Mi amigo Danilo, con el que juego al squash todos los jueves, me dice que ha visto en un calendario oficial de AFA que Arsenal y Colón se cruzarán cinco veces en el presente torneo.

Le respondo que se trata de su imaginación, pero él insiste. Es más, aduce que ya los vio jugar dos veces -en canchas distintas, eso sí-, aunque no recuerda el resultado de los partidos.

El caso es serio, y temo que requerirá intervención profesional. Pero no es el único. Cunde en estos días el llamado Síndrome de los 30, que se manifiesta de dos modos simultáneos: profundos ataques de tedio de consecuencias imprevisibles y la no identificación de equipos y partidos.

Por ejemplo: Danilo cree estar viendo Arsenal-Colón cuando en realidad los que se debaten en el campo son Crucero del Norte y Nueva Chicago o Temperley ante Defensa y Justicia.

Nadie confundiría el refulgente verde y amarillo del Halcón de Varela con el sobrio celeste de Arsenal, ni la combinación sandinista de la casaca de Colón con el naranja corporativo de los misioneros.

Pero como el tenor de los partidos tiene un indisimulable parentesco, mucha gente supone que vive en un eterno déjà vu, con las alteraciones psíquicas que esto acarrea.

Es uno de los efectos inesperados de este torneo transicional. Hasta aquí, sabíamos, entre otras cosas, que no profundiza el federalismo: el sur no existe, como suele decirse (Bahía Blanca es el destino más austral), el norte tampoco (con alguna plaza histórica y masiva como Tucumán ausente) y los clubes se concentran en la CABA, provincia de Buenos Aires y Santa Fe. Fuera de este circuito, sólo accedieron a la mesa grande Mendoza, San Juan, Córdoba y Misiones.

Formacion Crucero del Norte 2015También sabíamos que no mejora la economía ni la racionalidad económica de los clubes. Y que, a pesar de que Crucero del Norte es el único debutante absoluto en Primera (fue fundado en 2003 por los dueños de la empresa de transportes del mismo nombre), el nivel del juego, lejos de acrecer, se haría más pobretón.

Ahora, con el síndrome de reciente detección, se suma un nuevo perjuicio que nos lleva a una pregunta atronadora: ¡Para qué catzo inventaron semejante campeonato! Sí, ya sé, fue el último capricho de Grondona antes de abandonar la cancha. Con lo que estaríamos ante un despotismo post mortem. Y es tardísimo para chillar.

En lugar de observar una democrática apertura, donde ricos y clubes emergentes comparten una seductora competencia, corroboramos cada fin de semana un lote de partidos mediocres entre equipos indistinguibles.

Sus hinchas quizá están felices y sueñan con robarle un puntito a Boca. Muy respetable y tierno. Pero entre esas comprensibles aspiraciones de barrio y un campeonato interesante hay un océano.

Los quince partidos acomodados en cuatro días podrían producir el estrés de cualquier espectador ante una oferta que lo desborda y no podrá aprovechar íntegramente (según estudios específicos, es lo que les pasa a los lectores con el diario del domingo, cargado de suplementos de todos los temas que jamás llegarán siquiera a hojear). Pero no: a mí me parece que tanto fútbol inocula una indiferencia mortal. La indiferencia que provoca el palabrerío incesante, vacuo. Esa clase de abundancia.

Ah: mi amigo Danilo, a pesar de su mirada distorsionada, reconoce en Sarmiento de Junín a un equipo que, sin presupuesto, ni estrellas, ni un DT que imante las cámaras, ni banca política se las arregla muy bien para recortarse, personalísimo, en el paisaje monocromo. La soltura para enfrentar a cualquiera sin temor y una loable idea de juego, dice Danilo, hacen la diferencia.