Fabián Cubero ha manifestado fastidio por el escaso respeto que, según él, demuestran sus colegas jóvenes de Vélez. En la entrevista más ruidosa de su carrera (concedida a Radio América), Poroto trató de maleducados y poco profesionales a los chicos del plantel.
¿Qué hacen los púberes velezanos? Llegan tarde al entrenamiento y “contestan”. Esta última imputación es quizá la más curiosa, propia de las maestras avinagradas del pasado antes que de un atleta moderno. Quizá el defensor confunde su condición de capitán con alguna investidura sacerdotal y se piensa a sí mismo como un druida al que se debe reverenciar sin interponer preguntas y mucho menos “contestaciones”.
El relato oral señala que, en tiempos remotos, los juveniles recién promovidos no se animaban a tutear a los veteranos. A duras penas, se sentían dignos de compartir el vestuario con ellos. Y además les pedían consejo sobre cómo conducirse en la cancha y en la vida.
Quizá no sea del todo cierto. Pero es una buena ilustración del modelo de respeto y convivencia que fomenta un gremio tan conservador como el de los futbolistas. Verticalismo rabioso y la antigüedad como atributo que valida el liderazgo. Entre teens en ascenso y viejas glorias jamás podría darse un intercambio fructífero. Existe mano única: el flujo de pedagogía empírica que los muchachos más curtidos les bajan a los pibes. Para corroborar esta lógica, no faltan los ritos iniciáticos (humor de despedida de soltero, como el de Tinelli) que deben soportar lo novatos cuando se asoman al mundo adulto.
Es probable que Poroto Cubero se limite a repetir esta ideología espontánea que cunde entre los players. Tan metido en ese rollo, olvida que, con 36 años, está muy lejos de peinar canas. Cualquier hombre maduro (el DT de Vélez, por caso) que quisiera suministrarle su rancia medicina podría considerarlo un niño que proclama una experiencia ausente.
De todos modos es muy rescatable la franqueza con que el jugador expresó su bronca. En aras de una presunta armonía perfecta, los futbolistas suelen infligirnos peroratas más aburridas que las de Scioli, sin pisca de honestidad. En general, se limitan a informarnos que “tienen que seguir trabajando”, como si el público los imaginara al borde de la jubilación.
Algún purista, amigo de los códigos y del vestuario hermético, pensará que Cubero ha ventilado asuntos íntimos. Yo diría que se abstuvo del doble discurso, dio su opinión –chocante, eso sí– tanto en los recintos privados del club como ante los micrófonos.
Grave sería si lo dijo sólo para la prensa y se quedó callado frente a los desplantes de la mocedad. Los que así proceden no vuelcan su pensamiento sin filtros ni temores sino que practican operaciones. Ningún parentesco con la sinceridad que en estas líneas se celebra.