Es muy difícil hacer una evaluación parcial de la Argentina en esta Copa América por los antecedentes. El peso de lo que pueda ocurrir el domingo en la final contra Chile o Colombia es decisivo para realizar un balance. Ganar o perder una final, normalmente, es una posibilidad. Pero para este grupo de jugadores el alcance del ese futuro resultado tendrá un peso capital en lo que vendrá.
Igual, debemos decir, este tipo de circunstancias se vive en muy pocos países. ¿Brasil? ¿Alemania? ¿Italia? Porque en cualquier otra localidad del planeta, los fanáticos estarían muchísimo más que satisfechos con ver a su equipo en tres finales consecutivas. Porque también hay que decirlo: este grupo de jugadores, que para muchos está integrado por una runfla de perdedores consuetudinarios, le ha dado a la Argentina la chance de llegar a tres finales en apenas tres años y de poner al fútbol de este país al tope de la clasificación de FIFA por un campo de distancia sobre sus adversarios más pintados. Y todo, también hay que considerarlo, en medio de un tembladeral institucional en el fútbol doméstico. Porque mientras Argentina gana casi paseando sus partidos de la Copa América, aquí, muy cerquita, en la calle Viamonte, hay un grupo de dirigentes que no son capaces de organizar un cumpleaños de 15.
Pero las circunstancias son las circunstancias. Y para coronar el extraordinario momento de este grupo, es necesario imponerse en la final. Sea contra quien fuere. Otro resultado tendrá sabor a frustración y decantará en un millón de críticas. Que el técnico Martino es “pecho” (será su tercera final de Copa América –una con Paraguay y dos con Argentina–), que los jugadores arrugan en los momentos decisivos, que esto y que lo otro. Siempre habrá una explicación frente al sinsabor de la derrota, y si además es hiriente y dolorosa, mejor.
Por eso, para acallar las críticas, para saldar la deuda, para terminar con las dudas, lo mejor que le podría pasar al equipo es ganar. Y aquí sí agregamos el gusto personal, ya bien alejado del sentido común más ramplón del hincha: a quién firma estas líneas no le da lo mismo la forma en que se pudiera obtener ese hipotético triunfo, si es el destino así lo indicase.
Si hay que elegir, el deseo se ubica muy cerca de la actuación que el equipo tuvo ante Estados Unidos. Porque el rendimiento fue perfecto (si es que la perfección existe entre los humanos) en todas las líneas. A punto tal que parecía un partido entre un equipo amateur y otro profesional. Porque fue extraordinario lo que hizo Argentina. En defensa, en la línea de volantes, en ataque, en lo colectivo, en lo individual y en lo que respecta al manejo de los tiempos (supo cuando presionar y cuándo descansar). Y si a todo eso además le agregamos el hándicap de contar con Messi, ni que hablar.
Si uno se imagina el futuro, se debe decir que es muy complicado pensar que el equipo puede llegar a perder el domingo. Si el pulso se mantiene firme y si no ocurre básicamente lo de las dos finales anteriores (ante Alemania en el Mundial y ante Chile por la Copa América), no hay demasiado margen para la duda. ¿Qué pasó en ambas finales perdidas? El equipo dejó de creer en sí mismo. Cambió en esos dos partidos y se aferró a un viejo y falso axioma futbolero: las finales no se juegan bien, se ganan; como si una cosa fuera excluyente de la otra.
La mejor forma de asociarse con el éxito, no tenemos dudas, es mantener la frente alta y seguir defendiendo el estilo de juego mostrado hasta ahora que, por cierto, hoy parece bastante más aceitado de lo que estaba hace un año.
No hay dudas de que la mejor forma de alejarse del triunfo sería resignar lo bueno que se hizo en estos cinco partidos de la Copa América. Porque con desniveles (muy cortitos, por cierto) el equipo ha adoptado una postura mucho más racional y concreta de lo que tenía en los dos torneos citados anteriormente. Hoy ya no es un equipo que de a ratos sólo apuesta a alguna genialidad de Messi (en el Mundial) ni tampoco es ese que iba a tontas y a locas para adelante y se desprotegía excesivamente (salvo en la final con Chile, en la que se cuido al extremo y atacó poco y nada).
Argentina no puede depender de los penales ni de otra circunstancia azarosa o externa. El equipo tiene la seguridad, solidez, experiencia y capacidad suficiente para imponer su juego y saldar de una vez esa dolorosa deuda.
Está todo dado. Sólo falta el último paso. El más difícil. El que todos (el cuerpo técnico y los jugadores más que nadie) esperamos, deseamos, anhelamos, que se pueda dar sin contratiempos. Si todo ocurre como esperamos, por fin la historia los absolverá. Merecidamente.