Ahora parece que hay que borrar al Patón Bauza de la dirección técnica de la selección. Que es una demostración de poder, dicen. Que Chiqui Tapia. Que Tinelli. Que Sampaoli. Bueno, ni el rendimiento del equipo ni la proyección numérica arrojan demasiada tranquilidad a un hincha argentino. Pero la cuestión de fondo es un poco más profunda y se relaciona directamente a una costumbre argentina: defender incluso lo que no nos gusta de la gente que nos gusta, y atacar hasta lo que nos parece positivo de aquellos que nos disgustan.

En realidad, y para ser más claro: según quién sea la persona de que se habla, y según la simpatía que le tenga quien está emitiendo la opinión, se miden variables iguales con varas distintas. La política es el medio de expresión más genuino de esta tendencia.

A partir de ahí, la crítica se reparte despareja. El fanatismo o la orientación hacia uno u otro lado definen el grado de tolerancia. ¿La corrupción? “Antes era peor” o “Ahora es igual”. En eso se centra la discusión, increíblemente. ¿La pobreza, el hambre, la baja en la economía? “Nos están destruyendo” o “Nos habían dejado un país destruido”. Preguntarse por las causas del hambre o qué podemos hacer para mejorar la economía –sin partidismos- parece ser algo que nos excede.

Es increíble, por ejemplo, cómo algunos grupos que bregaban por la destitución de Cristina Kirchner cuando ocupaba la presidencia (“Que se vaya la yegua”), hoy piden paciencia, temperancia y respeto a los procesos democráticos cuando aparecen los agitadores en contra de la gestión de Mauricio Macri y su equipo. Lo mismo, obviamente, al revés: quienes hablaban de respetar a las instituciones cuando se daban los discursos más enfervorizados contra Cristina, hoy se pliegan al slogan de moda para minimizar al actual presidente (“Macri gato”). Institucionalistas, sí, pero según quién esté en el poder.

A partir de ahí, la crítica se reparte despareja. El fanatismo o la orientación hacia uno u otro lado definen el grado de tolerancia. ¿La corrupción? “Antes era peor” o “Ahora es igual”. En eso se centra la discusión, increíblemente. ¿La pobreza, el hambre, la baja en la economía? “Nos están destruyendo” o “Nos habían dejado un país destruido”. Preguntarse por las causas del hambre o qué podemos hacer para mejorar la economía –sin partidismos- parece ser algo que nos excede.

350Entonces, Bauza. Recordemos un poco el contexto en el que la AFA lo contrató a Bauza. Consultado por un interventor, tras la renuncia indignada del entrenador anterior –que no soportó los desmanejos dirigenciales- agarró al equipo cuando no lo quisieron tomar ni Simeone, ni Sampaoli, ni Pochettino, ni Berizzo. Con las limitaciones que fueran, llevó adelante el inicio de su gestión con un estilo propio. Y ahí anda todavía, realmente, en el inicio de su gestión. Después de ver esporádicamente a los suyos, sin concentraciones largas todavía. Y con chanches de clasificarse al Mundial.

¿Por qué, entonces, si él fue el elegido, buscar expulsarlo ahora? ¿Y el institucionalismo como valor? ¿El respeto a los procesos? Suspendido por antipatía.

Claro, esto puede ser leído como una defensa personal de un hincha de Bauza. Me gustaría aclarar que no es santo de mi devoción: futbolísticamente estoy en las antípodas de habitual estilo defensivo, y no es el hombre que hubiera elegido para el cargo. Pero si está, si lo eligieron, si arrancó, y si empieza a conocer a los jugadores, a su equipo, si aún tiene chances de llegar a Rusia… ¿por qué no dejarlo completar su ciclo.

Por otra parte, ¿alguien puede pensar, realmente, que este equipo tiene el sello definido de Bauza? No tuvo tiempo de trabajar en serio y ya lo quieren echar. Quizá sea empatía, quizá una tontería por parte de un periodista iluso. Pero mi pedido es que cortemos un poco con el bullying digital. El hombre es apenas un hombre. Tiene su prestigio y sus ideas. Dejémoslo laburar. Y en lugar de agarrarnos a piñas para atacarlo o defenderlo, preguntémonos qué podría hacer él o cualquier otro por mejorar al equipo.

Si nos quedamos sin Mundial, que sea una lección dolorosa para aprender a elegir con mayor prudencia.