Tengo un primo de seis años que mira el fútbol así: tal jugador hizo un gol, es bueno; no hizo goles, no es tan bueno. O es malo, directamente. Hincha de Rosario Central, con esa lógica hermosa para su edad, después de un par de partidos afortunados llegó a preguntarme por qué no convocaban para la Selección a Franco Niell. Jamás me consultó por un defensor. Tampoco por un volante defensivo. A veces se impacta con un arquero porque, básicamente, impiden los goles. Listo. Ahí se acaba su amor.
Durante el Mundial, se mareó con la idolatría popular a Mascherano -que no hizo goles- y se enojó porque salió campeón Alemania, un equipo que no tenía ningún jugador muy bueno. Estrictamente también se cabreó un poco con Messi, que en su cabeza pasó de ser un futbolista extraordinario en la fase de grupos a ser un tronco de octavos en adelante (razonamiento que increíblemente se escuchó también desde la boca de algunos adultos).
El fútbol que ve mi primo se juega a partir de tres cuartos de cancha. Le importan un pomo la elaboración, el juego colectivo, la táctica, el posicionamiento, la estética y el marketing. También es poco afecto a pensar en el largo plazo. Él ama a los delanteros que convierten, pero a los que lo hacen en los últimos días. Ayer, anteayer como mucho. Recuerdo un sábado en el que me suplicó que le comprara una camiseta del Liverpool porque Luis Suárez había metido dos goles. Al día siguiente me pidió la de Rooney y dos días más tarde la de Zlatan.
Por suerte no compré ninguna, porque la idolatría por el muchacho que genera ese furor momentáneo automáticamente tapona todo cariño por el anterior. Mi primo no entiende de trayectorias, de fidelidad, de continuidad, de proyecto. Es el rey del momento, pero de un momento bien cortito. Ínfimo. Un fin de semana, a lo mejor.
A veces me pregunta por qué Van Persie no juega en Central. ¿No se dan cuenta de que es bueno, no lo pueden traer? ¿Para qué se va a quedar Lavezzi en el PSG si es suplente? ¡Que venga a Rosario! Nunca me preguntó por qué no hacíamos un esfuerzo por Thiago Silva o Schweinsteiger o Iniesta incluso. Si fuera por él, Central jugaría con once de los mejores jugadores del planeta, pero diez serían delanteros.
Real Madrid y Barcelona no llegaron a ese punto, pero a su manera, los dos le hicieron un homenaje a mi primo. Compraron jugadores mirando compactos, no partidos.
El Barça pegó primero. Un equipo que tiene problemas en el fondo desde hace al menos dos temporadas, gastó una millonada en un delantero. Luis Suárez costó una pequeña fortuna para reforzar un puesto que peleaban Pedro, Neymar, Messi y Alexis Sánchez -hoy en el Arsenal-. ¿Es bueno? Buenísimo. Un crack. Posiblemente no el crack que necesitaban. Ya que Xavi está mal físicamente, y hasta lo quisieron exiliar del club contra su voluntad, ya que se deshicieron de Cesc, ¿por qué no apuntarle a un volante mixto? Me dirán: Rakitic. Puede ser, pero la estrella en serio, los euros serios se fueron para el ataque. ¿Por qué, incluso, no gastar esa misma plata en un par de defensores de clase mundial?
Porque no. Porque no hacen goles. Porque Suárez. Porque goles. Porque no, no, no, no, no, no, no y no. Yo quiero, yo quiero, yo quiero. Suárez. Berrinche. Niñez. Me acuerdo de mi primito.
Al menos, como se les fue el arquero titular, promovieron uno y compraron a dos. Ahora tienen tres. No hacen goles, pero los evitan.
¿Saben quién va a ser el tres titular del Real en esta temporada? Marcelo. ¿Señor Florentino Pérez, estimado Carlo Ancelotti, ustedes vieron jugar a Marcelo en el Mundial? ¿O se lo perdieron porque no hizo goles (más que uno en contra)?
¿Y el Madrid? Setecientos mil millones de pesos en James Rodríguez y Kroos. La deuda externa, gastaron. A ver, vamos con los nombres: Modric, Xabi Alonso, Isco, Illarramendi. ¿Hacía falta un cinco con pegada? Seguramente le iba mejor al Barça. Di María, Bale, Benzema, Cristiano Ronaldo. Campeones de Europa con 4-2-3-1. ¿Necesitaban un enganche? De vuelta: ¿los que llegaron son buenos? Dos fenómenos. Pero seguramente no son los fenómenos que necesitaban.
Hay que admitir que mi primito difícilmente hubiera mirado a Kroos. Por supuesto, me pidió la camiseta de James, hombre que hizo seis goles en cinco partidos durante el Mundial. También habría que decir que es imposible que pueda mantener ese promedio durante la temporada en el Madrid. Lo suyo no es el gol, mal que le pese al infantilismo de mi primo.
Ambos, además, son jóvenes, un valor agregado rarísimo para un equipo que casi nunca mantiene a sus figuras en el largo plazo, porque busca rotación de nombres como efecto de venta.
¿Saben quién va a ser el tres titular del Real en esta temporada? Marcelo. ¿Señor Florentino Pérez, estimado Carlo Ancelotti, ustedes vieron jugar a Marcelo en el Mundial? ¿O se lo perdieron porque no hizo goles (más que uno en contra)? ¿El mal nivel de los propios no cuenta tanto como el buen nivel de los ajenos? ¿No querían comprar un lateral izquierdo? Están baratitos.
Lo peor de la lógica compradora de estos equipos es que tiene un fuerte desprecio por la noción de deporte colectivo. Se asume que un futbolista que rinde en un contexto lo hará de la misma manera en otro completamente distinto, rodeado de diferentes personas, con otro tipo de atención y diferentes esquemas. Un jugador es su estadística: 0.76 goles por partido. ¿Suárez juega mejor con espacios? Qué importa, hace goles. ¿Kroos y James sirven para un juego pausado y horizontal, y llegan a un conjunto vertical de estilo directo? No pasa nada, tráiganlos y vemos cómo nos reinventamos.
Parecía ser distinto hace unos años en el conjunto culé. La estructura, o al menos eso se decía, era fundamental para desarrollar la idea. Las piezas se incorporaban a partir de una búsqueda deportiva. Esa pata del discurso se cayó con Neymar, una incorporación carísima e innecesaria para un equipo que tenía esa función cubierta. Ahora Suárez duplica la apuesta y deja la razón del lado del marketing.
La ansiedad del hincha, que pide un movimiento perpetuo, parece haber ganado a los dos clubes de habla hispana más grandes del mundo. Discutiblemente, los dos más grandes de cualquier habla. Como en esos videojuegos de mi propia infancia en los que uno podía hacer de Manager, se gastan millones en nuevas figuras, casi siempre de ataque. Se juega con 4 delanteros y se gana descubriendo estrellitas, llevándose lo mejor del corto plazo. Porque no hay nada más lindo que llevarse a Cantona y mirar como mete y mete y mete goles. Y si no funciona, afuera, que venga el siguiente.
Así es imposible perder.
Pero claro, no todo sucede con la lógica infantil de mi primito o de las computadoras.