Se sabía que el choque con Haití no llegaría ni a la altura de un amistoso. Así fue: apenas un entrenamiento rentado. Una pequeña fiesta, sin mucha gracia, para despedir a la Selección. Y si la despedida no tuvo mucha gracia fue porque los futbolistas se lo tomaron como un trámite. Cero tensión. Si hay que hablar de fútbol, estaríamos en problemas, nos invadiría el pesimismo.
La Selección tuvo una virtud: la paciencia. Pero la excesiva paciencia en el fútbol se transforma en aburrimiento. Así que hasta que Sampaoli empezó a mover el banco, fue un partido para dormirse (la mejor muestra es que consiguió aplacar a un relator que no se da cuenta de que no hay que ponerle emoción a algo que no la tiene, salvo que considere a los espectadores un poco tontos). Antes, un poquito de Lo Celso para romper entrelíneas pero nunca un pase arriesgado, todo despacito, precavido, al pie del compañero. Nada de ese desorden en ataque que pretende el entrenador.
Curiosamente, al único que le importó el partido es el que más frustrado se fue: Gonzalo Higuaín. El Pipita necesita urgentemente reencontrarse con la red. ¿Y qué mejor que una defensa casi amateur como la de Haití? Pero ni así pudo. Tuvo dos. En ambas dejó en evidencia su frustración para los ojos de todos los espectadores: primero maldiciendo al cielo, después dándole una patada al palo. Fueron tan claros los gestos de Higuaín que la Bombonera le regaló una ovación para motivarlo. Pero el centrodelantero de la Selección (¿será el titular o Sampaoli será un buen psicológo?) no necesita mimos, necesita goles. Ya mismo. Quizás, la semana que viene, contra Israel, logra sacarse la mufa. Sería la mejor noticia. Para él y, sobre todo, para Argentina.
Encima, cuando lo reemplazó Agüero, no necesitó tocar ni tres pelotas antes de lograr su propio festejo. O también sirve el ejemplo de Messi, que metió tres sin hacer demasiado, dos de ellos casi parado en el lugar que podría haber estado Higuaín (en el primero hay un gran mérito en el centro del Pipita que, obvio, habría cambiado esa buena acción por un cuarto de gol propio).
¿Y Mascherano otra vez de volante central? ¿En qué quedamos, señor técnico? Probablemente, después de Messi, el hombre que juega en China fue el que más tocó la pelota. Mal asunto para la Selección. Si no llega Biglia, Sampaoli debería pensar en otra variante si es que pretende que su equipo tenga fluidez en el juego y pases que lastimen desde esa zona. Para que no tenga que retroceder Messi en todos los tiros y para que los centrales no se la pasen entre ellos porque no tienen a quién dársela. En fin, queda poco tiempo y mucho trabajo.