Ya fue dicho desde que comenzó esta Copa América. Con el 2-2 ante Paraguay, con el 1-0 sobre Jamaica y Uruguay, con el empate y triunfo por penales ante Colombia: Argentina tiene una idea de juego que puede refundar al fútbol nacional. Sacarnos el karma de que los campeonatos sólo se ganan jugando mal o defendiendo y que los que queremos más audacia somos unos líricos o unos románticos, que en el lenguaje del fútbol se entiende por boludos.
La goleada ante Paraguay fue el éxito de ese concepto de juego asociado, arriesgado, audaz, vistoso. El partido dejó mucho para explicar, pero sólo nos vamos a detener en los goles, que sirven para entender de qué se trata esta idea que proponen Martino y sus jugadores.
El primer gol no merece mayores comentarios. Vale uno, igual que los otros, pero fue de pelota parada y no sirve para ejemplificar nada.
En el segundo comienzan las lecciones de este fútbol que tanto nos gusta. La jugada comenzó por derecha. El manual del práctico, del que sabe cómo se deben ganar torneos, dice que hay que levantar la cabeza y lanzar el pelotazo. Pero no, Argentina eligió hacer lo que habitualmente hacen los giles, los tarados que nunca quieren ganar nada, los estúpidos que jugamos sin arcos. Mascherano alargó para Demichelis. Tocó para Zabaleta, quien le devolvió la pelota al marcador central hacia atrás. Zabaleta se tiró al medio y Biglia ganó la banda. Hacia allí fue el pase de Demichelis. Biglia tocó para Messi y ya en media velocidad lo encontró a Pastore lanzado. Pase preciso y derechazo de Pastore al gol. Imposible pensar una jugada de estas características si todo hubiera comenzado con un pelotazo de Mascherano o Demichelis a dividir.
El gol de Paraguay también dejó una enseñanza. Llegó porque Otamendi no respetó la idea. Tenía cuatro posibilidades: 1) Retroceder y tocar otra vez para Romero. 2) Ceder a Mascherano, que se mostraba como salida. 3) Cruzar la pelota para Demichelis que se había abierto como marcador lateral derecho (lo más arriesgado). 4) Tratar de gambetear para desequilibrar la marca y, en el peor de los casos, la pelota se hubiera ido al lateral. Pero no, eligió dividir la pelota para no jugarla cerca del arco propio, la receta de los vivos. Con todo el equipo abierto para salir jugando, flotó un pase anunciado para Pastore, a dividir. El cabezazo del paraguayo le cayó a Barrios, que aprovechó la oportunidad y descontó. El error de Otamendi no fue salir jugando, fue exactamente lo contrario: dividir la posesión cuando tenía cuatro variantes diferentes para conservar el control, es decir para arriesgar mucho menos. Como dato complementario, obsérvese que Romero tampoco estaba muy convencido de la idea porque le marcó a Otamendi que la tire larga en lugar de pedirle la pelota o motrarse como alternativa.
El tercer gol es la síntesis de todo lo que estamos hablando. Robó Biglia en la mitad de la cancha y tocó hacia atrás a Zabaleta. Este, apretado, jugó seguro otra vez para Biglia, quien cedió rapidito para Messi. El Diez no se entretuvo y abrió a la izquierda para Mascherano, quien a su vez tocó para Pastore, libre de marcas. No fue que Paraguay se durmió sino que Argentina salió prolija desde el fondo, rompiendo la línea de presión. Y así fue como Pastore lo dejó solito a Di María para el 3-1.
En el cuarto, la presión de Messi dio su fruto. Robó en la mitad de la cancha, hizo chocar a dos paraguayos y dejó solo a Pastore. El rebote en Villar permitió que Di María definiera.
El quinto fue una extraordinaria jugada de control, de paciencia. Di María encaraba por izquierda y, en lugar de buscar el fondo para tirarle un centro a nadie, pensó y tocó atrás para Gago, sobre la media luna. Gago cedió para Messi y varios compañeros amagaron picar. Messi enganchó y devolvió a Di María. Ahora sí, el centro del rosarino le cayó justito al contra anticipo de Agüero. Un golazo.
Y el sexto fue otro gol conseguido más por presión en la salida que por concepción de juego.
Muchos dirán que sólo se le puede jugar así a Paraguay, que Argentina arriesga mucho y que si un rival sale a apretar la salida, se pierde sorpresa y está el riesgo latente de perder la pelota en una posición comprometida.
Respondemos: así se le puede jugar a cualquier equipo. Los riesgos siempre son los mismos. Contra Paraguay o contra Alemania. Un concepto debe estar por encima del rival de turno.
Efectivamente Argentina arriesga con esas salidas desde el fondo con control. ¿Y? Acaso no es peor dividir permanentemente el juego. No estamos hablando de un médico haciendo una operación a corazón abierto, estamos hablando de fútbol. Si no nos arriesgamos en el fútbol, ¿en qué otra cuestión de la vida lo vamos a hacer? ¿Cuál es el problema? ¿Perder? Con la otra receta llevamos años sin dar una vuelta olímpica. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que nos hagan un gol. Ok. Lo concedemos. En el partido con Paraguay se marcaron tres a favor por esa convicción para salir jugando desde abajo. Prefiero correr el riesgo de que me marquen uno que otro gol por salir jugando y saber que tengo la chance de hacer un montón en el arco de enfrente con este sistema.
Y por último. ¿Están tan seguros de que muchos rivales se van a animar a apretar a Argentina en la salida corriendo el riesgo de dejar a Messi, Pastore, Di María y Agüero mano a mano con los de fondo? Es mucho más probable que la mayoría de los equipos jueguen ante Argentina como lo hicieron Colombia o Uruguay más que cómo lo hizo Paraguay.
Me encantaría que Argentina saliera campeón de la Copa América. Porque hace tiempo que no festejamos un título, por supuesto. Pero mucho más porque de esa manera se desmontaría el discurso de los escépticos. Dejaríamos de pensar que la receta para ganar es colgarse del travesaño, no arriesgar, no buscar, no creer en nosotros mismos… De una vez por todas se podría recuperar aquello de jugar bien y ganar. Es decir, la propuesta más hermosa que tiene este deporte. El resto forma parte de una alquimia extraña que nos vendieron y que se nos metió en la cabeza como si fuera una verdad revelada.