
A mí me gustaría discutir que al equipo le están llegando mucho por arriba (Uruguay le cabeceó varias veces en el área) lo que merecería cuatro ajustes: que Romero anticipe la jugada y vaya a buscar los centros fuera del área aprovechando su altura, que los centrales no pierdan de vista a los delanteros cegados por la pelota, que los marcadores de punta y volantes externos achiquen los espacios para que no se llegue con tanta facilidad a la zona de centro y, básicamente, tal vez lo más fácil, que no se comentan tantas infracciones cerca del área, especialmente sobre los costados.
También sigo pensando que Mascherano sería mucho más útil como central en lugar de jugar como volante. Su manejo para salir hacia los costado ni se compara con lo rústico que son Garay y Otamendi. Y si la apuesta es cuidar la pelota, Mascherano sería una pieza importante en ese primer toque, en esa primera salida limpia. Biglia podría jugar de Mascherano en la mitad y Banega, Gago o Pereyra podría ocupar el otro lugar en el mediocampo. Hay otras variantes, pero prefiero quedarme con estas posibilidades.
Con todo esto quiero decir que Argentina no es un equipazo ni mucho menos. Me gusta el concepto pero por ahora no hay una realización ni siquiera cercana a lo ideal. Pero los equipos se arman en la competencia. En un Mundial un equipo puede cambiar mucho desde el primer partido al séptimo (si es que alcanza a jugarlos, claro). Y en este caso esperamos que ocurra algo parecido en los seis juegos que, en teoría, Argentina debería jugar si, como es lógico, llegara a la final.
No me desespero. Creo que Martino es un muy buen entrenador y me gusta el fútbol que defiende. Pero al mismo tiempo admito que hay errores. Y cuando los evalúo siempre tengo en cuenta que este es un juego de a dos. Que el rival también propone, que no es fácil hacer simplemente lo que uno quiere.
Para cerrar, otra idea. No me resigno al otro mal argentino, el de la división permanente. Entiendo que toda nuestra historia se construyó en base a dicotomías: Moreno vs. Saavedra, Rivadavia vs. Dorrego, Rosas vs. Urquiza, Unitarios vs. Federales, Radicales vs. Conservadores, Peronistas vs. Antiperonista, Golpistas vs. Demócratas, Estatistas vs. Liberales, Menemistas vs. Antimenemistas, Kirchneristas vs. Antikirchneristas y en el fútbol, Menottistas vs. Bilardistas o Bielsistas vs. Bianchistas o Mourinhistas vs. Guardiolistas. Ya estoy podrido de eso. Prefiero a la gente que piensa y no a aquella que se encarga de etiquetar al otro para destruirlo o de abolir una discusión de ideas con la descalificación personal.
Uno puede tener un gusto futbolístico o una idea política y no por eso merece ser arrojado al infierno. Dentro de la ley y el respeto, todo. Por fuera, nada. Nunca se olviden, además, que aquel que insulta o provoca, también se está calificando a sí mismo.