La nueva frustración de Argentina en una final desembocó, presuntamente, en la renuncia masiva de varios jugadores a la Selección Nacional.
Lionel Messi fue el primero en arrojar la piedra tras el empate y la derrota por penales ante Chile en la final de la Copa América: “La Selección se acabó para mí”, dijo. Luego aparecieron otros jugadores: Mascherano, Higuain, Lavezzi, Di María, Biglia y uno que otro nombre que anda dando vueltas por ahí.
En primer lugar hay que decir que este tipo de decisiones jamás de toman en caliente. Lo mejor, ante semejante golpazo, es tomarse un tiempo, pensar, evaluar los pro y los contra y recién después entregar una sentencia al respecto.
En segundo lugar, el único jugador que tiene derecho a decir que se retira de la Selección es Messi. Porque siempre será convocado. Se lo ganó por derecho propio, por ser el mejor jugador del mundo y porque un penal errado en la definición no puede cambiar todo lo que le entregó al equipo durante los últimos 15 años.
Lo que opine el resto (Mascherano, Higuain, Lavezzi, Di María o Biglia o cualquier otro de los 22 jugadores del plantel) es absolutamente irrelevante. Porque nadie puede renunciar a lo que no tiene garantizado. Porque ninguno, ni ellos mismos, son capaces de certificar que podrían ser convocados en la próxima lista. No tienen un lugar ganado, tanto por la prestación que han dado en la última década como por el futuro cercano. Muchos de ellos han tenido momentos buenos, regulares y malos. Es decir, son jugadores normales. No son fuera de serie. Por lo tanto sus potenciales renuncias son expresiones que no tienen ningún peso real, presente o futuro. De última, para hacerlo, deberían esperar a la próxima convocatoria. Y si efectivamente los llaman, que ahí decidan qué es lo que quieren hacer.
Pero volviendo a lo importante: ¿se hará efectiva la renuncia de Messi a la Selección? Uno tiende a pensar que cuando se aquieten las aguas, que cuando el pibe se siente a conversar con su familia, que cuando pase el tiempo, el dolor por esta nueva frustración se irá diluyendo. No nos imaginamos un futuro cercano de la Selección sin Messi por una sencilla razón: los mejores del mundo, los deportistas de elite, son aquellos capaces de levantarse ante la adversidad, de reinventarse. Y Messi es capaz de hacerlo, tanto por su capacidad como por su personalidad.
El dolor, la derrota, la tristeza, forma parte de la vida, de lo que atravesamos cada día. Es el yin y el yan. La felicidad no sería tal si no existieran los malos momentos. Nadie le garantiza a Messi un futuro de éxitos y vueltas olímpicas en la Selección, pero ¿quién más que él mismo le puede quitar la posibilidad de seguir intentándolo?
Ganar o perder, mal que les pese a algunos, no lo es todo. Muchos están empeñados en que nos encerremos en esa falsa opción. Sólo sirven los que ganan, nos dicen. El segundo es el mejor de los perdedores, agregan. Y así debemos escuchar esa puta letanía que nos pone en una trampa sin salida. ¿Quién en su vida personal o profesional puede decir que ganó siempre? Es más, los primeros que reclaman el éxito permanente son aquellos que conviven sus frustraciones diarias y depositan en el otro la oportunidad de sentirse vencedores en algo, aunque más no fuera un triunfo ajeno.
Para este tipo de gente, para estos frustrados permanentes, no sirve haber jugado tres finales seguidas en tres años, no sirve ser el primero en el ránking de la FIFA, no sirve el esfuerzo de los jugadores, no sirve competir con armas legítimas, no sirve ser premiados con el trofeo al juego limpio… Todo es una mierda porque perdimos la final. ¿Y qué? Puede pasar. Cuando se compite la derrota es una posibilidad. ¿Por qué nos merecemos ser campeones más que Chile? ¿Quién lo dice?
Por supuesto que a quien firma estas líneas le hubiera gustado ganar la final. Como tantos argentinos sufrió durante el partido, miró la cara de tristeza de sus hijos con la derrota consumada y la bronca fue parte de todo el proceso inmediato post partido. Pero quien escribe estas líneas también entiende, diez minutos después de haber perdido, que este tipo de cosas pueden ocurrir. Que la gloria deportiva es efímera y que el éxito es maravilloso pero lo que realmente fortalecen son las derrotas, los sinsabores, el desafío de levantarse cuando todo parece perdido. Puede sonar a una boludez decirlo en este momento, pero lo que no mata, fortalece. Y en esto, los argentinos, somos especialistas. No hay más que mirar los últimos 50 años de nuestra historia para entenderlo de una vez por todas.