Javier Mascherano resultó hábil para desmarcarse del fisco. Se supo hace unos días que, mediante un par de empresas vaporosas, con domicilios en Miami y el archipiélago de Madeira (Portugal), desvió dinero correspondiente a derechos de imagen y omitió pagarle a hacienda 1,5 millones de euros.

libro maschePresuroso y acatando el consejo de sus abogados, el jugador se presentó chequera en mano a afrontar su deuda (más 200 mil euros de intereses, la maniobra es de antigua data) y quedaron todos contentos.

La primera pregunta que surge en la mollera de un pelagatos como el que firma estas líneas es: si esa millonada es apenas una parte de sus obligaciones impositivas (y además la abonó en el acto, sin chistar ni necesidad de hacer una vaquita entre los amigos), ¿con cuántos ceros se escribe su salario?

Fuera de esta duda promovida por la perplejidad, la noticia sacudió más de una estantería. Ocurre que en un ambiente de pillos y ventajeros como el fútbol, algunos distinguen en la conducta de Mascherano un ejemplo ético. Sobre todo luego del Mundial de Brasil, donde le sacó un gol del buche a Robben (ejemplo de sacrificio y amor propio) y predijo en vivo y en directo que Chiquito Romero, en ese mismo partido, se convertiría en héroe (ejemplo de liderazgo, matizado con un brote profético).

La cabellera en fuga precoz le ha dibujado unas entradas machazas, rasgo que favorece su aspecto serio, centrado, maduro. Casi que no parece un futbolista. Su personalidad en auge fue extractada por el mercado en el libro Los 15 escalones del liderazgo, cuyo subtítulo nos advierte que la hagiografía deportiva, presumiblemente apoyada en anécdotas, esconde un tratado de preceptiva moral: “Mis valores en el fútbol y en la vida”. Carajo.

Quizá la mayoría hizo como yo y sólo leyó la tapa. Por tal motivo, cuando la noticia de la evasión partió desde las redacciones periodísticas, el escalofrío de la decepción se apoderó de algunos mascheranistas. No veo por qué.

He visto artículos esmerados en señalar la contradicción. O la estafa, según cómo se mire. Dicen: éste se las daba de abanderado del colegio, sudaba agua bendita (por la cara de monaguillo) y resultó un saltimbanqui. Mejor que nos busquemos otro prócer.

Error. A contrapelo del énfasis editorial que pretende santificarlo, Mascherano nunca fue un ejemplo de probidad, sino del temperamento indispensable para ganar. Mister Huevos. “Tenés que levantarte cada día con ganas de comerte el mundo”, recomienda Masche en su libro según la publicidad. Esa es la idea, ir para adelante sin tibieza. Sin remilgos de conciencia.
Al público le consta que no le tiemblan los tapones si es menester sacudir a un adversario habilidoso y veloz. Todo sea por la causa. Esa racionalidad del winner, esa disposición a poner el cuerpo para hacer el trabajo sucio es lo que suele festejarse en el histórico mediocampista de la Selección.

Así las cosas, no se entiende cómo podría sorprender la manganeta financiera destinada a gambetear a los cobradores. Diría que, por el contrario, es ciento por ciento Mascherano. Una picardía refinada para que no le timen el capital. Quitarle plata, nos sugiere el caudillo, es tan arduo como quitarle la pelota. En cualquier terreno, defenderá lo conseguido como una fiera a sus crías. Por lo demás, entregarse mansamente al fisco es de giles. Y esa sí es una mácula en el legajo de un líder.