Nos quedaremos, seguramente, con esa pelota del último partido en la que el arquero alemán Manuel Neuer se lleva por delante al Pipita Higuaín y lo calza de lleno con la pierna en la cabeza. No hay intención, porque busca la pelota, pero hay penal. Así, al menos, convenimos en una pequeña discusión que se llevó a cabo en la redacción de Un Caño. El réferi no lo cobró. Era la final del mundo. Y aun así, no es eso lo peor que deja el arbitraje de Brasil 2014.
Porque el mensaje que bajó desde FIFA hacia los muchachos de negro fue nefasto desde el arranque. Y no hablamos exactamente de ese penal escandaloso que el japonés Nishimura le regaló a Brasil en el partido inaugural, para salvarlo de un desarrollo incómodo contra Croacia. Hablamos de las normas que se tomaron para el chiquitaje, para las jugadas que son más cotidianas, ésas que en defintiva marcan el ritmo del partido.

Por ejemplo: cobrar foul en los contactos más estúpidos, siempre. Pero con la condición de que el jugador se caiga. Parece una interpretación del reglamento a rajatabla pero en realidad es una herramienta infalible para cortar el juego. Y cobrarle al que se cae, lo único que logra es que la gente se tire.

Lo que nos lleva al siguiente punto: ¿se habrán dado cuenta los dirigentes del desastre que generaron al no amonestar a los futbolistas que fingen caídas, que simulan infracciones dentro y fuera de las áreas? Robben, por supuesto, se llevó todas las cámaras por sus lanzamientos infinitos al vacío, pero otro rival de Argentina estuvo parejo con él en ese aspecto: Shaqiri. Si repasan la última jugada del duelo de octavos entre los de Sabella y los de Hitzfeld, verán al jugador de Bayern Múnich saltando descaradamente ante una barrida de Garay, para generar ese tiro libre que paralizó tantos corazones antes de ejecutarse.

Vale la pena hacer una aclaración acá. ¿Por qué razón no se tiraría en el área un delantero si es una acción que no tiene castigo, pero sí puede tener premio? Voy corriendo, me encima el lateral y me zambullo. Si tengo éxito en engañar al juez, me llevo una posibilidad clara de gol. Un penal, acaso. Y si no me cobra, me pide que me levante. Lo puedo hacer una y otra vez. Y otra vez. Y otra, y otra. Lo dicho: Robben.

El tema de las tarjetas, en general, fue un problema. Por ejemplo, contra cualquier noción sostenida por alguien que alguna vez haya pateado una pelota, se evitó sacar amarillas en los foules tácticos. ¿Quién pudo haber sido el gestor de ese desastre? ¿No se dan cuenta los popes de la FIFA de que es la peor manera de perjudicar al espectáculo, de lograr que disminuyan los goles? Es evidente que ante esa medida habrá menos oportunidades de encontrar a un equipo mal parado, porque los delanteros y volantes paran con falta una acción que puede parecer peligrosa desde su nacimiento. Y se rearman.

nishiPero además, la falta de tarjetas terminó desnaturalizando más de un partido. En este Mundial se raspó de lo lindo. A los jugadores de Colombia, por ejemplo, los de Brasil los cagaron a patadas. Fernandinho se cansó de achurar mediocampistas. En ese mismo partido Zúñiga le quebró una vértebra a Neymar sin ser expulsado. Argentina, contra Bélgica o Nigeria, fue tan áspero como su rival. En la final hizo lo suyo, también, mientras en Alemania un planchazo contra Zabaleta quedaba impune.

Básicamente, aunque cobraron las chiquitas y los empujones, faltó disciplina seria.

Las protestas entraron en esa misma tesitura. Y algo idéntico pasó con los jugadores que hacían tiempo. Nunca hubo castigo. Alguna advertencia, quizá, pero nunca castigo.

Hubo juegos en los que esto fue particularmente notorio. Una vez más, Argentina-Bélgica es un buen ejemplo. Eso sin contar en que los minutos de compensación parecían absolutamente arbitrarios, y rara vez compensaban efectivamente por la cantidad de tiempo perdido durante el período regular de 90 minutos. Con un agregado: si el árbitro agregaba un minuto y sucedía algo extraordinario durante ese tiempo adicional, la generalidad era no agregar más tiempo. El minuto podía consumirse con un jugador en el piso, y el árbitro terminaría el partido como si no hubiese sucedido nada. Como si ese minuto se hubiera recuperado efectivamente.

Un espanto. Y un espanto completo, en tanto encontraron la manera de muñequear un partido sin exponerse. De cobrar mal sin equivocarse en las graves, en las clave. Es mucho más doloroso un arbitraje así, como perder por paliza una pelea de boxeo en 12 rounds, en lugar de caer por KO en el primero.

Horacio Elizondo, que algo debe saber del poder de FIFA si dirigió una final del mundo, dio a entender en su columna de TyC Sports que los árbitros responden a una directriz clara, y que lo que sucede en el Mundial es tomado como ejemplo para el fútbol del mundo durante los siguientes cuatro años. Esperemos que se haya equivocado porque, si acertó, nos esperan cuatro años difíciles, en los que la patada, la simulación y la demora se pueden convertir en regla.