Ahora escucho por todas partes que fue el mejor partido de la Selección en el Mundial, que contra Bélgica se logró el equilibrio, que llegamos a ser un equipo. Incluso Sabella lo destacó en su conferencia de prensa. También escucho que Messi jugó a lo Diego: poniéndose el equipo al hombro, y trabando en ataque, y puteándose con el técnico del rival.

Sin embargo, no estoy seguro. Sé que ganamos bien. Eso lo sé. Que merecimos pasar. Que no hubo sufrimiento como otras veces. No estoy seguro de que se haya jugado tan bien como nos dicen los jugadores y el cuerpo técnico. Y creo que Messi es Messi, y no Maradona, con todo lo bueno y lo malo que eso implica, pero no parece suficiente para algunos aunque nos lleve a semifinales de un Mundial. Tampoco sé si eso realmente importa.

Lo único que me queda claro de ese duelo de cuartos de final es que festejamos cuando se acabó. Y festejamos mucho. Desmesuradamente, festejamos. Fuera de órbita. Por todo lo que venía atrás, por todo lo que cargaban esos 24 años, por el doping del diez, por el golazo de Bergkamp, por el tiro libre de Svensson, por el papelito de Lehman, por el 0-4 contra Alemania.

Teníamos tanta angustia contenida que no nos importó nada más. “Argentina jugó como Estudiantes”, escucho. Y es posible, sí, que el DT se llevara un par de páginas de su exitoso paso por el club, y que escuchara a Camino y Gugnali o incluso a Bilardo. En todo caso, nos afanamos lo mejor de Estudiantes: orden defensivo, oficio, capacidad de defender sin la pelota, pero sin ansiedad, ni nervio. Con buen repliegue y salida de contra en velocidad. Sin pinchazos, sin bidón.

En todo caso, también, hay que reconocerle al DT el coraje para meter mano en un equipo que había ganado sus cuatro partidos. Aunque fueran cambios evidentes, fueron para mejorar al conjunto dentro de un plan específico. Biglia, que tiene menos potencial que Gago, fue mucho más que Gago. Demichelis, que a veces se manda macanas irreparables, fue mucho más que Fernández. Después, el paralelismo táctico: Higuaín jugó de Boselli, Messi hizo de un Verón 2.0 mezclado con la Gata Fernández, con manejo y velocidad.

Lo único que me queda claro de ese duelo de cuartos de final es que festejamos cuando se acabó. Y festejamos mucho. Desmesuradamente, festejamos. Fuera de órbita. Por todo lo que venía atrás, por todo lo que cargaban esos 24 años, por el doping del diez, por el golazo de Bergkamp, por el tiro libre de Svensson, por el papelito de Lehman, por el 0-4 contra Alemania.

Dejamos que nos tocaran la pelota sin lastimarnos. Nos paramos con dos líneas de volantes bastante claras, defendimos con Basanta -bastante bien, Basanta- y Enzo Pérez -muy bien Enzo Pérez, más útil en el partido que se había planteado que Di María- para anular a una parva de apellidos que resultaron una banda de frescos: Hazard, Fellaini, Mertens, el que quieran. Ganamos.

Generamos algunas chances claras, cuidamos bien el arco. Nos cagaron a patadas, una costumbre mundialista, a esta altura, no sólo en los partidos de Argentina. Manejamos el ritmo de un partido lento, lento, lento y más lento a conveniencia. Ganamos.

¿Mostramos gran fútbol? Para mí, no. Pero tampoco encuentro a un seleccionado que lo logre en este campeonato. Ni siquiera Alemania, que anda buscando definiciones en su once titular. Igual eso no le interesa a nadie, según parece. Interesa ganar, avanzar, romper la línea del tabú, mostrarles a los chicos que podemos ser campeones.

Y teníamos que festejar. Sin nacionalismos, porque queremos a Mascherano así como es y porque empezamos a ver un poquito la locura de Sabella. Nos sacamos esa angustia que teníamos adentro. La teníamos adentro desde antes de esa conferencia uruguaya del Diego, desde antes de Toti Pasman. La teníamos recontra adentro porque nos faltaba que nos pasara algo como lo que nos pasó. Un alivio que nos dejara festejar.

Habrá que ver si superar esa barrera nos quita un peso de encima. Puede ser que Sabella repita su esquema, confiado en lo que funcionó. Quizá los futbolistas se sueltan y empiezan a entregar actuaciones más cercanas a su pico individual, como pasó con Higuaín en cuartos. Quizá -esperemos que no- sienten que ya cumplieron su cometido.

Porque, seamos sinceros, ya lo cumplieron: lograron el mejor Mundial para Argentina en las últimas dos décadas. Ya armaron un gran torneo.

Y lograron un festejo que encierra una novedad para una generación entera que no sabía de qué se trataba esta cuestión: vamos a jugar las semifinales. Una generación que incluye a estos jugadores y a una buena porción de gente que pide volver a ser campeón “como en el ’86″ sin haber visto en vivo a la versión original.