La caída del muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 generó un amplio debate en el mundo académico, especialmente a partir de un ensayo fallido del politólogo norteamericano Francis Fukuyama. Decía Fukuyama en su controvertido libro El fin de la historia y el último hombre, de 1992, que con la caída del comunismo (simbolizado en el Muro, entre otros tantos sucesos) había concluido la lucha entre las ideologías y que el mundo avanzaba hacia una política y economía de libre mercado, que habían resultado victoriosas a las utopías socialistas. Sostenía, además, que con la derrota del comunismo, las ideologías ya no iban a ser necesarias y que iban a ser reemplazadas por la economía.

Parafraseando a Fukuyama, ¿Argentina perdió de alguna manera la oportunidad de terminar con la historia del fútbol, como la conocimos hasta ahora, al desperdiciar la oportunidad de consagrarse campeón el mundo en el Maracaná?

Hay dos tipos de respuesta para esta pregunta.

Si lo hacemos basándonos en los parámetros de Fukuyama, la afirmación es falsa. No se habrían acabado las ideologías en disputa en el fútbol argentino. Si bien aquella vieja discusión entre menottistas y bilardistas hubiera quedado relegada, es impensable suponer que el culto al resultado habría barrido por completo el debate, la discusión o el simple análisis sobre si un equipo jugó bien o mal.

No hay ninguna chance de suponer que el mercado (el resultado) a partir de ese momento iba a estar por encima de los filosófico (me gusta o no me gusta como juega un equipo).

Pero si nos atenemos específicamente a lo fáctico, a las consecuencias que hubiera tenido para el deporte un hipotético triunfo argentino, no tengo dudas de que a partir del domingo 13 de julio de 2014 se hubiera reescrito la historia, que no es lo mismo que decir que hubiera terminado.

Argentina con tres coronas se habría convertido en líder futbolístico absoluto de América y, pese a contar con dos títulos mundiales menos que Brasil en el historial, se habría terminado la discusión sobre el liderazgo en el nuevo siglo.

Un título argentino en el Maracaná, por más que se hubiera obtenido ante Alemania y no contra Brasil, como ocurrió con aquella épica jornada del triunfo uruguayo en 1950, hubiera desbarrancado de una vez (al menos hasta que otro cimbronazo hubiera modificado nuevamente las cosas) todo lo conocido hasta hoy futbolísticamente.

Pero no pasó. Ganó Alemania. Y Argentina, el fútbol argentino en realidad, perdió la oportunidad histórica e irrepetible de escribir su mejor página. Tal vez por eso dolió tanto la derrota ante Alemania, más allá de que valoremos el subcampeonato. Dolió porque se podrán obtener decenas de títulos de aquí en más, pero jamás sucederá en Brasil. Por lo que la historia seguiría siendo más o menos la misma.