“Tito querido. Te juro que no quise complicarte la vida durante tanto tiempo. Francamente no podía ir a la Argentina justo por lo que vos me decís. Me encantan los churrascos y el vino, pero venía complicada con el colesterol y el médico que pidió que me cuidara. Ahora estoy mejor, así que anda prendiendo el fuego que descontrolamos”.
“Ya estoy llegando, David. Por fin nos vamos a ver mano a mano”.
“Ya podés sacarme del baúl, Chucho”.
“Nunca quise que te sintieras mal, Luli. Me encanta cuando me decís que te generé alegrías. Pero se me oxidó la base cuando me hablaste de las frustraciones y de las amarguras”.
“Ay, Agustín. Si hubiera sabido que no ibas a dormir por un mes en el 2008, hubiera tratado de hablar con algún médico amigo para que te recetara Dormicum”.
“Te pusiste franelero, José Luis. Yo no sé si quiero que me abraces tanto. ¿Quién te pensás que soy? ¿Una cualquiera? Antes, por lo menos, invitame a tomar algo”.
“Sos jodido, Juan Ignacio. Me quisiste tener siempre pero, puesto a elegir, me cambiás por una parrilla. ¿Quién te entiende? Sos medio gataflora, ¿eh?”
“No soy tan fácil, Carlitos. Y no me vengas con eso de querida ensaladera de plata para seducirme. Voy a ir a la Argentina porque tengo ganas”.
No tenemos los recursos de La Nación, pero cierren los ojos, suban el volumen de alguna música con algo de épica y sentimiento, e imaginen que la Copa Davis le responde a cada uno de notables que se sentaron frente a ella para, gente grande, convencerla de que se viniera para la Argentina. Algo hay que decir: parece que los ruegos y clamores surtieron efecto. Somos campeones de la Copa Davis. Por fin. Ahora sí somos los mejores. Hoy el sol brilló de otra manera sobre nuestra patria. Bueno, en realidad amaneció nublado. No se puede pedir todo.
En el periodismo (en el deportivo especialmente) hay dos obsesiones: las primicias y la originalidad.
El valor de poseer una primicia ya quedó en el pasado. De aquellas placas de crónica “siempre primero” o las chapas “exclusivo” a estos tiempos en donde una noticia tarda segundos en ser replicada, hay un trecho larguísimo. Hoy, mucho más valorado, por lo menos para quien firma estas líneas, es el tratamiento que se le da a esa noticia y cómo se la rodea para aportarle al lector, oyente o telespectador no sólo el impacto de la novedad sino además reflexión, contexto, diferentes enfoques y puntos de opinión contradictorios o no que la puedan enriquecer. Sacar pecho porque se sabe algo antes que otro colega por cuestión de segundos, es francamente una estupidez.
El otro punto está puesto en la originalidad. Y en honor a este precepto, muchas veces se realizan producciones que desde lo estético pueden ser valoradas (¡quién puede dejar de elogiar una buena puesta en escena, una dirección de fotografía elegante y hasta la convocatoria de distintos personajes!) pero que en el fondo son soberanas boludeces que no aportan nada al colectivo general. Hojarasca pura, diría mi amigo Alejandro Caravario.
Este es el caso de la producción que entregó La Nación hace una semana, en la previa de la Copa Davis.
http://www.lanacion.com.ar/1959172-copa-davis-argentina-croacia-produccion-la-nacion
Al mejor estilo de El Gráfico, cuando hacían posar trepado a un árbol al joven defensor de Boca, Musladini, para titular “Pichón de Passarella” o les ponía sombreros mexicanos a Diego Maradona y Daniel Passarella antes del Mundial 86, el único intento fue el golpe de efecto. ¿Contenido? Ninguno. ¿Aportes? Nulos.
Sólo nos topamos con vaguedades y frases que van al garete y de las que no son responsables los protagonistas del video sino los encargados de realizarlo, ya que ante semejante trabajo de producción y poder de convocatoria, hubiera sido más interesante conocer las centenares de cuestiones que nos llevaron a no ganar en cuatro ocasiones las finales de la Davis en lugar de presenciar cómo un grupo de adultos, con mayor o menor dignidad, le hablaban a una réplica del trofeo.
Un compañero nuestro, Mariano Mancuso, excitado por la idea, ya puso en marcha una tarea que podría resultar ciclópea: va a convocar a todas sus ex novias y les pedirá que le hablen a un retrato de él. Tratamos de disuadirlo porque uno nunca quiere saber algunas cosas, pero después de ver a José Luis Clerc declarando que muchas veces soñó con “tener en sus brazos” a la ensaladera, quedó prendado de la idea y, dice, además, que una vez concluida, la subirá a las redes sociales para compartir esta experiencia de vida con la humanidad.
Hay que decir que Eduardo Bengoechea, Pico Mónaco y Ricardo Cano se comportaron y no entraron en el juego propuesto. Hablaron, sí, pero no se dirigieron directamente a la Copa para no sentirse tan estrafalarios. Juan Chela, por su lado, compró el combo pero hizo una salvedad: dijo que se sentía “un poco loco” hablándole a un objeto.
En tiempos en donde desde los medios de comunicación se desató (como suele ocurrir en la Argentina cada vez que se obtiene un título, así sea en bádminton) una Copadavismanía o una delpomanía que a muchos nos genera una copadavisfobia y una delpofobia, sólo nos queda sentarnos frente a la tele y esperar pacientemente el festejo exultante en la Casa Rosada, la cena de gala y el desfile de los protagonistas por cada uno de los programas que a uno se le pueda ocurrir.
Todos vibramos con los triunfos de Delpo y de Delbo en la final. Todos nos pusimos contentos porque finalmente se consiguió la tan deseada ensaladera. Pero mucho más lo seríamos si, de ahora en más, no nos viéramos forzados a la exaltación del éxito y a la parafernalia de un festejo exuberante y excesivo que no tenemos ganas de soportar.
Pero, bué… es el precio del éxito. A los ganadores hay que exprimirlos al máximo. “Nos acercamos al que huele bien y el éxito siempre mejora el aroma del que lo protagoniza. Y nos alejamos del que huele mal y en la derrota hace que seamos mal olientes. Esto no es un reclamo, es la descripción de algo que llevo 30 años viviendo y que se repite en cualquier actividad humana. Nadie te acompaña para ayudarte a ganar y todos te acompañan si ganaste”, dijo alguna vez Marcelo Bielsa. No aprendemos más. Estamos presos del exitismo tan habitual y poco racional de los que habitamos este bendito país.