Jorge Valdano es un hombre de negocios futbolísticos, ex entrenador, ex jugador y ex gerente deportivo del Real Madrid, que habla y escribe muy bien. Es una persona encantadora, un tipo de éxito que organiza charlas para empresarios sobre modelos de gestión y liderazgo y, cuando se desvincula del Real Madrid en distintas tareas gerenciales (según los vaivenes político-deportivos del que probablemente sea el club de fútbol más grande del mundo y de la historia, al que siempre retorna), trabaja de periodista y opinólogo.
En su función de opinólogo mediático se aferra a un discurso guitarrero que ya molesta, por perimido y por contradictorio. Afloran en esta faceta sus lealtades desmedidas y sus enconos personales, probablemente de un modo inconsciente, pero que dado su prestigio, terminan siendo funcionales a un núcleo duro del periodismo deportivo que le sigue dando al charango aunque éste carezca de cuerdas.
Así, tras el partido de Argentina con Nigeria, se despachó: “Nos alejamos del menottismo y así nos va. Uno ve un partido de Argentina y tiene la sensación de que le pegamos una patada a un hormiguero. Salen todos, corren, saltan, pelean. Eso se ha ido infiltrando. Incluido al aficionado, que pasó de gritar ‘¡ole-ole-ole!’ a gritar ‘¡huevo-huevo-huevo!’. Todo el mundo se siente autorizado a correr porque da la sensación de que así se aplaca la mala conciencia. Si uno corre y se deja la vida en lo que hace, ¿quién te puede reprochar nada? En otra época te reprochaban jugar mal. Ahora te reprochan no correr”.
Cuando recomendó la adquisición de Ángel Di María por parte del Real Madrid, ¿fue porque el Fideo representaba el fulbito chacarero de 1940 o, precisamente, porque se ajusta al perfil de jugadores que el Madrid demanda y que las inferiores argentinas producen para el mercado mundial? ¿Qué representó, en definitiva, Alfredo Di Stéfano, uno de los mejores cinco jugadores de todos los tiempos, y símbolo máximo del Madrid? Di Stéfano fue un anticipo del futuro: en una época en la que todavía se jugaba con posiciones fijas, un fútbol primitivo, Alfredo rompió los moldes moviéndose por toda la cancha, bajando a recuperar la pelota, corriendo como un jugador de estos tiempos hace 60 años y cubriendo todo el frente de ataque.
El posmenottismo sanatero olvida que una de las mayores virtudes de Menotti fue darle dinámica y velocidad al fulbito vago que se jugaba en la Argentina de comienzos de la década del 70. Pegarle a la Selección ahora es apuntar a Sabella, que ha demostrado ser ecléctico porque ecléctica es su formación.
Sabella no sólo fue jugador de Bilardo y luego técnico de Estudiantes de La Plata, también fue parte del cuerpo técnico de River y de la Selección con Passarella y Gallego, los mejores intérpretes del neomenottismo (en lo bueno y en lo malo). Y fue quien ordenó la Selección cuando parecía que iba a terminar en manos de Caruso Lombardi, luego de que en tres años hubieran desfilado Basile, Maradona y Batista.
El idealismo unilateral en el fútbol, que Valdano recuerda cuando opina y no cuando le toca ser dirigente, es una redomada pavada. Es negar que el contrario también juega y que modela las condiciones de un partido. Uno de los agujeros de la Selección no es que corra mucho sino que corre mal cuando pierde la pelota, pero esto también es parte de una elección y una decisión: correr riesgos en función de ataque. Algo que nos legó Marcelo Bielsa, el único técnico-ideólogo que opina con las manos y la conciencia absolutamente limpias. Correr riesgos en función de atacar es, según Bielsa, una metáfora de la vida. Es perseguir la utopía sabiendo que no se puede vencer al azar y que la inmensa mayoría fracasaremos, pero también es ser consciente de que sin la utopía se mueren los impulsos vitales y comienzan las claudicaciones.
Bielsa no dice ser la izquierda del fútbol, no es un idealista de tertulia, es un hombre de acción con grandes ideales que intenta llevar a la práctica lo que postula. No habla de la izquierda, la ejerce con una coherencia insobornable. Por eso, no habla con representantes de jugadores ni con las grandes corporaciones mediáticas. Por eso se fue de la Selección: porque se dio cuenta de que con Julio Grondona al frente de la AFA y de la FIFA no hay márgenes para la decencia y la coherencia.