La sanción a Messi sorprende. No por la severidad, sino por el descuido inexplicable de Leo en el partido ante Chile. A sabiendas de que la mirada mediática se posa sobre su figura obsesivamente, el capitán de la Selección se tapa la boca hasta para decir buenos días. No hay un momento en que olvide el protocolo que resguarda la privacidad de sus palabras. Ahora bien, a la hora de mentar las cavidades más íntimas de la madre del árbitro asistente, el tipo vocifera a cara limpia. Como si un ladrón se cubriera con una media cuando desayuna en familia y se la quitara para entrar al banco a robar. Realmente desconcertante.
Ya está, ya pasó. Tanto la AFA como la corporación futbolística –muy gauchitos los compañeros del Barça que salieron a quejarse por la desproporción del castigo– han iniciado por distintas vías las peticiones de clemencia con el fin de que FIFA reduzca las cuatro fechas que le dio por la cabeza.
Mientras tanto, la Selección, que necesita de una transformación urgente –por lo menos un intento de transformación– ha vuelto a fojas cero. Qué quiere decir: que volvemos a esperar a Messi. Históricamente –esto es desde la gestión Maradona– el equipo argentino ha depositado en Leo, exclusivamente en él, como en un santo sanador, la esperanza de obtener un título. Suena exagerado pero todos lo han querido así. Incluido Messi.
Primero esperamos que se sintiera tan a gusto como en el Barcelona. Finalmente logró la asimilación y, gracias a su genio, venció las resistencias, necias resistencias, del nacionalismo futbolero. Luego esperamos que hubiera un equipo a su medida. Más tarde que se curara de las lesiones. Siempre hay una razón por la que aguardamos su advenimiento o estamos pendientes de que los astros se alineen y propicien su mejor versión, el Messi que por fin eludirá a todos, meterá goles inverosímiles y nos hará campeones de algo.
Ahora, aunque viene de jugar un partido muy pobre ante Chile, la Argentina pena por su ausencia. No es infrecuente en los últimos tiempos. Leo jugó menos de la mitad de los partidos de la eliminatoria en curso: seis de catorce (y faltó en 13 de los 37 disputados tras el Mundial de Brasil). Sin embargo, las alarmas se activan como si fuera la primera vez.
Que Messi esté por llegar, como el Godot de Beckett (que por supuesto nunca llega), quizá predisponga a imaginar un futuro venturoso. Pero acaso valdría más asumir una verdad. Leo ha jugado como los dioses en la Selección. Muchas veces. Ha sido el mejor, el líder, el Messi del Barcelona, el capo di tutti i capi. Y aun así no alcanzó para salir campeones. Y tal vez nunca alcance. No sería extraño en un juego de once contra once. Eso no le quita méritos, no daña su aura ni resta páginas de su exquisita biografía deportiva.
Luego de esta operación quizá sea asequible la conformación de un equipo competitivo y con aspiraciones (que no metas obligatorias). La derrota en La Paz permitió avistar algunos jugadores que no se sienten guachos sin Messi. Que tienen fervor de Selección y un porvenir posible. Correa, el debutante Pizarro, Pratto. Habrá otros, sin dudas. Mejores incluso. El entrenador (este u otro) tendrá que estar a la altura. Es decir, vacío de nostalgias y de utopías cien veces desacreditadas por la realidad. Y deberá portar la confianza suficiente en su trabajo y en el plantel elegido como para prescindir de un mesías. Sería la mejor bienvenida para el diez de la Selección, cuando pueda y quiera regresar.