Hay una teoría dando vueltas, meneada sobre todo por entrenadores y periodistas con aires académicos, que pontifica que los partidos se ganan “en los detalles”.
El razonamiento es el siguiente: como todo está tan parejo, la única manera de sacar ventaja es aprovechar ese instante feliz (por lo general, una pelota detenida) que desatará el nudo insoluble de la paridad.
Así las cosas, tendremos que empezar a acostumbrarnos a equipos que, a partir de la lectura del equilibrio aristotélico que domina el fútbol, trabajan para una sola jugada. Que lo esperan todo de ese “detalle”.
El resto de la misión consiste en evitar que el adversario imponga su “detalle”, es decir se infiltre por un hueco insignificante en algún momento de distracción.
Para entenderlo más claramente no habría más que revisar los partidos de la Selección conducida por Sabella en el último Mundial a partir de los octavos de final.
La hipótesis se tornaría aceptable si diéramos por cierto que en cada partido existe una simetría perfecta entre los rivales. Lo cual resulta, en algunos casos, un diagnóstico tan errado como autodestructivo.
El ejemplo más reciente es el partido de San Lorenzo en Asunción. Bauza les hizo creer a sus futbolistas que se trataba, cómo no, de otro partido que sólo se destrabaría gracias a un fugaz “detalle”.
A punto tal que, cuando Matos metió el 1-0, todos se dieron por satisfechos y decretaron cerrada la historia. La minucia (una hermosa jugada colectiva) ya había sido exprimida y sólo quedaba celebrar la victoria.
Pero Nacional también usufructuó un “detalle” y los cálculos se desmoronaron. La fórmula de la módica inversión y las suculentas ganancias (algo así como el fútbol buitre) sirve para justificar la inacción o los temores. Pero como argumento de juego es un verdadero suicidio.
Atacar una vez por partido (para facturar un “detalle”) sólo habla de la fobia de algunos entrenadores. Jamás puede ser tomado como un viaje seguro hacia el éxito, como parece que nos quieren hacer creer.
Quien haya visto el partido jugado en Paraguay se habrá dado cuenta a los quince minutos, no más que eso, que San Lorenzo tenía todo para ganar (mejor equipo, espacios para pensar y elaborar, un par de rivales lesionados, posesión de pelota, Nacional resignado a la función de partenaire…), pero que apostó a la chance única en lugar de presionar como Dios manda para imponerse con holgura, algo que la trama del partido presentaba como muy factible.
El mismo dogmatismo es el que lleva a decir, con total impunidad y sin rastros de ironía, que San Lorenzo hizo un juego “casi perfecto”.