Hay un tipo de entrenador, cuyo exponente más elegante es Diego Simeone, que oscila entre la hipercinesia y la vocinglería. Relatar el partido (o, mejor dicho, predecirlo) a los gritos, a la vera del campo, es su manera insufrible de velar por la victoria.
Con su estilo gruñón, Bielsa también integra este linaje. El rosarino la pasa mal en la cancha: sufre, maldice, reta con furia a sus dirigidos. Aunque a veces cae en un pozo depresivo y entonces, sólo entonces, se llama a silencio. Y permanece sentado o en cuclillas, con la mirada perdida y el ceño arrugado hasta el siguiente ataque de ira.
Pero ninguno le hace sombra a un verdadero titán como Darío Franco, DT de Defensa y Justicia. No sólo pretende que sus jugadores obedezcan como taquígrafas cada vez que imparte una orden; además lo hace con un frenesí que abre serias dudas sobre su estabilidad emocional.
¿Cómo un hombre que ha sido futbolista supone que puede manejar los movimientos de sus dirigidos como si fueran trebejos? Y si tiene esa ridícula convicción, ¿por qué en lugar de gritar “pasásela a Cachito” no dice directamente “meté un gol de media cancha” o “jugá como Messi” que sería mucho más rentable?
Un día, el árbitro Fernando Echenique lo expulsó, seguramente porque estaba al borde de un ataque de nervios luego de una hora de escuchar el stand up de Franco. ¿Qué hizo el DT? Se fue a la tribuna en construcción del estadio de Florencio Varela, cuya parte inferior limita con el techo del banco de suplentes. Desde allí, como si fuera un intruso colado desde la terraza vecina, siguió tratando de digitar el partido, de cantarles a sus muchachos el momento exacto de hacer cada cosa. La imagen era perturbadora.
¿Cómo un hombre que ha sido futbolista supone que puede manejar los movimientos de sus dirigidos como si fueran trebejos? Y si tiene esa ridícula convicción, por qué en lugar de gritar “pasásela a Cachito” no dice directamente “meté un gol de media cancha” o “jugá como Messi” que sería mucho más rentable.
¿No se da cuenta Franco de que no se puede jugar con un entrenador que te derrite el cerebro con su cháchara, que te llena de ansiedad y nerviosismo, que no te deja pensar? Para colmo, ni cuando lo echan deja en paz al equipo. No sé cuán estimulantes pueden ser sus charlas técnicas en el vestuario o durante la semana. Pero los domingos, el entrenador de Defensa y Justicia es una incitación permanente al descontrol. Un pelotazo en contra. En lugar de absorber la presión y el dramatismo inútil, los contagia. Exactamente al revés de lo que tiene que hacer un líder.
Se ve que los clubes no hacen el test psicofísico que deben sortear los empleados antes de ingresar en una empresa. A Franco no habría psicólogo que le firmara el certificado de aptitud.