¿Fracaso o decepción? Da lo mismo. Según el diccionario…
Fracaso: resultado adverso de una empresa o negocio.
Decepción: pesar causado por un desengaño.
Un poco de cada cosa le cabe a esta Selección. ¿Pero cómo? ¿Como qué? ¿Si los penales hubieran sido diferentes estaríamos escribiendo que Argentina se sacó un peso de encima? Probablemente. Porque eso sería real. La verdadera cuestión, lo importante en serio, es cómo, por qué pasa lo que pasa. O por qué pasó lo que pasó en la final de una Copa América tan berreta que tuvo un solo partido serio: el último. El partido que Argentina fue a ganar. El partido que Argentina tenía que ganar. El partido que Argentina estaba obligado a ganar.
¿Argentina estaba obligado a ganar? No. Partimos de una hipótesis incorrecta. Porque el resultado no se elige. Sí tenía una obligación Argentina: ser un equipo reconocible, confiable, con un juego acorde a sus futbolistas. Pero no sólo al talento de sus futbolistas sino al talento individual para hacer un gran funcionamiento colectivo. ¿Se vio eso durante el torneo? De a ratos. Aunque sólo contra rivales que están lejísimos de estar a la altura de Argentina. La Selección goleó a Panamá, a Bolivia, a Venezuela y a Estados Unidos. Posiblemente habría goleado a todos con un equipo C. O con un equipo H.
Sin embargo, en una nueva final, otra vez contra Chile, como hace un año, Argentina no estuvo a la altura. Y ahí empieza el fracaso. Porque el fracaso no es perder por penales. El fracaso fue futbolístico y psicológico.
El fracaso empezó en la conferencia de prensa de Martino el día anterior a la final. No importa el cómo, lo importante es ganar, algo así declaró el entrenador. Y luego aclaró: “No por mí, por los jugadores”. Pero para ganar, primero hay que jugar. Siempre. Eso de que las finales se ganan y no se juegan es una frase tan estúpida como los análisis previos de un partido de fútbol. O como la conferencia de prensa de los entrenadores. “No podemos perder otra final”, había dicho Martino. Sí, la Selección puede perder otra final. La Selección perdió otra final. Así que sí, se puede.
Lo que no se puede es confiar sólo en el talento. Ah, como tengo a los mejores jugadores del mundo, listo. Argentina podrá tener mejores futbolistas que Chile, pero en esta Copa América inventada y en la del año pasado, Chile demostró ser el equipo que Argentina no es. Y eso sí es fracaso. Más allá de lo que haya sucedido las dos veces en los penales.
Martino sacó a Di María (no lo tendría que haber puesto) para poner a Kranevitter. Pizzi sacó a Fuenzalida (un 8/4) para poner a Puch (un delantero). Más o menos a la misma altura del partido. Y a veces los cambios dicen mucho. Hablan de las intenciones de los entrenadores.
Sigamos con los ejemplos contundentes. Higuaín, Agüero y Messi, los tres delanteros argentinos. Tres monstruos del fútbol mundial. Con números que no se pueden creer. Los tres tuvieron una oportunidad soñada. Primero Higuaín, tras un error de Medel. Quedó mano a mano con Bravo. Es incomprobable, por supuesto, pero ante cualquier arquero del Calcio, con la camiseta del Napoli, esa situación era gol o gol. Pero con la camiseta de la Selección, y en una nueva final, la pelota se fue por centímetros. Después fue el turno de Agüero, igual que el Pipita, con sólo Bravo enfrente. Los hinchas del Manchester City, con el Kun en esa posición, ya habrían celebrado y gritado “yes”. Pero el tiro de Agüero se fue a la tribuna. El penal de Messi dice el resto. Dice todo: Argentina fracasó psicológicamente.
Y también futbolísticamente. Cuando los 90 minutos se extinguían, los dos equipos tuvieron una situación de gol. La de Chile fue colectiva: un jugador que la tiene, un compañero que le pasa por sorpresa, un pase y un centro atrás que no encontró conexión. En la réplica, fue la oportunidad de Argentina. La agarró Messi. Y no la soltó nunca hasta que pudo patear. Y así pateó. Como pudo. Equipo contra individualidades. Eso es fracasar y no perder por penales.
Tres finales seguidas que fueron al tiempo suplementario. Tres finales seguidas que terminaron 0 a 0. Tres finales seguidas, 360 minutos (4 partidos normales) sin que Argentina metiera un gol. Tres finales seguidas en donde el rival de la Selección mostró lo que quería hacer, cuál era su plan. Mientras que Argentina, como dijo Martino antes de esta final, pensó en ganar sin importarle el cómo. Si después de esos 120 minutos los perdedores hubieran sido Alemania o Chile, los periodistas alemanes o chilenos no deberían hablar de fracaso. O decepción. Pero en Argentina sí caben esas palabras. Porque lo único que hay son jugadores, justamente lo que más se necesita para no fracasar. Pero…