El periodista y escritor mexicano Juan Villoro comenta en una de sus crónicas que Riquelme es un sedentario extremo del fútbol. “Se siente cómodo en la cancha de Boca y pierde la brújula si viste una camiseta extraña”, escribe y agrega que Lionel Messi es la figura contraria: un nómade radical. Y ese es justamente el mayor problema de Messi. No puede dejar de ser un extranjero. Obligado a exiliarse para cumplir su sueño de ser futbolista llegó a España a fines del año 2000, como tantos otros por ese entonces.
Todos le achacan no haber sido fruto de las juveniles de ningún club argentino. Que semejante jugador no haya salido del fútbol local es un golpe a la vanidad de un país que se ha cansado de generar futbolistas de clase mundial. Y caprichosamente se lo hace culpable a él, y se busca cualquier excusa —como la de que no canta el himno— para echarle en cara su falta de argentinidad plena. Tampoco es español, no porque allá no lo quieran; de hecho, allá lo valoran como merece. Sino porque nunca quiso serlo. En los más de quince años que lleva viviendo allá, jamás reemplazó un “boludo” por “gilipollas”. Nunca cambió el “vos” por el “tú”, ni las “pelotas” por “cojones”. Él quiere ser argentino, pero para los jueces del patriotismo nada de lo que haga será suficiente. Si hubiese ganado la Copa América, le faltaría el Mundial; si consigue el Mundial, necesitará otro. Y así sucesivamente.
Valdano lo descubrió. Messi no juega en la selección por el hambre de gloria, sino en busca del perdón. Pero no es él quien deba disculparse, sino al revés. Al fin y al cabo, ¿qué le dio Argentina a Messi? Fue acá donde sus hormonas fallaron y dejó de crecer. Fueron los clubes locales, primero Newell’s y luego River, los que se negaron a pagarle el tratamiento para que pudiera jugar, situaciones que lo obligaron a irse en España para cumplir su sueño. Nadie lo llamó para que se pusiera la camiseta de la selección. Fue él quien insistió e insistió para jugar con la albiceleste, frente a la reticencia del técnico de las juveniles y al acoso español para que vistiera la Roja. Tanto se empecinó que finalmente, un 29 de junio de 2004, debutó con el Sub 20 argentino en un amistoso frente a Paraguay, en el Estadio de Argentinos Juniors. Nunca hubo un gesto de amor hacia él. Gestos que si abundaron en España, como hacerle firmar un contrato de nulo valor jurídico en una servilleta para que fichara por el Barcelona, cuando la espera se hacía larga y el regreso resignado a Argentina parecía la única salida.
Desde entonces, Messi siempre fue el mismo. Soporta estoicamente cada patada, cada golpe, cada acción desleal. Pondera los logros grupales por sobre los personales. Y eso que se cansó de poner su nombre en la cima de cualquier estadística (máximo goleador de Argentina, de Barcelona, de la Liga Española, el argentino con más títulos, mayor cantidad de balones de oro y un sinfín de otras marcas). Si hay alguien que resiste un archivo es él. Nunca se contradijo. Jamás buscó la polémica con sus declaraciones ni responde a las críticas que recibe. Guarda todo y contesta cuando juega.Semejante declaración desató una ola de mensajes variados. Personalidades de todos los ámbitos salieron a rogarle que se replanteara su renuncia. Dos semanas luego, Messi reculó y finalmente retornará al seleccionado para jugar el Mundial de Rusia 2018. No fue él quien dio a conocer la decisión sino el kinesiólogo de la Selección y hombre de confianza de Messi, Marcelo Dady D’Andrea, en una entrevista al diario La Nación. Aunque aclaró que no lo hará de inmediato —no jugará los partidos por eliminatorias de este año—, sino que se tomará un tiempo para descansar.
La noticia trajo paz y alivio para todos aquellos que clamaron por su vuelta, y que incluso se convocaron en el Obelisco el pasado sábado para darle su apoyo al crack. Sin embargo, ninguno de los que le pidieron a Messi que se quedara en la Selección lo hicieron pensando en que es lo mejor para él. Sólo buscan apropiarse de sus genialidades, de sus goles, asistencias y amagues. Y lo que él haga en el Barcelona, sólo lo pueden disfrutar al máximo los culés. Cuando se pone la azul y blanca, el goce pleno es para los argentinos. Pero, por lo dicho anteriormente, ningún argentino lo merece.
Por eso, Messi, no vuelvas a la Selección. Hacete un bien. Quedate con los que te quieren, estén en Barcelona, Rosario o donde fuere. No te contradigas justo ahora. No les des la razón, porque si en Rusia no ganás el Mundial —como si únicamente jugaras vos— las críticas serán aun más viles, y el dolor te va a desgarrar nuevamente. Va a ser lo mejor para vos y lo peor para ellos. Aguantaste en silencio demasiado tiempo. Ya hablaste con palabras. Ahora te toca hacerlo como mejor sabés. Cansate de ganar, gustar y golear en el Barcelona. Humillalos con cada récord que rompas. Privalos de adueñarse del arte de tus gambetas. Hundilos aun más en sus miserias al no poder gritar plenamente tus goles. Que rueguen tu perdón con cada título que ganes. Que sufran tu ausencia en cada uno de tus arranques en mitad de cancha, desparramando gente por doquier. Porque nada se desea más que lo que no se tiene, y todo esto te pertenece sólo a vos.