En las reuniones de redacción que se celebran en la discoteca The Oldest se me ha hecho fama de polemista compulsivo. Se me acusa de buscarroña y contreras, cuando no de buscarle la hipotenusa al teorema de la cucaracha, como diría Discépolo en la piel de Mordisquito. Palabras más, palabras menos, lo mismo que me dicen en casa. Cargos que rechazo de plano, pero que no me libran de solicitudes incómodas, como la de debatir con una nota publicada en Un Caño sobre la cobertura periodística supuestamente machista de los Juegos Olímpicos.
El artículo con el que mis colegas me piden que establezca un contrapunto (me dan permiso para ejercer un vicio, lo encuentran piadoso) fue tomado del portal Notas y está firmado por Analía Fernández Fuks. Es excelente y necesario. Jamás intentaría contradecir una opinión en defensa de una sociedad más democrática e igualitaria, donde caduque, entre otros abusos, la dominancia masculina. Sí me atrevo a formular algunos aportes personales:
-Abolir la dimensión sensual del cuerpo de los deportistas y las deportistas puede sonar más puritano que progresista. Una cosa es lanzar una mirada predadora (como si se evaluara un peceto en el mostrador de Coto) o de juicio distante, doctoral, desde el púlpito otorgado por el género (“Esta es una gordita, che”). Otro tema es convalidar la belleza como parte del asunto. Ese prodigio anatómico que logró conseguir la elite olímpica es indiscernible de su excepcionalidad. Los/las deportistas pulverizan cronómetros o se contorsionan como invertebrados porque son criaturas únicas, cuyo afinado instrumento de trabajo tiene, como cualquier cuerpo humano, connotaciones eróticas. ¿Tal condición desluce su performance deportiva? En absoluto. ¿Coloca a los/las atletas como objetos sexuales y, por lo tanto, como una mercancía? Ahí la cuestión se expande.
Extinguida la llama olímpica, los medios de comunicación prefieren hablar de Usain Bolt, nada menos, como de un mujeriego descarriado que plantó a su prometida en los umbrales mismos del registro civil. ¿Sus marcas históricas? ¿Su vigencia como el hombre más veloz del mundo? ¿Las verdaderas razones de su renombre? Venden menos que el escándalo, la sangre y el sexo. En esas coordenadas de traiciones conyugales, crímenes, tetas y culos también entran las estrellas del deporte. Cómo no. Mercancía selecta.
Siempre recuerdo el huracán de suspiros femeninos (y algunos masculinos) que desencadenaba José Meolans enfundado en la sunga? Las/los fans no tenían más contacto con la natación que la Pelopincho del verano. Pero era imposible sacarle un ojo sexualmente interesado a ese deslumbrante producto del entrenamiento deportivo ¿Era una mirada al peceto?
Del mismo modo, muchas damas sensibles a la apostura masculina pero indiferentes a los deportes se arriman cada cuatro años a la pantalla del televisor porque en esa terra incognita llamada fútbol se congregan los jugadores más hermosos el planeta. Los apolíneos italianos suelen aventajar al resto en las preferencias del jurado. ¿Tal admiración corre en desmedro de la valoración técnica de estos equipos? Los futbolistas, estrellas de amplio espectro e inductores de consumo, reclutan público de intereses variados. ¿Cómo se negarían posar de chongos?
Se escribió en estas páginas una modesta oda a Caterine Ibargüen. Omitir su belleza sería, antes que el criterio de un experto incontaminado, una torpeza que reduciría la importancia de la medallista colombiana. Claro que la belleza de Caterine reviste un carácter complejo. Se trata de sus piernas, de la gracia ensayada de sus desplazamientos, pero sobre todo de su sonrisa portentosa. De la suma imperceptible de las partes que conforman el aura impar de las figuras populares. Su cuerpo es magnético. Su rostro en plan de jolgorio corrido, seductor y entrañable.
En cualquier caso, la contemplación calenturienta de un cuerpo femenino deportivo marcaría todo un avance. La tradición viril (que suscriben en alta proporción las mujeres) indica que las chicas lindas, realmente lindas, es decir finas, jamás portan musculatura prominente, rasgo de machona o de algo peor. Juliana Awada, ponele, sería la cumbre de ese ideal de feminidad, dentro de cuyas fronteras estrictas la elegancia se cotiza mucho mejor que la sensualidad. Y ni que hablar de la masa muscular.
La nota de Notas consigna que, en la cobertura de los Juegos de Rio de Janeiro, el 11 por ciento de las referencias a mujeres enfocan el atractivo físico. La cantidad no parece excesiva. Habría que avanzar en los contenidos para determinar si se corrobora desvalorización machista. La alusión sexual en las exhibiciones de la alta competencia no resuena a priori ofensiva sino más bien inexorable.
Si hubiera, en efecto, un creciente baboseo masculino, consolémonos recordando que quizá el máximo emblema de los Juegos Olímpicos es Nadia Comaneci. Y que no es su voluptuosa silueta la que se evoca con reverencias (tenía escasos 14 años en Montreal 76, cuando consumó su proeza), sino la destreza sobrehumana que obligó al profesor Candial y al escribano Prato Murphy a calificarla con el diez redondo que hasta entonces habían retaceado.
-Una lectura desde la perspectiva de género debería encabezar el ranking de vituperio y violencia contra la mujer durante los Juegos Olímpicos con Dilma Rousseff. Ella no es garrochista ni jugadora de básquet pero, como presidenta elegida por 54 millones de brasileños, debería haber ofrecido la bienvenida a deportistas y visitantes. Debió ser también el orgulloso rostro de la capacidad política de la mujer. Un capital en riesgo en Sudamérica, según lo demuestra la horda que tomó por asalto el gobierno en Brasil y que prepara la farsa del impeachment. El usurpador Michel Temer urdió un gabinete monocromo de varones blancos, ricos y corruptos. El sexismo entraña aquí una hecatombe institucional, una regresión a las cavernas.
Podría pensarse en los Juegos Olímpicos como en los carnavales. Es decir, una especie de trip lisérgico que evapora la realidad. O por lo menos la suspende. Suprime por un rato diferencias de clase, iguala a opresores y oprimidos, justos y pecadores en esa fantasía colectiva que, según cierta literatura, obraría como una válvula de escape, una revolución simbólica que desactiva cualquier germen de revolución real. Quizá en ese limbo narcótico el caso Dilma no logró abandonar las bambalinas. El fondo oscuro de la fiesta.La pelota no se mancha, el podio no se chamusca: si hablamos de los Juegos y hablamos de mujeres maltratadas cuanto menos por el lenguaje, cómo no mentar a Dilma, esa mujer enorme arrojada a los leones por la casta del poder económico. Para más datos, todos machitos.