Es muy fácil pensar que después de una victoria frente al clásico rival, el impulso anímico será motor suficiente para afrontar el futuro. El triunfo hace olvidar el nerviosismo, la presión y el cansancio de manera automática y todo se ve con optimismo y confianza renovada. Sin embargo, cuando el éxito llega por una vía extraña todas esas certezas pueden tambalear, porque aunque muchos quieran vender lo contrario, lo que genera tranquilidad es ganar jugando. No sólo ganar.
Contra Cruzeiro, River sufrió de estrés post-traumático. Nunca le encontró la vuelta al partido, jamás logró inquietar al equipo brasileño y perdió porque se equivocó en una jugada y después no supo cómo dar vuelta la situación. O, lo que es peor, no pudo. Es decir que lo sucedido en la Bombonera afectó y mucho a los supuestos ganadores. Tanto en lo físico como en lo anímico.
Los hechos que se vivieron en el Superclásico ya pasaron a la historia de nuestro fútbol. Se repitieron una y mil veces durante la última semana. Se analizó todo lo que es posible y más. Sólo faltaba ver cómo reaccionaban los equipos después del bochorno. Y quedó claro que River todavía no logró salir del círculo central. La cabeza de los futbolistas aún está allí. En el partido frente a Cruzeiro, el equipo estuvo ausente, sin rumbo ni reacción. Si alguien necesitaba algo más para entender la gravedad del escándalo, puede ver estos noventa minutos.
Fueron quince días muy tensos, que además terminaron de la peor manera. Hay que estar muy fuerte de la cabeza para que nada de lo que sucedió afecte. River no pareció un conjunto que venía de superar una de las series más importantes de su historia. Todo lo contrario. Fue un equipo que jugó de compromiso, sin ideas ni voluntad. Lo superó un adversario sólido pero limitado, sin grandes virtudes pero mucho más metido en el juego. Con eso le alcanzó a Cruzeiro para llevarse un resultado grandioso del Monumental.
Marcelo Gallardo decidió utilizar el mismo esquema que en la cancha de Boca, lo que le dio presencia en el mediocampo pero le quitó volumen de juego. O sea que priorizó cuidar el arco propio por sobre apuntalar su principal virtud del año pasado. Es una determinación con la que se puede o no estar de acuerdo, pero es válida.
Matías Kranevitter volvió a ser un punto alto pero se preocupó más por dar una mano a los centrales que por ser salida clara en el medio. Jugó demasiado atrás y eso le dio campo y margen de maniobra a Willians, uno de los puntos altos del visitante. Por su parte, Leonardo Ponzio corrió mucho pero aportó poco y terminó agotado. Faltó el fútbol de Ariel Rojas, problemas contractuales al margen.
Además, aunque parezca mentira, River extrañó a Sebastián Driussi. El juvenil le daba vértigo y precisión en velocidad, algo que Pity Martínez todavía no logra hacer. El ex Huracán no es ni un armador como Leonardo Pisculichi ni un finalizador de jugadas. En el primer tiempo se estacionó casi como wing izquierdo y eso le quitó opciones al ataque. Sólo mostraron algo de rebeldía Rodrigo Mora y Camilo Mayada, que expuso más ganas que ningún otro de sus compañeros.
En definitiva, River perdió porque no pudo dejar atrás todo lo que pasó hace siete días en la Bombonera. Aquello fue tan triste que dejó una herida que tardará en cicatrizar si no se trabaja con inteligencia -algo que este plantel demostró tener-. El crédito está abierto, el 0-1 es un resultado que se puede dar vuelta, pero antes Gallardo deberá -recuperar a sus futbolistas en lo físico, mental y futbolístico. “Peor no podemos jugar”, dijo el técnico en la conferencia. Ver el problema es parte de la solución.