No vamos a venir a descubrir hoy que Marcelo Benedetto es un inútil. Eso está dado. Rey de la intrascendencia, se aferra a su rol de periodista de campo de juego en base al amiguismo mal entendido con los jugadores, destacando a los gritos lo que a nadie le importa y haciendo oídos sordos a los maltratos de los relatores. Sin embargo, este hombre que eterniza la molestia de su presencia volvió a superarse este fin de semana, en su entrevista post partido a Pablo Daniel Osvaldo.
Primero, repasemos lo que a esta altura todo el mundo sabe: el delantero de Boca había pisado la cancha para jugar cinco minutos en su regreso, se había ido caliente, un poco a las puteadas con DT y ayudante, y se había metido al vestuario donde parece haber sucedido algo con un cigarrillo. Allí lo interceptó Benedetto. Se sucedió el siguiente diálogo, que nos llevó al borde de la vergüenza ajena.
Empecemos por la primera pregunta. Si lo viste salir caliente, ¿no daba para preguntarle si estaba caliente? A un periodista se lo pediríamos. A Benedetto, no. Ahora, por si no se dieron cuenta, remarcamos: al ser consultado por cómo se sentía, Osvaldo dijo “bien, bien, esos cinco minutos que jugué…”. Es decir, el propio jugador le dejó servida en bandeja la repregunta al muchacho ese que tenía el micrófono. “¿Querías jugar más?”, “¿Te pareció poco tiempo?”. El mismo Osvaldo quería buscar el conflicto. Benedetto prefirió no darle ese lugar. Trató de pacificar cuando le ofrecían guerra.
No contento con eso, cuando finalmente se animó a preguntar qué pasó en el final, arrancó con temor, hizo un preámbulo casi tan largo como el de la constitución argentina, en el que se excluía de la responsabilidad de la pregunta y terminó saliendo lo más rápido posible del tema. “Me pregunta el Pollo, en el piso quieren saber…”. “Ah, bueno estás bien, estás contento, gracias”.
No se puede ser tan cobarde, Benedetto. Usted tiene un rol que cumplir. Comunique. Intervenga. Exponga. Haga la pregunta. No se haga cargo de la respuesta si no quiere. Pero métase. No le hablamos de generar chicana. Eso no está en nuestro espíritu. Pero tampoco esconder lo evidente. No tiene sentido.
Nos recuerda un poco a esa vieja entrevista a José Mourinho, cuando estaba a punto de revelar que iba a irse de Real Madrid y el periodista en cuestión interrumpió la entrevista por cuestiones horarias de la transmisión.
La diferencia: si aquella vez fue culpa del canal, esta vez fue culpa del hombre.
Durante la semana, en el programa de radio/TV de Vignolo y compañía, el propio Benedetto identificó a los que estaban en la zona del banco cuando Osvaldo dejó la cancha, y tras cinco minutos especulando con el cruce que se había dado entre el jugador que salía y “ese de negro que es Guillermo Barros Schelotto”, se dio cuenta –posiblemente alguien le sopló por whatsapp- de que en realidad, “el de negro” era el veedor de AFA. Y que Guillermo se había ido rápido a los vestuarios. Nobleza obliga: fue el único en darse cuenta de todo el panel.
Igualmente, la culpa es nuestra por mirar el programa de Vignolo. Lo sabemos.
Pero una cosa más sucedió con el periodismo deportivo esta semana. También con un periodista de campo de juego: Emiliano Espinoza, en Rosario Central-Quilmes. Hablando de la crisis económica de Quilmes (equipo que le tocaba cubrir y que anda con muchos problemas de dinero, pagos a los jugadores, etcétera) el muchacho hizo referencia a que se habían quedado en un hotel en Rosario. Y agregó: “Vaya uno a saber cómo pagaron el hotel”.
A ver, ¿¿CÓMO QUE VAYA UNO A SABER?? Ése es un buen comentario para el bar. Para mi tío, que sospecha de todo. No para el periodista de campo de juego que cubre a Quilmes. Vaya uno a saber… ¿Sabés a quién le podemos preguntar? Al periodista de juego que cubre a Quilmes.
Al final, el relator Gustavo Cima intervino y aclaró que el hotel lo pagó el tesorero con su tarjeta de crédito. Se nos ocurren algunas alternativas para conocer el dato. Preguntar en el plantel, preguntar en el hotel. Llamar al tesorero. Incluso, antes de revelar la duda y exponerse, mejor quedarse callado.
Lo lamentable es que esa pereza es regla. No provoca enojo, sino tristeza. Esto somos. Privilegiados que vamos a la cancha a contar córners, y a mirar la cosa desde el campo de juego mientras deslizamos con duda que “algo le pasó a Pérez” cuando Pérez se revuelca de dolor en el césped con dos huesos a la vista.