(Nota publicada en el número 56 de la revista Un Caño, de febrero de 2013)

Cuando Julio Humberto Grondona proclamó su voluntad de irse de la AFA, la señal TN asoció la noticia a otra menos sorprendente: la denuncia de la revista France Football sobre el supuesto voto comprado a don Julio para consagrar a Qatar como sede del Mundial 2022. La información fue presentada de modo tal que las acusaciones de corrupción de la prensa francesa quedaron como el módico repaso de sus más de tres décadas al frente del fútbol argentino. El desdén ilustraba de manera lacónica la consideración que le tiene el grupo de comunicaciones más poderoso de la Argentina, ayer gran aliado y hermano del alma. Pero, sobre todo, describía el poder de Grondona.

El hombre no le ha temido a ningún enemigo (¿quién dijo que no se puede desplazar de un sopapo a Clarín del festín millonario de las transmisiones de fútbol?), así como no le ha hecho asco a ningún aliado con tal de permanecer en la cúspide. De cumplir la carrera que lo ha llevado, en vuelo placentero, desde la Comisión Directiva de Independiente hasta la mesa chica de la FIFA. De la mítica ferretería de Sarandí a las torres de Puerto Madero. Un verdadero self made man del arrabal que, sin embargo, no se ha guiado por la ambiciosa ética protestante, sino por una sencilla filosofía de la fugacidad: el todopasismo.

TODO UN ESTILO
Se ha dicho que su larguísima gestión se apoyó decisivamente en adhesiones pagas. Sabedor de que el toma y daca es el lenguaje ineludible de la política, don Julio no vacilaría en reconocer que aplicó el amiguismo, el acomodo, el nepotismo y otras arbitrariedades como cimientos de su administración. De esta manera, no sólo consiguió que sus colegas de los distintos clubes y las distintas épocas elogiaran en forma unánime su “inteligencia”, sino que todos se resignaran al unicato como la mejor fórmula de gobierno.

Si algo llama la atención del mandato de Grondona es que neutralizó cualquier atisbo de oposición sin hacer alharaca. Nunca tuvo un contrincante real (salvo la parodia protagonizada por Teodoro Nitti, que perdió 39 a 1 la votación), y tanto magnates de espaldas anchas a lo Daniel Vila como directivos petardistas tipo Raúl Gámez debieron envainar el sable y retirarse por alguna puerta discreta. Jóvenes y maduros, promesas políticas de gran porte como Mauricio Macri, próceres de la pelota como Passarella. Todos, a su debido tiempo, han agachado la cabeza ante don Julio. Han hecho su aporte a la muerte de la política.

Por lo tanto, imaginar la sucesión es un ejercicio vano. ¿Le interesará a Grondona gobernar desde el exilio y, por lo tanto, ungir un delfín? En ese caso, premiaría la subordinación o se inclinaría por la familia. Son los únicos valores políticos confiables. Lo demás es ingeniería inútil. Burocracia o cháchara. Grondona comprende mejor que nadie a Calígula, quien designó cónsul a su amado caballo Incitatus. Para don Julio eso no es locura ni exceso, sino una demostración palmaria de la soledad del poder, que reduce ciertas posibilidades al círculo íntimo. Ahora bien, ¿le creemos a Grondona cuando promete abandonar el trono y renunciar a un décimo mandato, con lo tentadores que son los números redondos? Hay quienes vaticinan un operativo clamor por parte de su séquito de alcahuetes. Otros se refieren a la incidencia del Mundial del año próximo: el trofeo máximo, luego de la larga sequía, invitaría a don Julio, que en septiembre cumplirá 82 años, a continuar.

ESA MUJER
Los que lo frecuentan hablan de un declive anímico notorio desde la muerte de su esposa. Se ha llamado a silencio, ya no lo seducen tanto los viajes, ni lo afectan los fracasos futbolísticos como el de los juveniles. El gladiador de las mil batallas se quebró. Su lado débil no era el bolsillo, sino el corazón. ¿Por qué no? Recuerden que el origen de la depresión de Tony Soprano fue la deserción de los patos que nadaban en su piscina. Podía sobrellevar en la conciencia asesinatos atroces, pero no estaba listo para el abandono de la bandada con la que se había encariñado.

Grondona ya nos había dado muestras de su fragilidad cuando Arsenal (club en cuya fundación participó, en 1957, y del que fue el primer presidente) salió campeón por única vez en su corta historia. No tuvo pudor en llorar el público. Décadas de gerenciar el negocio parecían no haber mellado la candidez infantil. En fin, el fútbol nos depara formas de sentimentalismo muy curiosas.

Ahora, el león herido no puede reponerse de la muerte de su esposa Nélida, ocurrida en junio de 2012. Incluso se quitó el añillo con el lema que rige su vida, “Todo pasa”. Algo así como “Todo me chupa un huevo”. ¿Renunció don Julio a aquel relativismo cínico por la muerte de su compañera? Además de presidenta de la Comisión Protocolar de Damas de la AFA, su esposa lo acompañaba en viajes de trabajo y probablemente le prestara la oreja y le habilitara opiniones sobre el resbaloso mundo del fútbol. Según la cultura de don Julio, los negocios y la familia son indistinguibles. Si se resiente una parte, la otra no funciona. O pierde sentido.

La separación entre público y privado es un berretín higiénico del profesionalismo moderno. No se trata de un hijo arrogante acomodado en el despacho de las Selecciones nacionales en contra de toda lógica y sin ningún mérito. Aquí se ha roto la sociedad (la cúpula de la corporación familiar) que justifica la expansión de los bienes personales, la importancia de un apellido y el itinerario a pulmón desde Avellaneda a Zurich “sin hablar una palabra de inglés”. Ya no hay equipo para el que salir a jugar.