Hasta ahora, de todo lo dicho sobre el fútbol queda aún por esclarecer la pieza fundamental, el objeto de la disputa: la pelota. El significado y función que ella juega en el contexto estructural del espectáculo puede ser encarado desde un punto de vista antropológico, psicosocial y sociológico. Estas disciplinas deben apoyarse en un detenido análisis del vínculo entre el sujeto y el balón.
La pelota adquiere un carácter fascinante ligado a la perfección de su recorrido y a la incertidumbre que provoca su caída, en contraste con la euforia producida por su ascenso. En última instancia, nuestros juegos son residuos de la existencia no lúdica (es decir, de no-juego) que se manifestó en una fase antigua de la cultura. En el juego se manifiestan viejas fantasías, más o menos latentes, y es por eso que constituye una descarga. El fútbol, por su particular estructura y por sus características primitivas, cumple plenamente con esta función.
Este deporte es también un ritual que congrega a espectadores y equipos en una ceremonia que tiene algo de magia y algo de catarsis.
Sólo desde hace pocos años, el fútbol ha llegado a comprenderse en su estructura interna y en su dimensión filosófica. Los investigadores que se ocuparon del tema —entre los cuales nos incluimos—, partiendo de diferentes enfoques, han llegado a configurar una teoría general que podríamos llamar psicoanalítica y estructuralista. Estos estudios conceden gran importancia a la pelota.
La investigación se desplazó entonces del público al jugador y de éste al objeto en disputa. El arco forma su encuadre: es allí donde se decide la acción y es al arquero a quien toca desplazarse con la exactitud, la velocidad y la elegancia de un primer bailarín. Sin embargo, él resulta ser el personaje más vulnerable a la presión de ciertos hinchas, quienes se encargan de aumentar su tensión arrojándolo a una incertidumbre en la que abandona toda estrategia y va perdiendo el dominio del espacio y del tiempo. En nuestro país, tiene particular vigencia esa táctica destructiva que lleva a los arqueros a tal estado de inseguridad.(1)
Desde otro punto de vista, es importante profundizar en esa fascinación que la pelota ejerce sobre cualquier sujeto y a cualquier edad, particularmente en aquellos que han jugado al fútbol, que sienten compulsivamente la necesidad de intervenir en situaciones fortuitas. La persona mayor, a cuyos pies llega la pelota que unos chicos mueven sobre una vereda, siente irresistiblemente la necesidad de devolverla. Tiene la noción de haber realizado una tarea útil y hasta un oscuro y gastado sentimiento de pertenencia a un club de su juventud. Pocas veces se ve reaccionar con resentimiento frente a la molestia que puede causar la cercanía de esa pelota anónima y, si el pase ha sido bien dirigido, él espera de su público inmediato esa aprobación que lo llena de placer, y que junto a la descarga lograda en el shot logra una transformación transitoria de la imagen de sí mismo que lo hace sentirse ágil, encendiendo las fantasías de retomar sus antiguas actividades deportivas.
En el campo de juego, la pelota es la que configura el espacio en el que se desarrolla la acción. Ella sitúa a los jugadores, los agrupa y los dispersa, es el motivo de esa estrategia que tiene como objeto ubicarla dentro del arco contrario. La pelota se convierte en algo a la vez deseado y temido, cuya posesión es un privilegio y su pérdida un imperdonable fracaso. Si el fútbol es una forma de la comunicación, la pelota es el contenido de un mensaje. Es también el líder que moviliza a veintidós jugadores sobre una cancha y atrae durante más de una hora las miradas y los pensamientos de miles de espectadores.
No es casual el liderazgo de la pelota. Su forma esférica la vincula con uno de los más antiguos símbolos que maneja la humanidad a través de filósofos como Parménides o de poetas como Rilke. La esfera significa la forma perfecta, la coincidencia del uno y del todo, es la imagen del infinito. Desde los más remotos tiempos, los hombres juegan con formas esféricas, juegos brutales, primitivos, como si quisieran familiarizarse con ese objeto casi sagrado en esas misteriosas síntesis entre la guerra y la fiesta.
(1)El autor se refiere elípticamente a Amadeo Carrizo.
Copyright Primera Plana, 1966.