Murió Julio Humberto Grondona. Tenía 82 años. Lejos de entrar en un espíritu festivo, queremos dejar en claro que no vamos a exaltar su figura y su gestión en este momento de recuerdo. Fuimos, desde nuestro humilde lugar, opositores de su mandato personalista. Durante sus años en la presidencia de AFA nos caímos mutuamente antipáticos. Hoy no está pero nuestra opinión no cambia. No bailamos en la tumba de nadie, pero tampoco nos gusta que la muerte martirice.
No vamos a obviar que condujo a la asociación de fútbol durante el período que terminó en un título y dos finales del Mundial. Tampoco que bajo su mandato los clubes se pauperizaron, crecieron exponencialmente la violencia y las muertes en los estadios, o que los escándalos –como la reventa de entradas para Brasil 2014- lo persiguieron casi literalmente hasta el último día de su vida.
Sí podemos decir, a riesgo de ofender a quienes se apegan a un personaje tras su fallecimiento, que el andamiaje político absolutamente vertical que supo armar para manejar su poder es un legado que será difícil de ordenar. Porque Grondona se lleva explicaciones, y favores, contrafavores y decisiones que ponen en juego la estructura general del fútbol argentino, como el misterio de idear un torneo con treinta equipos en Primera División o barras bravas o el sistema AFA Plus sin instrumentar o lo que cada uno quiera atribuir a su gestión.
Su vida fue su vida y éste es su legado.
Es curioso, un hombre tan enamorado del poder no llegó a tener nunca la oportunidad de renunciar. Tampoco de acomodar los papeles de sus segundos para organizar una transición ordenada a su gusto. Quizá porque se sentía imperecedero, extraña noción para alguien que construyó su identidad política alrededor de un anillo salomónico con la sentencia “Todo Pasa”.
Pero pasó sin que él ideara un plan para el futuro posterior a su reinado. No hay sucesor ni siquiera entre sus favoritos. No hay puestos significativos a llenar ni funciones relevantes, porque el poder estaba concentrado en su figura omnipotente. No hay elecciones donde se pueda elegir, seriamente, desde hace muchísimos años. Ni perspectiva de que eso pueda surgir en el corto plazo. Y aunque su hijo permanece en la estructura de los seleccionados, parece heredar sólo su apellido, y no su pericia para manejar las delicadas aristas de la dirigencia.
No hay sucesor ni siquiera entre sus favoritos. No hay puestos significativos a llenar ni funciones relevantes, porque el poder estaba concentrado en su figura omnipotente. No hay elecciones donde se pueda elegir, seriamente, desde hace muchísimos años. Ni perspectiva de que eso pueda surgir en el corto plazo. Y aunque su hijo permanece en la estructura de los seleccionados, parece heredar sólo su apellido.
En algún momento, hace unos años, se especuló con su salida. Muchos de los futboleros que nacieron a partir de los ’80 no conocen ningún otro apellido ligado a esa institución. Sólo Grondona, en los últimos 35 años. Había anunciado que llegaría hasta 2015. El destino, o lo que fuera, le cortó esa posibilidad para dejar un ciclo cerrado tras el Mundial, e incluso -aunque sin confirmación oficial- tras la salida del último DT que eligió para la Selección.
¿Qué puede pasar ahora? Es tan inédito arrancar un proceso alrededor de Argentina sin su opinión que la pregunta resulta difícil de responder. Puede aparecer una figura entre los hombres que lo secundaron en vida, para mantener más o menos vigente el entramado que durante décadas supo entretejer.
O puede gestarse una revolución, de cualquier tipo: que aparezca un líder carismático que llene su lugar y decida en contrario a lo que vino decidiendo el hasta ahora jefe, que se levanten las manos con opiniones propias sin temor a represalias económicas o políticas, que desde una estructura general se organicen entrenadores para asumir el desafío de un proyecto a largo plazo en el fútbol argentino. Cualquier cosa.
Se habla de suspender la fecha del fútbol como homenaje a un dirigente que dedicó más de la mitad de su vida al deporte. Sería, de suceder, una medida que graficaría bastante bien las prioridades de los dirigentes en un país en el que la pelota siguió girando cada vez que asesinaron a un hincha.