Gatti fue para pocos.
Por una cuestión de edad, nos tocó disfrutar sólo al Loco de mediados de los 80 en adelante. Por lo que nos contaron y por las imágenes en blanco y negro que pudimos ver, sabemos que no nos quedó lo mejor de él, pero aún así fue suficiente para enamorarnos perdidamente de su estilo, de su talento, de sus achiques, de su forma de sentir el fútbol…
En aquel tiempo, muchas familias salían los domingos a almorzar y, al terminar, miraban el diario y elegían el partido más apropiado. Por zona, porque en ésta o en aquella cancha no iba a haber muchos visitantes… Cuando nos tocaba ir a ver a Gatti (que, por cierto, a esa altura ya llevaba más de 20 años de carrera) nos predisponíamos de otra manera. Ya sabíamos que el espectáculo estaba asegurado. Y ésa, precisamente, era la mayor virtud del Loco: disfrutaba dando espectáculo. ¿De cuántos futbolistas, sin contar los súper cracks, se puede decir esto?
Y ojo que eran épocas en donde había mucho para elegir. Ir a la platea sur de Vélez era ir a deleitarse con un Turco García que destrozaba la banda derecha con amagues, piques y gambetas. Ir a la tribuna visitante de River era ir a sorprenderse con las delicias de Francescoli. Ni hablar del Argentinos de Borghi, Videla, el Pepe Castro, Olguín, Batista… Y cuando justo elegías un River-Argentinos y te tocaba un 5-4 histórico ya era el súmmum. No nos olvidamos tampoco del Néstor Fabbri de Racing, que daba cátedra de cómo defender sin transpirar y de cómo tratar a la pelota con amor. Bueno: y Bochini, y Marangoni. Ese Independiente te permitía ver unas trepadas de Clausen que eran para mostrar en todas las Inferiores de todos los equipos. O cuando venían a Buenos Aires los equipos rosarinos y podíamos ver dirigir sus orquestas a Palma y el Tata Martino.
Y así, entre tanto que había para elegir, elegimos a Hugo. Tal vez porque lo que hacía Bochini en el medio, el Turco García como wing o Enzo como mediapunta, Gatti lo intentaba hacer desde el arco. Pero, sobre todo, porque nos parecía un tipo con un concepto futbolístico superior. Un arquero que usaba las manos sólo como último recurso. Un arquero silvestre, natural, que siguió jugando en la Primera de Boca, en cualquier cancha y con cualquier resultado, de la misma manera que cualquier chico cuando empieza a patear una pelota. Definitivamente, llamarlo arquero a Gatti, es no decir toda la verdad: el Loco ocupaba el arco. Y desde ahí jugaba.
Hemos visto cómo se comía ¿10, 20, 30? goles. Pero seguro que salvó 100 por jugar como jugaba. Para los más chicos: fíjense si sería distinto Gatti que no necesitó la regla que el arquero no la podía agarrar con la mano cuando se la pasaba un compañero para agilizar el juego. Gatti jamás la agarraba con la mano. Porque su idea siempre fue la de agilizar. El fútbol es para jugarlo y Gatti lo jugaba. Como no lo jugaba ni lo jugó ninguno desde esa posición (tiempo después tendría un fabuloso discípulo en Higuita). Y sí: Gatti era para pocos. Porque era valiente. Porque prefería eludir al delantero que lo apuraba en vez de tirar una pelota a la tribuna y regalársela al rival, elevando los riesgos al máximo pero, claro, también el placer. Es probable que en el fútbol de hoy Gatti no pudiera jugar. Porque abundan los técnicos y los hinchas cagones. Hoy, la mayoría de los hinchas prefiere ir ganando 1 a 0, que se suspenda el partido a los 5 minutos y que se lo den ganado. Prefiere llevarse tres puntos sin jugar en vez de disfrutar 90 minutos con la incertidumbre de un resultado.
Hoy que Gatti cumple 70 años no nos interesa saludarlo, que lo hagan sus amigos y su familia. Nosotros queremos decirle gracias. Por aquellos días.