Uno lee ciertos diarios, ve ciertos canales de noticias y tiene la impresión de que Brasil, el pueblo de Brasil, está de pie protestando masivamente contra la realización del Mundial por haber gastado en el Mundial no sé cuántos hospitales. Y se muestran imágenes del Nordeste de un grupo del Movimiento Sin Tierra protestando por la construcción y los costos del Arena Manaos.

Esta imagen, con las huelgas policiales incluidas, dan una noción al mundo en general -más aún a quienes están lejos de Brasil- de un tercermundismo vergonzante en el que los pocos dineros disponibles se dilapidan en Mundiales y Juegos Olímpicos.

Claro, nadie repara, en los medios, por supuesto, en que Brasil es hoy la octava economía del mundo y junto con Rusia, China, la India y Sudáfrica está constituyendo un bloque económico que concentrará el 25 por ciento del PBI mundial.

Nadie, desde los medios hegemónicos al menos, cuenta esto e inscribe la realización del Mundial en este contexto, en el que el Mundial forma parte de una estrategia nacional y continental de más largo alcance.

En ningún medio hegemónico se cuenta tampoco que las protestas están focalizadas en el Nordeste, probablemente la región más pobre y desigual de Brasil. Y menos aún cuentan que en octubre de este año hay elecciones presidenciales. O se da cuenta de que el gran opositor a Dilma es la red O’Globo (cualquier semejanza con nuestro país no es casualidad). Ya lo había dicho Lula, poco antes de terminar su segundo mandato: “El mayor y más encarnizado oponente que tuve a mi gestión de gobierno fue el grupo mediático O’Globo”. arena

El Manaos Arena junto con el teatro de ópera Amazona, una locura llevada a cabo por algunos excéntricos millonarios del caucho a finales del siglo XIX, será la excentricidad del Nordeste pobre, terrateniente y con parte importante de la población en condiciones de extrema pobreza; ahora, ¿si no hubiera habido una sede en la Amazonia, no habrían dicho que el gobierno central relegaba al Nordeste de la fiesta del povo brasileiro?

Enrico Caruso supo actuar allí y los cinéfilos recordarán una de las películas más extrañas y maravillosas de Werner Herzog, Fitzcarraldo, un millonario americano melómano y empresario del caucho, que ve a Caruso en la Ópera de Manaos y enloquece con el proyecto de montar un teatro de esa jerarquía en la Amazonía peruana.

Quizás algún excéntrico de estos tiempos, en que se construyen más estadios de fútbol que teatros de ópera con condiciones acústicas óptimas, protagonice su propia gesta para que un equipo de Amazonas juegue por las ligas mayores.

En defiitiva, demasiado poco para tanto lío. ¿O alguien cree sinceramente que la democratización y la redistribución de la riqueza en una economía de la escala de la de Brasil pasa por la construcción o no de un estadio?

Cualquier parecido con la Argentina no es pura coincidencia: es parte de un mismo proceso político. Fitzcarraldo de más o de menos.