Mediapunta, wing, nueve, falso nueve, enganche. Es difícil encontrar un futbolista con la capacidad de jugar en todas las posiciones de ataque. Porque para cumplir dichas funciones se necesitan virtudes que no siempre son complementarias: velocidad, inteligencia, poder de gol, panorama, precisión. Alfredo Di Stéfano fue el primer “futbolista de toda la cancha”, capaz de jugar de nueve y también de ir a buscar la pelota al área propia. Pero es cierto que el fútbol cambió y ya no es posible tener semejante recorrido. Aunque en la actualidad hay un hombre que supo reinventarse para acompañar la evolución -y para combatir la involución- de sus equipos: Lionel Andrés Messi. Él sí tiene todas esas virtudes.
Cuando debutó, Messi era un diminuto wing que corría mucho, tenía una habilidad impresionante en velocidad y marcaba un gol cada tres partidos. Hoy es un señor futbolista que piensa, administra el juego y, cuando debe hacerlo, acelera y demuestra que tiene la misma gambeta de la adolescencia. Sí, ya no vive a siete mil revoluciones y no tiene la electricidad de la juventud, pero es igual o más peligroso. Entre estas dos versiones, se vio al máximo goleador de la historia del fútbol, a un delantero que convirtió más de 90 goles en una temporada y 50 en una misma Liga.
Hablar de las bondades de Messi no tiene demasiado sentido. Es el futbolista que más hemos visto en nuestra vida. Así de simple. Desde antes de su debut sabíamos que había un argentino que podía marcar una época y después de su presentación oficial en Barcelona disfrutamos cada uno de sus partidos, vimos una y mil veces sus goles y debatimos demasiadas horas sobre su aporte a la Selección nacional. No tiene sentido enumerar qué convirtió al rosarino en una leyenda del fútbol, pero sí aclarar que su ocaso no está ni cerca.
Perder una final del mundo duele. Duele desde un sillón y desde una platea, ¿cómo no va a doler adentro de la cancha? Es una herida que, sin dudas, aún no ha cicatrizado ni en el capitán ni en ninguno de sus compañeros. Un jugador no es el mismo antes que después de jugarla y la derrota lastima hondo. Messi perdió la oportunidad de levantar la Copa del Mundo en el Maracaná hace poco más de dos meses y ya debe poner su mente, su cabeza y su corazón en otros objetivos. “Es la vida del futbolista”, alguien dirá. Es verdad, pero no deja de ser una situación complicada y hasta traumática. Ese es uno de los puntos a tener en cuenta en este comienzo de temporada para el rosarino.
Cómo jugó Messi en Brasil también es un tema que ya aburre. Desde este espacio, sólo se dirá que hizo el mejor Mundial de su vida. Que jugó una muy buena primera fase -sí, contra rivales menores, pero fueron los que tocaron-, que abrió el camino en el partido contra Suiza, que entendió todo lo que había que hacer frente a Bélgica, que estuvo muy bien marcado en la semi ante Holanda y que jugó mal en el Maracaná. En la mejor actuación colectiva de Argentina, el capitán tuvo un mal partido, justo el día más importante de su carrera. Las razones de eso se podrán debatir en otra ocasión.
Barcelona ya no es el equipo de Guardiola. Dejó de serlo cuando se fue el entrenador que lo pensó y lo formó, cuando Xavi perdió gran parte de su velocidad mental, cuando Iniesta bajó su nivel, cuando ya no jugó Puyol. Una de las razones por las que el equipo catalán se mantuvo entre los mejores fue el juego de Messi. Quizás la principal razón. En la temporada de Tito Vilanova, convirtió 46 goles y dio 11 asistencias en la Liga. Es decir que partició en 57 goles en 38 partidos. Por eso Barça se consagró campeón. Luego, con Martino, tenía la cabeza en el Mundial y el equipo lo ayudo menos todavía. De todos modos, anotó 28 goles y dio 11 pases-gol. Los números mucho no sirven para explicar y entender el fútbol, pero dan algunas herramientas, sobre todo cuando son tan contundentes como estos.
A lo largo de su carrera, Lionel Messi supo reinventarse para acompañar la evolución -y para combatir la involución- de sus equipos.
Con Luis Enrique, el equipo juega todavía menos parecido a como jugaba el de Pep. Ya no tiene tanto juego colectivo y cada vez depende más de las individualidades. Xavi no es titular, Busquets no tiene la trascendencia de otros tiempos y Neymar es mucho más autónomo que los delanteros del pasado. Además, la presencia de Luis Suárez le dará aún más dependencia del peso individual al ataque. En ese contexto, el que debe adaptarse es Messi. Y Messi se adapta. Y lo hace mejor que Iniesta, por caso. Porque al español se lo nota incómodo y por momentos ausente de los partidos. En cambio, el argentino busca su lugar en esta nueva idea y lo encuentra.
“Messi se está convirtiendo en Iniesta”, dijo el colega Pablo Cheb hace pocos días. Lo dijo entremezclado en una serie de ideas absurdas y poco sostenibles, pero es la mejor forma de describir la evolución de Lionel. Con 27 años de edad y una década como profesional, ya no puede ser ese pibito que gambeteaba para adelante sin pensar demasiado y con su electricidad se llevaba puesto a cualquier defensor. Hoy es un señor futbolista, capaz de administrar los tiempos de un partido y manejar a su equipo con calidad e inteligencia. Se podrá decir que perdió “frescura”, pero todos en la vida perdemos eso para ganar otras cosas. Es crecimiento, así de simple.
Hoy, Lionel Messi juega para el equipo, antes el equipo jugaba para él. Es fácil pensar que es una decisión personal y no un pedido del entrenador, pero en cualquiera de los dos casos, representa una muestra de madurez. La llegada de Neymar fue clave en este cambio de mentalidad, porque tiene la explosión en los últimos metros que Barcelona pierde sin el Diez en esa zona de la cancha. Entonces, el brasileño lo libera para que se mueva por detrás de los atacantes, para que toque con Rakitic y Busquets, para que tenga otro tipo de libertad, más parecida a la que tiene un enganche que a la que tiene un goleador. Es cierto que jamás será el típico armador, que no juega de espaldas, que no tiene un gran pase largo, sin embargo sí cuenta con la inteligencia necesaria para ser asistidor. Ése es su nuevo rol: el de asistidor.
La temporada recién comienza, pero está muy clara la nueva función de Messi. Lleva tres goles convertidos y seis asistencias. Pero seis que terminaron en gol. En total, dio 18 pases-gol en cinco encuentros. Así se reinventó Messi tras el subcampeonato del mundo. No es ni más ni menos de lo que fue. Es diferente. Como lo somos todos, en definitiva.