Un Caño es una revista digital con alma de blog. Algo así. Un galimatías de intervenciones escritas allí donde antes había un oficio claramente recortado, reconocible: el periodismo. ¿Somos secuelas dispersas de aquel ejercicio? En cualquier caso, luego de las revoluciones tecnológicas (a razón de una por año) y de la atomización en la construcción de la realidad (hoy acudimos a fuentes diversas, heterogéneas, no existe autoridad informativa indiscutible), todo el tiempo nos preguntamos, mientras creemos ponerlo en práctica, qué catzo es el periodismo. Sólo por curiosidad; no nos desvela la respuesta.
Pero finjamos amnesia, supina candidez, y tomemos el premio Martín Fierro como criterio rector. Jorge Lanata ha sido ungido como el gran comunicador nacional. Es más: la estatuilla de oro coloca su tarea por encima de todos los rubros artísticos. El premio entonces deja inferir que Lanata elevó el periodismo al rango de protagonista máximo de la televisión y el entretenimiento.
Lanata, se sabe, es un militante de sí mismo. Como Elisa Carrió. Retratistas de su ombligo, adictos al reflejo del agua. Nada grave: aun el panteón de los genios está lleno de sujetos semejantes. Permeables a la lisonja, a las promesas de bronce y celebridad. Quiero decir: Lanata juega para los malos, pero podría hacerlo para los buenos si le garantizaran, como ahora, la credencial de paladín de la república mediática y el sol de Miami.
¿Qué ha hecho Lanata en nombre del periodismo? Alentar prejuicios graves (incluidos los sexistas, como en su alborozada exhibición de ignorancia al referirse a Florencia de la V.), reducir la política a un vulgar espectáculo judicial, instalar la lógica y el lenguaje del linchamiento como sucedáneo de la justicia (promover la vindicta garpa; fideliza a la audiencia que vive en estado de odio), confundir ironía con insulto y humor con resentimiento, montar un show de personajes falsarios y fábulas irrisorias que incluyen bolsas con el signo pesos tatuado, como en Hijitus. Todo con el fin excluyente de destruir al enemigo político de sus empleadores.
Ya se dijo: Lanata es inocente. Consideremos que la segunda espada más filosa de la corporación y su bloque de amigos es Marcelo Bonelli. Así que la importancia del periodista es muy relativa (su capacidad, sus pareceres, su poética de la profesión, su ideología). Los patrones se premian a sí mismos: premian la victoria de los que concentran patrimonio y producción simbólica. Premian el discurso –que en este caso pronuncia Lanata– capaz de embozar la domesticación del público y la mentira didáctica (necesaria, diría Macri) como si fuera el maná de la ciudadanía. La delegación del diseño social en el poder económico (¡Fuera, democracia corrupta!) es, según se ve, el norte del periodismo digno de aplauso y trofeos dorados.
Mejor ser perseguido. Como Martín Fierro, justamente.