Juan Sebastián Verón es el nuevo presidente de Estudiantes. Primera buena noticia: venció a Carlos Bilardo, candidato a vice de la lista oficialista. Pero al tratarse de un linaje compartido, tal derrota del doctor (¡qué oprobió para él salir segundo!) es sólo aparente. Ya adelantó el presidente electo que lo convocará para algo. No se sabe muy bien qué.
Lo importante es que la sagrada familia permanezca unida. Que el exitoso clan fundado por Osvaldo Zubeldía se consolide como un sinónimo de Estudiantes. Verón (hijo de Juan Ramón, el jugador más brillante de aquella generación tan renuente al fair play) es un sobrino putativo de Bilardo y un heredero de aquellas glorias. No hubo contradicción ni entredicho en estas elecciones, entonces. Estudiantes no abandona la tradición.
Sin embargo, en la figura de Juan Verón (la sonoridad del nombre tiene que haberlo inducido a la política, sin dudas) se proyecta una diferencia notable no sólo con la camada actual de dirigentes sino con la cultura de sus colegas futbolistas.
De aspecto cool, decir frontal y filoso, ligeramente fanfarrón, Verón encarna el sueño de todo jugador: la identificación fuerte con un club de la Argentina, una etapa civilizatoria y de pingüe cosecha en Europa y, de paso, la camiseta de la Selección en tres Mundiales.
Prestigio internacional, guita a montones y el reconocimiento en la patria, donde vino, vio y venció, como decía el emperador Julio César. Porque a la vuelta de su periplo por el Primer Mundo, a Verón todavía le quedaba ganar dos campeonatos y una Copa Libertadores y así retirarse como un héroe. Y no sólo como un entrenador dentro de la cancha, el charlista en que se convirtió durante los últimos partidos de su carrera.
Verón pensó que con todo ese equipaje podía hacer algo más que emplearse como director técnico, destino cantado de quienes cuelgan los botines. Sobre todo si avistan un conchabo seguro en el club de toda la vida. Verón pensó, como piensan pocos jugadores, en el poder que le ha conferido su fama, su talento deportivo, su pertenencia a una camiseta. Y se lanzó a la política, dispuesto a impulsar un plan de mayor alcance que el que les compete a entrenadores o asesor de distinto cargo. Verón, hacedor del fútbol, quiere conducir el fútbol. ¿Por qué habría de hacerlo un gerente de banco o un empresario textil y no precisamente un ex jugador?
Dirigente muy joven, Verón no se propuso la transición en el sillón de DT como, por ejemplo, Passarella o Babington, luego presidentes de River y Huracán, respectivamente, ambos con finales de mandato francamente tormentosos. Aquello fue una decantación. Verón, en cambio, se abocó sin digresiones a la carrera política. El setenta por ciento que obtuvo en los comicios -aunque los 8 mil electores son una baja cantidad- convierten su victoria en aplastante.
¿Qué dice Verón? No mucho. Que buscará para su club el equilibrio entre la organización europea y la dimensión social que es tradición en la Argentina. No suena mal. Pero dice además que la conducción de la AFA es una opción que, aunque lejana, no descarta de su horizonte.
La reivindicación que no logró Diego con su efímero sindicato, acaso la aborde Verón con otros medios y otro estilo. Y una construcción de poder más sólida y duradera.