Todo lo que ocurrió desde que renunció Gerardo Martino hasta que fue designado Edgardo Bauza al frente de la Selección Nacional se pareció bastante a una comedia de enredos. El normalizador Armando Pérez, durante una semana, se reunió, habló por teléfono o especuló con diferentes directores técnicos argentinos desperdigados por el mundo.
En las pocas apariciones públicas que tuvo, el normalizador dijo que estaba evaluando los proyectos y que, después de escucharlos, iba a decidir. Raro, ¿no? No por su disposición a escuchar, que nos parece acertada, sino porque si uno necesita un programador de sistemas, no es lo mismo escuchar a Bill Gates que a un pibe recién recibido en un curso de computación por correo. Si uno decide hacerlo es, básicamente, porque no tiene ni idea de lo que está buscando. O sea, y para ser claros: ¿es serio poner en igualdad de condiciones a Bielsa, Bauza, Russo, Ramón, Simeone, Gallardo, Almeyda, Berizzo, Pochettino, Coudet, Bianchi, Sampaoli o Caruso Lombadi?
Si uno busca un goleador y tuviera los recursos inagotables para contratarlo: ¿da igual tentar a Messi, Luis Suárez, Cristiano Ronaldo, Gigliotti, Sanz o Cauteruccio? Y si el responsable de esa elección lo hiciera: ¿acaso no nos cagaríamos de risa del abanico de posibilidades?
Esto desemboca en que los dirigentes del fútbol se llenan la boca con frases rimbombantes cuando en realidad lo único que hacen es cuidarse las espaldas (el culo) para que, en caso de fracasar, nadie les pueda reprochar la elección de un entrenador.
No hay dudas de que, de los disponibles y con ganas de asumir en la Selección, la opción de Bauza era la más razonable. Por pergaminos, por prestigio y porque reúne una condición que, para los argentinos, es vital: ganó dos Copas Libertadores por lo que, por carácter transitivo, todos suponen que tienen la receta mágica para ganar una final. Algo que le viene resultando esquivo a la Selección desde hace muchísimos años. Igual, aclaramos, el carácter transitivo no existe en el fútbol. Ya sabemos que es el único deporte en donde dos más dos, tranquilamente, puede sumar cinco.
La frase rimbombante a la que nos referimos es esa que escuchamos hasta el hartazgo y que tiene cero contenido: “queremos un proyecto serio”.
¿Qué es “un proyecto serio” en el fútbol argentino? Ganar a cualquier costo. Lo demás, para la inmensa mayoría, es papel pintado. Porque si no fuera así, las cosas hubieran sido de otra manera. Si efectivamente la Selección se hubiera nutrido de un proyecto serio, no hubiéramos saltado de Menotti a Bilardo, de Bilardo a Basile, de Basile a Passarella, de Passarella a Bielsa, de Bielsa a Pekerman, de Pekerman otra vez a Basile, de Basile a Maradona, de Maradona a Batista, de Batista a Sabella, de Sabella a Martino y de Martino a Bauza.
En estos apellidos, ¿alguien identifica un estilo de juego, una identidad, un concepto? Ni siquiera estamos poniendo por delante nuestro gusto futbolístico. Que lo tenemos pero no lo vamos a hacer pesar. Si el proyecto elegido apuntaba a un fútbol más práctico, más enfocado en la eficacia de obtener resultados positivos, la línea a seguir era la identificada con Bilardo. Si por el contrario se buscaba cierto valor agregado a esa voluntad ganadora, había que ir para el lado de los discípulos de Menotti. De hecho, ambos fueron campeones mundiales, por lo que la eficacia de sus propuestas, para los resultadistas y los no tanto, debería estar fuera de discusión.
Ahora bien, saltar de Menotti a Bilardo o de Basile a Sabella o de Martino a Bauza, poco tiene que ver con un concepto. Es ir hacia el sálvese quien pueda. Si ganamos, mucho mejor. Y si perdemos, que se joda el técnico de turno pero que sus restos no salpiquen al presidente o normalizador de AFA. ¿Proyecto serio? No jodamos… A esta altura pedimos que nos dejen de tomar el pelo.
Argentina sigue al frente de la clasificación FIFA. Es el equipo número 1 del ranking. Los jugadores y los entrenadores hicieron cuánto pudieron para que, todavía hoy, la Selección sostuviera ese lugar de privilegio.
Los dirigentes de AFA con Grondona a la cabeza (por tres décadas), seguido por Segura y la runfla de impresentables que lo respaldaron durante su gestión y que casi lo reeligen por cuatro años (recordemos el 38 a 38) y ahora los normalizadores de FIFA en el poder, hicieron poco y nada para que esto fuera así. Es más. Siempre patearon en contra. Y si no se llevaron puesto al equipo como lo hicieron con las finanzas de la AFA fue porque ese grupo de jugadores y entrenadores se supieron sobreponer y se fortalecieron para aguantar los trapos en medio del temporal.
Y miren ustedes que ingratos que podemos ser. A esos mismos jugadores y entrenadores se los tilda de fracasados porque llegaron a tres finales y perdieron una en el alargue y dos por penales en apenas tres años. Es cierto: no marcaron un solo gol en esas finales. Pero en medio del terremoto, al menos supieron poner la cara y ganaron o perdieron en la cancha. Fueron valientes aún en la derrota. No como los dirigentes, que son los grandes responsables de las frustraciones y que, en caso de perder, se seguirán escondiendo debajo de los escritorios para salvar sus cabezas y mantenerse en los cargos.
Ahora bien, el día que haya una vuelta olímpica, si es que alguna vez la hay, estarán primeros en la fila para sacarse la foto con la copa en las manos. Y ese día, se mostrarán orgullosos de haber sostenido un proyecto serio de trabajo.