En nombre de su club, San Lorenzo, Matías Lammens rechazó una propuesta económica de Azerbaiyán como patrocinador de su camiseta. El país del Cáucaso, reconocido como una potencia energética, ya auspicia a los clubes Atlético de Madrid y Lens de Francia, en cuyas casacas se puede leer “Azerbaiyán, tierra de fuego” (land of fire, en el original), un eslogan por lo menos ambiguo.
El contrato con los madrileños se firmó en 2012 y, según las distintas versiones, oscila entre los 12 y los 20 millones de euros. El acuerdo incluye intercambios deportivos y otras reciprocidades. No se sabe cuánto dinero se le ofreció a San Lorenzo (un estado rico en petróleo suena como el candidato perfecto para salvarse) porque Lammens ni siquiera se sentó a conversar.
Sus argumentos –y por lo tanto los del club– tienen que ver con las acusaciones sobre violaciones a los derechos humanos que pesan sobre Azerbaiyán y por su persecución al pueblo armenio, con el que estuvo en guerra entre 1988 y 1994, luego de haberle arrebatado el territorio de Nagorno Karabaj.
“No todo se compra, no todo se vende, hay otras cuestiones cuando uno tiene convicciones y principios. Con la ética, los sentimientos y el amor no hay dinero que valga”, dijo Lammens al fundamentar su negativa.
“No todo se compra, no todo se vende, hay otras cuestiones cuando uno tiene convicciones y principios. Con la ética, los sentimientos y el amor no hay dinero que valga”, dijo Lammens al fundamentar su negativa, según la agencia Prensa Armenia, en el agasajo que esta comunidad le brindó. Tal conducta mueve al asombro, no sólo por la renuncia a una millonada, fuerza motriz del fútbol profesional, sino porque se apoya en motivos políticos. Una verdadera anormalidad que no ha tenido la elogiosa difusión que merece.
Lammens tiene un tío armenio, de acuerdo. Pero cualquier dirigente en su lugar habría soslayado las agresiones de los azeríes en pos de una reconciliación lubricada por petrodólares. La condición que exigía Azerbaiyán (que no hubiera armenios en la comisión directiva) no tenía por qué trasladarse al estatuto. Podría haberse tomado como una restricción pasajera y secreta. El presidente de San Lorenzo, en cambio, planteó un escollo insalvable.
Azerbaiyán es uno de seis estados túrquidos independientes (los demás son Kazajistán, Kirguistán, Turkmenistán, Turquía y Uzbekistán, pueblos con una raíz lingüística y ciertos rasgos culturales comunes) y niega -por lo tanto avala- el genocidio armenio cometido por los turcos hace un siglo, en el que murieron más de una millón de personas. El presidente azerí, Ilham Aliyev, lo ha considerado públicamente un “mito”.
Las descollantes campañas del Atlético de Madrid de la mano del Cholo Simeone han hecho circular por el mundo la marca Azerbaiyán. En sintonía con esta expansión, Reporteros sin Fronteras reiteró sus denuncias contra aquel país, al que acusa de ser un “depredador de la libertad de prensa”. La organización señala que al menos diez periodistas y blogueros están presos.
Uno de los principales artífices del marketing de Azerbaiyán en el mundo del fútbol es Hafiz Mammadov, zar de los oleoductos y presidente del Bakú FC, el club de fútbol más importante de la capital.
Amnistía Internacional tampoco tiene devoción por el fallido sponsor de San Lorenzo. En su Informe 2013 subraya: “Las denuncias de tortura y otros malos tratos siguen siendo generalizadas y reina un clima de impunidad”. Y asegura que el gobierno persigue “a periodistas y defensores de los derechos humanos a causa de su trabajo, sometiéndolos a intimidaciones, hostigamiento y detención”.
Esperemos que el infrecuente compromiso político de Lammens y San Lorenzo ayude a iluminar violencias soterradas como el genocidio armenio (reconocido muy parcialmente por la comunidad internacional para no malquistarse con un actor estratégico como Turquía) y la represión denunciada con insistencia por distintos organismos. Esta vez, el fútbol no es cómplice.