Estuve indagando en la web durante el partido entre River y Estudiantes por la Copa Sudamericano. En el momento en que el equipo de Gallardo empezó a perder por 1-0, ingresé en Twitter, más precisamente en un hashstag de River Plate. Más allá de que la gente se ocupaba de analizar el resultado, como fue el gol, sus causas y sus consecuencias como si fuera un hecho histórico, también pasaban otras cosas a las que hay que buscarles explicaciones socio culturales.
Mientras leo los comentarios de 140 caracteres como máximo, la mayoría de ellos escritos al fragor del resultado, me encuentro con críticas ácidas y comentarios hirientes ante el más mínimo error de juego. Ni que hablar si se expresan sobre la desinteligencia defensiva de Funes Mori que llevó al gol de Estudiantes: allí todo sube de tono y las descalificaciones son lapidarias.
Pareciera que para los usuarios de Internet no es posible la equivocación o el error. O mejor dicho, se espera ansiosamente porque sirve como excusa perfecta para acrecentar la costumbre del gaste, del resultado a corto plazo, la impaciencia. Porque queda claro que la nueva cultura del éxito deportivo no sólo exige el triunfo a como dé lugar sino además en forma instantánea.
Este fenómeno viene acompañado con la inmediatez de la información, donde todos somos cazadores de noticias y desde nuestro lugar criticamos, verdugueamos y gastamos sin miramientos a quien no llega a los resultados que nosotros como espectadores queremos que obtenga.
En este contexto los jugadores de fútbol profesional en la actualidad no solamente se ven sometidos a las presiones tradicionales de la hinchada, los representantes, los sponsors sino que además la globalización ha sumado un nuevo protagonista de presión: el hincha mediático, aquel que desde el sillón de su hogar observa el partido y lo comenta on line con la impunidad del anonimato y sujeto a la amenaza de la cargada del día siguiente si su equipo no salió victorioso.
Asistimos a la impunidad del ganador, quien cree que tiene derecho a ningunear a su adversario básicamente porque por contingencias propias del juego no ganó el partido. Pero en realidad lo que existe es una necesidad de emparentarse con lo exitoso. Si ese ganador juega en contra de mi tradicional rival, bastará con que sea un equipo de Guinea Ecuatorial para que sea la excusa perfecta para sentirnos aunque sea por unos minutos, lo que dura un tweet, parte de algo trascendente, aunque el partido siempre lo veamos desde afuera.