La primera media hora de la Selección fue lo mejor del torneo. Justo en el momento indicado, en los partidos de quedarse o irse. Y ese rato coincidió con el Higuaín que el equipo esperaba y necesitaba. Porque si el pase de Messi fue bueno, el Pipita lo hizo excelente con una brillante definición cruzada y de sobrepique.
A partir de ese 1 a 0, Argentina fue un equipo acorde a sus nombres. Quizás no tanto para jugar, pero sí para demostrar una autoridad imponente a través de una presión casi insoportable. Y Venezuela, decidido a tocar la pelota limpia, no pudo hacer más de dos pases. Porque enseguida apuraban al que tenía la pelota y también a los posibles receptores. De tanto comerle los pies al rival, llegó el segundo de Higuaín que, astuto, fue a buscar un pase corto al arquero y transformó la definición en un trámite. Un trámite también parecía el partido a esa altura.
Sin embargo, una lenta salida de Mascherano, que se durmió con la pelota, fue el punto de partida para que se trastocaran los papeles. Iban 35 minutos y desde ahí Venezuela empezó a pegarle tantas piñas a un equipo que si no se quedó knock out fue por su arquero. Romero salvó el descuento tres veces: ante un remate de Rondón (después de aquella siesta de Mascherano), con una gran reacción para mandar al córner un tiro que se desvió en el camino y con intuición para quedarse parado en el penal que picó Seijas. Y en esos diez minutos de agobio venezolano también hubo un cabezazo de Rondón al palo.
Tocado por tantas oportunidades perdidas, Argentina liquidó a la vuelta del descanso con una pared Messi-Gaitán-Messi y un número de goles históricos para el capitán. Pero vale la pena quedarse un poco con Gaitán. Tal vez por ser uno de los “nuevos”, juega con un compañerismo que no tiene Di María. Eso le da a la Selección más concepto, más juego colectivo. ¿Menos explosión? Puede ser. Pero para la explosión está Messi. Por supuesto: a veces abusa de su habilidad en vez de buscar un pase sencillo. Ahora, ¿quién le va a decir algo?