En La era del fútbol, ensayo publicado en 1998, Juan José Sebreli aborda, entre otros subtemas, “la homosexualidad inconsciente del mundo del fútbol”, que el autor advierte en las conductas tanto de hinchas como de jugadores y dirigentes. Observa Sebreli que al futbolista “le gusta que lo abracen, que lo acaricien, que lo toquen, que lo lleven en andas, que lo desnuden.” Pero esto no es nada: en el festejo del gol, “los jugadores se abrazan, se besan, se arrojan unos en brazos de otros, se tocan las nalgas”. La orgía sigue en el vestuario, donde los putitos encubiertos “se bañan juntos” y “se exhiben desnudos ante los periodistas”. Y allí, en la escasa intimidad del camarín, entra “algún dirigente que después de un triunfo se abraza con los jugadores debajo de las duchas”.

La prosa entre calenturienta y escandalizada de Sebreli –paradoja propia de un moralista–, antes que detectar comportamientos caretas y censores de la homosexualidad, parece condenar hábitos masculinos que contradicen el modelo socialmente aceptable. El autor de Los deseos imaginarios del peronismo, según se ve, solo admite los abrazos bien machazos, estentóreos, a la uruguaya, como máximo desborde del cuerpo del varón. Lo demás es incitación al pecado. 

Pero este no es el punto. Lo que nos interesa es la entrada del dirigente en los vapores de la bacanal y la descripción que se permite Sebreli. “Los dirigentes, maduros burgueses paternales, y los jóvenes futbolistas, que tratan de sacar dinero de aquellos, hacen pensar en condescendientes mishés y veleidosos gigolós”. Además del sesgo sexual, acá hay una lectura del vínculo ente deportistas y directivos que data de tiempos lejanos. Con otro flujo de dinero. Cuando los futbolistas, aun los de los equipos grandes, podían aspirar a no mucho más que un buen pasar y una módica renta vitalicia proveniente de algún negocio montado luego del retiro, con los ahorros de toda una carrera. Esos jugadores de origen humilde acaso miraban a sus empleadores como magnates –dudo que apetecibles sexualmente–, aunque no fueran más que vendedores de autos, como el célebre Alberto J. Armando, arquetípico “burgués” del fútbol.

Si a sus casi noventa años, Sebreli reeditara La era del fútbol, le convendría, al menos en este pasaje, actualizar un escenario en el que sus gigolós se han convertido en empresarios bodegueros, inmobiliarios, del juego online y así hasta el confín de los negocios que les recomiendan sus agentes especializados, indispensables damas de compañía junto a los contadores que estructuran sus capitales de manera evasiva. En cuanto a expansión económica, son pares de los dirigentes, que, lejos de apadrinarlos con algún velado interés carnal, los buscan como socios. Mejor dicho: socios aparentes.

Tendría Sebreli que leer atentamente los últimos pasos de Carlos Tevez. Empecemos por el final: Mauricio Macri lo invitó a invertir en una operación de compra y reventa de parques eólicos en la que desembolsó 18 millones de dólares (está claro que Carlitos no necesita vaciarle la alcancía a ningún “burgués”). El negocio, con notorios visos de ilegalidad –otra vez el Estado macrista favoreciendo a las empresas familiares–, ahora es motivo de una investigación judicial.

Tevez, según los números publicados, ganó una millonada en tiempo récord con el pase de manos de los molinos. Pero quizá, de haber elegido con absoluta libertad, no se habría inclinado por una inversión tan innecesariamente riesgosa, sobre todo en términos de exposición.

Ciertas libertades, en efecto, son difícil de comprar. Tevez, por su trayectoria fulgurante y la consecuente acumulación de billetes, podría ser un igual de muchos tiburones de las finanzas como Macri o su delegado Daniel Angelici. Dos grandes amigos del flamante campeón de la Superliga, a juzgar por las fotos de su álbum de bodas y algunas de sus declaraciones. El poder económico, el poder del apellido, el poder proveniente del estrellato en Boca, acaso deparan compinches forzosos. Tan distintos a la cofradía de sus orígenes. Son reglas del juego y no olvidemos que Carlitos es un sobreadaptado. ¿O es que ni siquiera se le ocurre dudar del consejo avispado de Mauricio, ese winner nacido del dinero, que se las sabe todas y al que le debe, por estos motivos, sumisión irrestricta como a un eterno patrón?

Tevez aceptó ser, desde su primer regreso a Boca, en 2015, un eslogan político de Angelici. De hecho, su repatriación y sus frases de propaganda contribuyeron a la reelección del empresario de la timba ese mismo año. Macri le pide más. Que se aventure a sus aventuras truchas en terra incognita. Comparado con esta obediencia, los gigolós de Sebreli, por más que ganaran dos mangos, gozaban de una relación de dependencia laxa. Eran privilegiados, soberanos.