Se juega mal, lo sabemos, pero, ¿quién pone la mirada en las concepciones teóricas y prácticas de los responsables que forman a los futbolistas?
En primer lugar, los adultos que intervienen (técnicos, dirigentes y padres) carecen de los mínimos conocimientos sobre la realidad psico-bio-social de los niños y de pedagogía. Replican el “modelo” del fútbol profesional a edades tempranas, causando estragos.
En lo deportivo, la presencia de los mayores en la formación es superior a la de años atrás, cuando los niños pasaban horas jugando en el potrero o en la calle demanera auto-organizada. Así, los espacios de libertad que favorecían la creatividad cedieron ante entrenamientos planificados.
El adulto dirige el proceso en forma autocrática, sin respeto por los tiempos y las capacidades individuales. El resultado es un técnico que da infinidad de indicaciones (órdenes) y que imposibilita la toma de decisiones por el jugador, capacidad imprescindible para comprender el juego. Los pibes sólo intentan responder a esas órdenes.
Los planteos tácticos están en las antípodas de la búsqueda de un juego asociado, con valor estético y que favorezca a los más hábiles. Por edad y maduración, es más efectivo colocar chicos fuertes físicamente, que pateen la pelota al campo rival, apostando a su recuperación por error del otro y buscando goles de pelota parada. Ya no hay siquiera una adaptación al escenario; en muchos casos, se juega en cancha de once, algo enorme para las posibilidades de los más pequeños.
En el baby fútbol, el arquero o un defensor revolea la pelota para que el jugador más alto pueda cabecear y colocarla en el área ajena. Imposible que realicen dos o tres pases seguidos. Los técnicos condicionan a los niños automatizando esos movimientos.
El criterio del ganar por sobre cualquier otro valor hace que la presión psicológica –ejercida también por los padres- genere trastornos. Las agresiones verbales y físicas hacia árbitros (en un club de la Liga de baby le pegaron a un árbitro y estuvo internado quince días), los contrarios e, incluso hacia los propios, son habituales y se aceptan como hechos irremediables. Hay adultos que consideran que la presión por ganar transformará a los pequeños en futuros “ganadores”. ¿Resultado? Un chico presionado, con poca confianza y vulnerable emocionalmente.
Lo mismo sucede con el entorno social: clubes de barrio que pagan por partido a pequeños cracks para que jueguen en sus equipos -en un fin de semana pueden jugar cinco partidos, y en la Liga argentina de baby fútbol, en la categoria A y B, hay niños que “ganan” 100 pesos por partido; les dan ropa deportiva y les hacen firmar a los padres algún papel que los vincule con quien les paga.
Ya es sabido: hay juveniles mensualizados, con representantes y con dueños de sus pases (algunos de ellos, barrabravas). Entrenadores que cobran “coimas” para fichar o hacer jugar a un chico, clubes que compran o “roban” jugadores a otros clubes.
Abordar estos temas desde los ámbitos institucionales implicados en la educación, el deporte y la niñez es prioritario.
*Ex jugador y entrenador de Deportivo Morón.