Cuando se fue Independiente no dudamos ni un segundo sobre lo que iba a suceder un año después. Y por eso, jugando con las placas rojas de Crónica TV al anunciar los días que faltan para que comience el verano, el invierno o el Mundial, hicimos una tapa que mostraba a Bochini observando la pantalla de la tele que marcaba los días que había que esperar para la vuelta.

Nobleza obliga, no pensamos que le iba a costar tanto el retorno. Pero el problema fue el propio Independiente, que se boicoteó a sí mismo. Ni hablemos de la rápida salida de Brindisi, porque había tiempo suficiente para torcer ese arranque flojo. Sin embargo, quedó claro que siempre fallaron las famosas tres patas para que las cosas funcionaran más o menos bien. En un momento, el plantel dudaba de la dirigencia, todavía conducida por Javier Cantero; la dirigencia dudaba del entrenador y los hinchas dudaban de todos.

Encima, enseguida se dispararon Banfield y Defensa y Justicia. Cover un puñado de partidos de estos dos equipos, no era difícil pronosticar que ambos terminarían ascendiendo. Porque sabían a qué jugaban y, sobre todo, porque vivían en paz. Al revés que Independiente. Entonces, de pronto, ya no había tres lugares para ascender sino sólo uno. 

De FelippeEs decir, Independiente vivió el torneo con una presión permanente. Por los resultados de los demás y porque, como si no tuviera suficiente, se autoflagelaba. Hubo un partido que parecía que podía ser, por fin, el del despegue. El 2 a 1 a Brown de Adrogué tras el receso. Aquel día debutó  Insúa y el mundillo futbolero estuvo de acuerdo: el Pocho sobraba la categoría. Muy poco duró esa sensación. A partir de ahí, Independiente acumuló ocho partidos sin ganar (cuatro empates y cuatro derrotas). En el medio, Omar De Felippe, el único tipo que parecía tener las cosas más o menos claras dentro del caos general, también empezó a dudar. Montenegro, Pisano, Insúa y Parra dejaron de ser los cuatro fantásticos (el apuro de cierto periodismo) y las formaciones empezaron a variar: el técnico, que buscaba soluciones, sólo encontraba más problemas.

Problema en serio, además del bardo institucional que acabó con la salida de Cantero, fue el de la gente. Con el equipo en plena crisis, en vez de levantarlo con aliento, el hincha optó por putear a los jugadores apenas recibían un gol. Triple carga para los futbolistas: no había dirigencia, quedaba un solo lugar para el ascenso y el tercer puesto empezó a peligrar porque un montón de equipos se le vinieron al humo y la gente los mandaba a la concha de su madre a los 15 minutos de empezar cada partido.

Por más bueno que sea un jugador, con ese cóctel, probablemente, deje de serlo. Se nubla el cerebro y no hay ideas que bajen al cuerpo. Así jugó Independiente casi toda la segunda rueda, sumido en la angustia. Pero el cuerpo técnico y los jugadores terminaron haciéndose fuertes. Ellos solos. Y sacaron adelante lo que en un principio parecía una obviedad pero en cierto momento fue una misión en la que no creyó casi nadie.

Hoy , con los corazones más tranquilos, se le podrá echar la culpa a Cantero por el desorden, se podrá hablar de fallos a favor que ayudaron, se podrá discutir el nivel de algunos jugadores y endiosar a otros, se podrán muchas cosas. Hoy lo único que importa es que Independiente volvió.  Y esa vuelta estuvo tan llena de tropiezos que Independiente estuvo a punto de no llegar a destino. ¡Cómo no van a festejar!