Carlitos Tevez le dio una entrevista a Alejandro Fantino que levantó polvareda. No dijo nada del otro mundo, pero, en plena campaña electoral, cualquier frase con mínimas resonancias políticas de parte de una celebrity –muy popular en este caso, para mayor rédito–, se transforma en una consigna sometida a explotación intensiva.
El jugador de Boca contó que, en su viaje a Formosa para disputar un partido de la Copa Argentina, lo asombró la desigualdad social flagrante. Por un lado, el hotel tipo Las Vegas en el que paró el plantel; por el otro, los changuitos “cagados de hambre”. Bienvenido al Tercer Mundo, Charlie.
Se sabe que Tevez tiene un pasado en Fuerte Apache, barrio de pibes chorros y muertes prematuras a manos de la policía. Y se sabe también, porque el propio interesado se ocupa de repetirlo, que todavía mantiene un vínculo con esa trama de familias pobres, remota en su biografía, pero de estable debilidad a pesar del paso de los años y de las políticas de inclusión.
Por lo tanto, tiene una licencia para pronunciarse sobre los necesitados y los marginales. Su experiencia lo autoriza, lo libera de sospechas. Y al mismo tiempo lo confirma como esos elegidos que, aun bendecidos por el éxito y la riquezas, no olvidan su historia, sus raíces.
Tal credibilidad también lo dispone mucho mejor para la propaganda electoral. Tevez debe prever que sus denuncias, por muy necesarias que él las juzgue, son valiosas piezas en el tablero político. Debe prever entonces que su sensibilidad social derivará en una campaña de Mauricio Macri y de Clarín, entre otros, apuntada a desacreditar al gobierno de Formosa y, por añadidura, a la presidenta y al candidato Daniel Scioli. Y que Scioli, aunque esta vez haya salido indirectamente magullado, contragolpeará mentando su amistad con el jugador, refrendada por infinidad de fotos donde sobresale el chichoneo y la obsecuencia.
Tevez arriesga su próspera serenidad con estas intervenciones. Se mete en un juego incómodo, lo cual habla de cierta valentía. O por lo menos de un compromiso ciudadano infrecuente en la burbuja narcotizada que habitan los futbolistas de elite. Del mismo modo, tiene que estar preparado para los usos políticos de sus dichos. No creo que Tevez piense que Macri y Scioli le chupan las medias porque aprecian su genuina amistad y gozan de su compañía. Es un hombre inteligente.
En el citado reportaje, el futbolista protestó, con candidez inverosímil, porque cada vez que quiere hacer una obra solidaria en un hospital del interior, los intendentes se quieren sacar una foto con él. “Yo no vengo a hacer política, yo lo hago de corazón”, aclaró.
Hay un modo muy sencillo mediante el cual la estrella puede combatir el usufructo de sus palabras y acciones: manifestando sus preferencias políticas. El destino de su voto, el plan de gobierno que le parece más apropiado para remediar esa desigualdad que lo rebela. Tendría que ser, en suma, más explícito que una foto. Si se confunde en abrazos con cuanto candidato se postula, es probable que lo malinterpreten.
La polifuncionalidad de Tevez –su indefinición– sugiere la idea del escenario político como un tinglado de gente famosa y con poder (una sucursal de la farándula), en el que la ideología es apenas un detalle para consumo de puristas. Allí, Tevez es un comodín de lujo. Le rinde hoy a Macri, mañana a Scioli, pasado a algún líder emergente con el que haya pasado una tarde de golf.
Si fuera más categórico en cuanto a su pertenencia política –al menos a la orientación de su búsqueda– tendría muchos menos candidatos a compartir el bombardeo de los flashes. Y menos pregoneros de sus inquietudes sociales. Tal vez él no lo quiera así. Y, en su calidad de jugador del pueblo, prefiera un vagón donde quepan todos.