¿Qué valoramos de la última Eurocopa? Que un equipo flojo, después de ser tercero en un grupo de cuatro, empatar con Islandia y Hungría, ganar un solo partido en 90 minutos, se quedara con el título en la final contra un local que había brillado bastante más y había dejado afuera al campeón del mundo. ¿Por qué lo destacamos, por qué prácticamente lo festejamos? Bueno, sobre todo para centrar las cámaras, las tapas de los diarios y la declaración de la obviedad en un tipo que casi no jugó en la final: Cristiano Ronaldo, campeón, decimos. Y se nos cae la baba ante la lectura, tan fácil y tan servida, tan universal y tan sonsamente inexplicada.
Como si hubiera jugado solo. Como si hubiera jugado. Más de noventa minutos en el banco y la necesidad de sacarse la camiseta en el festejo (¡¡¿¿¿por qué habrá quedado en cuero SI NI TRANSPIRÓ???!!), de acomodarse el elástico del calzoncillo mirando a la pantalla gigante, de asegurarse el centro de la escena, de tomar el trofeo con la cinta de capitán calzada y de no ceder el espacio central en la levantada a sus compañeros, gestores reales del último paso, hombres que le regalaron el triunfo que él en cancha no había podido conseguir. Porque CR7 no llevó a este equipo a la cima del continente, como deslizaron algunos. Fue chiripa, no consecuencia. Un zapatazo ajeno en el minuto mil. Yo me mi conmigo Ronaldo.
Y nosotros comiéndonos el verso.
Nos ganó el star system. Compramos la individualidad como norma de venta. Hablamos del que hizo el gol, un poco: el tapado que apareció. Pero nos quedamos, sobre todo, con el muchachito de la película. Hay actores de reparto, maquilladores, productores, directores, especialistas en efectos especiales, vestuaristas, guionistas, escenógrafos… y nosotros vamos a ver “la de Brad Pitt”. Porque se saca la camiseta, y tiene abdominales marcados. Y llora, pero lo hace mucho mejor de lo que lo había hecho George Clooney. Porque llora de triunfo.
En todos los rincones del planeta se mostró la misma foto. Cristiano con la Copa. Logró lo que no había podido Eusebio. Lo que no pudo Messi. Messi. Messi. La comparación desde el morbo. Cristiano es mejor. Temporada de ensueño. Ganó la Champions. Ganó la Euro. Messi perdió. Messi renunció. Cristiano es botín de oro, balón de oro, gallina de los huevos de oro. Messi evasor. Messi perdedor. Messi llora que da pena. Cristiano llora mucho mejor, porque llora de triunfo.
Habría que revisar un poco la historia del periodismo deportivo para ver cuándo se fue todo tan definitivamente a la mierda.
En todos los rincones del planeta se mostró la misma foto. Cristiano con la Copa. Logró lo que no había podido Eusebio. Lo que no pudo Messi. Messi. Messi. La comparación desde el morbo. Cristiano es mejor. Temporada de ensueño. Ganó la Champions. Ganó la Euro. Messi perdió. Messi renunció. Cristiano es botín de oro, balón de oro, gallina de los huevos de oro. Messi evasor. Messi perdedor. Messi llora que da pena.
Cuando dos periodistas piensan la misma foto, el mismo título, el mismo concepto, es porque ninguno de los dos está pensando.
Portugal, como equipo, nos regaló poquito, pero a lo mejor daba lo mismo. Fue ínfima la porción de medios que decidieron pararse a analizar el juego de este conjunto. Tampoco es que había gran cosa por mirar. Quizá algunas individualidades con nivel recuperado: el asqueroso de Pepe, Nani, Quaresma. Quizá algún valor novedoso: Renato Sánches. Quizá un DT con una historia simpática. A lo sumo la confirmación de aquello que decía Eduardo Galeano sobre el fútbol de fines del siglo pasado: un deporte frígido donde se exige ganar y se prohíbe gozar.
Cristiano, en cambio, nos deja una enseñanza. Ahora es un héroe. Y el periodismo no mira el pasado: ataca el presente. Hoy, es gloria. Incluso sin jugar. Un gol en contra habría significado el estigma. Pero ganó por la acción de otro, y se llevó el primer título de su carrera junto a su Selección. Tras perder como local la final de una Euro con Portugal. Tras caer en una semifinal mundialista en 2006. Tras recibir críticas por ser más en su club que en su conjunto nacional. Con 31 años.
Es exactamente la edad que tendrá Messi cuando sus compañeros jueguen en Rusia 2018.