El reciente escándalo de corrupción en la FIFA no parece uno más. Parece el definitivo. El necesario. Podríamos desear, con un poco de inocencia: el último. Pero también es una oportunidad.
Los números multimillonarios que aparecen en la denuncia de una fiscal estadounidense como posibles coimas a directivos de todo el mundo terminan de sacudir la ya escasa credibilidad institucional de una Federación que siempre supo protegerse en base a sanciones internas y a prebendas oportunas. Durante décadas, Blatter-Grondona-Havelange-Warner-Leoz (y súmenle el nombre que les guste) silenciaron a los disidentes y ejercieron la compraventa de favores y sedes de campeonatos.
Los empresarios, a la orden del día, eligieron repartir con los hombres del poder. Adidas, Coca Cola, McDonalds, Budweiser y un larguísimo número de etcéteras prefirieron hacerse los idiotas y poner los billetes abajo de la mesa antes de plantarse en una denuncia.
Ahora salta todo por los aires. ¿Puede haber llegado el punto final? La respuesta, por supuesto, es no, siempre y cuando no exista una alternativa para canalizar el negocio increíble que -una y otra vez- demuestra ser el fútbol. Para decirlo en criollo: habría que reemplazar a la FIFA por otra cosa. Y no solamente los hombres que la componen. Para cortar de cuajo con la peste habría que suplir al organismo.
Ahora, entonces, una idea. ¿Qué tal si los futbolistas de cada país se juntan para conformar una asociación? ¿Y qué tal si vamos más lejos todavía, y pedimos a los verdaderos protagonistas que se pongan de acuerdo a nivel internacional y armen una federación propia, que los represente al mismo tiempo que depende de ellos?
Posiblemente esto sea una utopía, un par de líneas tiradas al vacío de la imposibilidad política, pero ¿no sería posible que los responsables últimos de los destinos del fútbol sean los muchachos que día a día juegan al fútbol en todo el mundo? Y no hablamos de ex jugadores, o de esos hombres que lucran con su nombre por haber estado en la cancha con pantalón corto (buenos días, Platini. Hola Pelé). Hablamos, más bien, de jugadores en actividad. Muchachos que todavía tienen que enfrentar el día a día de los entrenamientos y la cancha. Los que al patear una pelota generan el negocio.
Sería ideal: plantear su propio calendario, sus propias Eliminatorias y su propio modelo de campeonato Mundial. Jugarlo en la sede que ellos decidan. Cuando ellos decidan. Como ellos decidan.
La democracia representativa de socios eligiendo dirigentes de clubes que componen las asociaciones nacionales, que a su vez eligen a los muñecos que votan por ellos en las confederaciones continentales ha demostrado ser obsoleto. Entreguemos entonces el poder a los trabajadores.
En un momento de crisis para la AFA, cuando en Brasil viven una situación crítica y en España se pelean los jugadores con la federación local por el reparto de dinero de la televisión, tras el papelón de Conmebol con el fallo a Boca por la Libertadores… ¿qué mejor que pensar en la autogestión? Evidentemente la plata que se reparte no es la adecuada si andan sobrando tantos millones de dólares para coimas. Ni tampoco faltan arcas abultadas para contratar gestores y administradores de mayor calidad.
Ahora, entonces, una idea. ¿Qué tal si los futbolistas de cada país se juntan para conformar una asociación? ¿Y qué tal si vamos más lejos todavía, y pedimos a los verdaderos protagonistas que se pongan de acuerdo a nivel internacional y armen una federación propia, que los represente al mismo tiempo que depende de ellos?
El escándalo institucional de FIFA sumado a la poca legitimidad de la elección de los anfitriones para los próximos dos Mundiales otorgan un espacio único para comenzar de nuevo, desde arriba hacia abajo. Dejemos, entonces, a ese elefante vetusto como una cáscara vacía. Sin seleccionados que representar. Sin jugadores para participar en los encuentros que ya vendió. Que Rusia 2018 y Qatar 2022 lo jueguen Blatter y sus amigos, si tienen ganas.
No es una tarea fácil, porque las Asociaciones de cada país (AFA, CBF, AUF, etcétera en Sudamérica) son parte fundamental de esa estructura podrida. Pero es posible, si hay voluntad de construcción.
Puede parecer que no, pero los futbolistas son un colectivo abarcable que arranca en las divisiones menores del país más débil y termina en los súperprofesionales de Selección de las ligas más importantes del mundo. De todos ellos depende que podamos contar con un fútbol más transparente, que los tenga a todos ellos como centro, para que pueda volver a ser lúdico. Si los laburantes se organizan, tomará conciencia de que su influencia conjunta es muchísimo más grande que la de cualquier directivo.
En todo caso, si los empresarios quieren pagar por los derechos de venta, promoción y televisación de un torneo, que lidien de primera mano con los involucrados. Y si vale la pena pagar de más, que ese sobrante al menos caiga en manos de los futbolistas, que son la parte fundamental del show.
¿No se puede romper con la FIFA? Muy bien, entonces que en FIFA abran un lugar importante para la representación de jugadores. Que ellos como conjunto tengan un voto fuerte, un voto que vale los de varias federaciones. Un voto independiente de los dirigentes. Un voto con derecho a veto, quizá, que no los obligue a jugar un Mundial en un emirato asiático en invierno, dentro de ocho años, por la codicia de otros.
Podríamos llegar a envalentonarnos en ésta, incluso, si no recordáramos todavía los elogios que le prodigaron en el último Mundial las estrellas de la selección Argentina a un Julio Grondona que se ríe de nosotros desde abajo mientras una fiscal desacatada lo acusa de desfalco.
Y sí. Sí, sí, sí. Ya sabemos. Nada de esto va a pasar. Pero alguien tenía que pedirlo.