Vengo a bancar a Marcos Rojo, en ésta.
No queda muy claro por qué, pero está instalado que es un tronco. No importó que jugara un Mundial más que aceptable, hasta se podría decir muy bueno con Argentina. Fue subcampeón del mundo, nunca desentonó, controló sin sobresaltos a Robben y a Müller. Más bien, se podría concluir que fue uno de los mejores del equipo.
El tema es que llegaba como un discutido, un protestado, incluos. Otra vez Rojo, por qué Rojo. Un capricho de Sabella. Nadie esperaba mucho de él. Y como nadie esperaba mucho, todo lo que dio fue un extra. Cada buena acción era una acción sorprendente. Cada quite firme una revelación. La rabona adentro del área -que no queda muy claro si la hizo de limitado o de genio- la confirmación de que empezaba a nacer un ídolo.
Su buena actuación pareció atribuirse a esa sensación: no a que jugara bien, sino a que como no fue todo lo malo que se esperaba, destacó. Diría que no es así. Y que la simpatía que generó el defensor surgió a partir de su emocionante capacidad para que todo lo que se habló antes de Brasil 2014 le chupara soberanamente un huevo.
Porque Rojo es popular. No lo es al estilo de Tevez o Agüero, desde la desenfadada sonrisa del carisma. Pero lo es. Indiscutiblemente. Es un tipo con el que uno se puede relacionar. Callado, sacrificado, cumplidor, sencillito. Tiene 24 años, el pelo para arriba, habla en castellano cuando llega a Inglaterra, se casa con una chica que conoció en La Plata y tiene una hija. Lo esperable, digamos, en un futbolista.
Pero agrega. No se sabe bien qué agrega. Quizá esa proyección cuando uno le pide solo marca. Quizá esa picardía para decir que se tatuó la Libertadores que ganó en 2009 en un brazo y tiene el otro disponible para tatuarse la Copa del Mundo. Quizá el hecho de no achicarse cuando lo llaman del Manchester United y pagan 20 millones de euros por su pase. Quizá, justamente, que le chupa soberanamente un huevo.
Mirenlo, ahora. Bajo las órdenes de Van Gaal, charlando con Rooney en los entrenamientos y tratando de ordenar un poco la dudosa defensa de un equipo leyenda. Él se la cree. Pide ser titular de inmediato. Se agranda. Y merecido lo tiene, viejo. Todavía es joven y nadie sabe muy bien cuál es su verdadero potencial.
Adentro de la cancha, antes del Mundial, Rojo resultaba más un misterio que una realidad para todos los que habíamos visto sus partidos en Estudiantes. Se fue joven a Europa y lo que pasó ahí estaba bastante difuso para los que no seguimos partido a partido la Liga de Rusia o la de Portugal. Sabíamos que era un central reconvertido.
Parece ser que el United también lo sabe. ¿Por qué, si no, incluirlo en el plantel justo cuando perdió a sus dos referentes en el centro de la zaga -Ferdinand, Vidic- y darle el número de camiseta de uno de ellos? Revisen un poco el plantel de este Manchester y verán que no sobran centrales. Que no sobran defensores, en general. No le viene mal uno que cumpla una doble función.
Su buena actuación en el Mundial pareció atribuirse a esa sensación: no a que jugara bien, sino a que como no fue todo lo malo que se esperaba, destacó. Diría que no es así. Y que la simpatía que generó el defensor surgió a partir de su emocionante capacidad para que todo lo que se habló antes de Brasil 2014 le chupara soberanamente un huevo.
Además, Van Gaal parece decidido a usar un esquema de tres defensores. En ese dibujo, Rojo aparece más como una opción de zaguero que como un volante externo. Tengan en cuenta que el argentino mide casi un metro noventa. Y si su tamaño lo hace parecer un poco torpe cuando sale disparado al ataque en su rol de lateral, es una virtud que lo acompaña en un fútbol como el inglés: tiene buena talla y sabe cómo usarla. Se hace firme en el juego aéreo y nada lo intimida demasiado. No tiene el pie de un lateral de oficio, pero maneja la pelota más que aceptablemente para un central.
Y una cosa más, quizá decisiva. El United no se caracteriza por tener ídolos particularmente habilidosos de media cancha para atrás. Piensen que Alex Ferguson dejó ir a Piqué, pero se quedó con los dos carniceros que ya nombramos y que acaban de dejar el club. También los invito a considerar que Heinze -central zurdo reconvertido a lateral, discutido en la Selección, que jugó Mundiales… ¿les suena?- tuvo un dignísimo paso por el club que lo terminó catapultando al Real Madrid. Le fue, por decir algo, mejor que a Verón. Quizá Marquitos logre que le vaya como a Tevez. Y puede sorprender, pero ahí se acaba la lista de argentinos que pasaron por Old Trafford.
Todo esto para no entrar en la historia, porque si me pongo a habler de Denis Irwin y Gary Pallister voy a hacer llorar a un par. Es que me estaría en el comienzo de la historia grande de un club que, aunque se agigantó desde la figura elegante de Giggs y Cantona, empezó a cimentar su identidad a partir de defensores con barrio, con garra, con entrega, con tezón, con huevo.
Bienvenido, Marcos, a los Diablos Rojos.