Hay un formidable ensayo de Susan Sontag titulado “La imaginación pornográfica”, capítulo del libro Estilos radicales, de 1969, que recomiendo vivamente a nuestros ávidos lectores. Allí, la autora señala la falta de progresión, la falta de historia, como el gran déficit narrativo de la pornografía. No hay enigma, no hay desarrollo, todo termina del mismo modo. Un mecanismo que, al cabo de un par de coitos, se torna reiterativo y aburrido.
Aunque sin sesgo sexual alguno, la lista que finalmente entregó Sabella con los jugadores que viajarán a Brasil fue vendida como un gran interrogante que nos tenía en ascuas, cuando en realidad era un detalle formal que, a lo sumo, nos revelaría qué tan incondicional es el técnico de la Selección con sus antiguos dirigidos de Estudiantes. Una porno futbolera, con un final en cualquier caso insulso, que sin embargo tuvo a muchos periodistas especulando en forma febril como si se tratara de ponerle fecha y hora al desembarco en Normandía.
Por fin Sabella entregó los nombres: Otamendi, Sosa y Banega se quedan afuera, así que nada para protestar. Se podría cuestionar acaso la insistencia de con los tres arqueros (si se mantuviera esa proporción, tendría que haber doce defensores y no siete), cantidad completamente innecesaria y restrictiva. Pues en lugar de llevar a Andújar para cebar mate, se podría haber destinado esa vacante para el hábil Banega. Pero ese número más acorde a otros tiempos responde a las exigencias de FIFA y no a la voluntad del entrenador.
La lista sólo pule el lote de futbolistas de segundo orden. Nada sustancial se modifica. Si bien entre los titulares hay apellidos que inspiran poca confianza como Rojo, jamás estuvieron en discusión. La defensa es inamovible, así que preparémonos para un Mundial con sobresaltos una vez que superemos la etapa de los canapés del Grupo F.
La inclusión de Demichelis, a quien de repente le condonaron todas las deudas debido a su performance en el fútbol inglés, no es más que un plan B, que para colmo no ha tenido tiempo de ensayo.
Algunos seguirán quejándose por la omisión de Tevez o la perspectiva de jugar con cinco defensores, diseño al que Sabella es afecto. Frente a esas objeciones fuertes, la permanencia de Ricardo Álvarez o Augusto Fernández es una materia nimia.
Sospecho que el público quiere ver a los cuatro superhéroes. Ellos son la cifra de la esperanza, de la excitación argentina en vísperas de un torneo que la publicidad machacona, asfixiante, se empecina en hacernos odiar.
Un número importante de periodistas melancólicos (por caso, la mesa que preside Gustavo López los domingos por la noche en América) insiste con cercenar nuestra principal fortaleza en nombre de una indescifrable racionalidad. Para ellos, escupir al cielo es señal de inteligencia, búsqueda de equilibrio. Entienden que sacar a los buenos, a los que meten goles, y sustituirlos por futbolistas regulares pero que frecuentan la zona defensiva nos libra de la incertidumbres. Y lo recomiendan para enfrentar a los rivales difíciles. En otras palabras, el talento es ornamental, destinado a los encuentros sin riesgo.
La identidad del equipo de Sabella, es decir el libreto escrito para Messi, tiene que ver con el vértigo extremo. La irrupción mortífera del contraataque. Puede gustar o no, pero esa es el arma. La mesura y la lógica conservadora sólo amansarán la fiera. El alma del equipo es una lista de cuatro nombres. Los demás tratan de acomodarse a ese ritmo.