No somos de aquellos que nos rasgamos las ropas por el despido de un entrenador de fútbol. Sostenemos que los técnicos cobran fortunas para obtener resultados positivos y para potenciar el capital del club (hacer que los jugadores jueguen lo mejor posible). Y por lo tanto, si no ganan y no hacen que el equipo se convierta en algo agradable a los ojos, deben pagar el precio con su salida. Porque las urgencias del fútbol no son mentira y muchas veces uno sabe perfectamente cuando un entrenador ya no cuenta con el respaldo necesario, ni de los dirigentes ni del plantel, para sacar adelante una situación complicada.
El caso de Arruabarrena se inscribe en lo que hablábamos. Lamentablemente se fue del club exactamente igual de cómo llegó: el presidente Angelici, es decir un niño rico que tiene tristeza, lo echó por teléfono después de más de un año y medio de contrato, de dos títulos (Torneo argentino y Copa Argentina) y de deberle, ni más ni menos, que su reelección a la presidencia de Boca.
Decimos que se fue exactamente como llegó porque Arruabarrena ya tenía todo arreglado antes de que lo echaran a Bianchi y porque ahora, Barros Schelotto, ya tiene todo conversado antes de que se anuncie su contratación. Angelici, es decir el operador de Macri en la Justicia y tal vez el segundo hombre más poderoso políticamente en la Argentina, nunca da puntada sin hilo. Siempre pisa sobre seguro.
El gran problema de Angelici es que desde hace cuatro años está buscando la fórmula mágica para cumplir con su absurda promesa de campaña: “Vamos a volver a Japón”. Como si ganar la Copa Libertadores fuera una cuestión vinculada sólo a la voluntad, el hombre no se puede bancar que las cosas no sucedan como él quiere. Y no sólo eso: encima el que fue a Japón fue River. Y Angelici jamás le perdonó ni le perdonará a Arruabarrena que eso haya sucedido.
¿Los rencores de Angelici están vinculados a que es demasiado hincha de Boca y que por eso no puede digerir las derrotas deportivas, y mucho menos ante River? No. Poco tiene que ver si es más o menos simpatizante de Boca. De hecho, las malas lenguas dicen que el sábado festejó con mucha satisfacción el gol de Ramón Ábila ante San Lorenzo. El tema con Angelici es que, igual que su jefe político, gobierna con y para las encuestas. Y las encuestas dicen que para ser Jefe de Gobierno de la Ciudad necesita sí o sí igualar el palmarés de Macri. Obtener la Copa Libertadores, ir a Japón y ganar el Mundial de Clubes no sólo es una necesidad deportiva sino que además se transformó en el único trampolín político.
Angelici es un especialista en esto de pegar volatazos con los entrenadores y de aplicar golpes sorpresa. Echó a Falcioni después de ser campeón para traer a Bianchi y le fue mal. Despidió a Bianchi sin grandes consideraciones pese a que se trataba de un prócer del club y contrató a Arruabarrena, quien le sacó las papas del horno pero jamás estuvo a la altura de las circunstancias: el Vasco nunca pudo hacer jugar razonablemente bien a un equipo plagado de estrellas.
Otras movidas de riesgo de Angelici fueron las contrataciones fuera de las posibilidades económicas del mercado argentino. Cuando las cosas pintaban muy feas para su reelección, gastó una millonada de mangos para traer a Daniel Osvaldo primero y a Carlos Tevez después y sacó buenos réditos.
En teoría, ahora llega Guillermo. El objetivo del entrenador será ganar la Copa Libertadores. Porque Angelici lo necesita. Su carrera política está en juego.