El olvido es tan largo y el amor tan corto, rezongaba el poeta chileno Neftalí Reyes en una de sus obras más melancólicas. Y lo que sirve para los amantes en retirada –los amantes que ya no se aman–, también vale para los hinchas de fútbol.

En este caso, los de Boca. La gratitud por el pasado esplendor alcanzado gracias a Bianchi hace una década y más (digamos, la luna de miel en Miami), no obstruye la clara conciencia del fracaso presente, la necesidad de pasar a otra etapa (taza-taza, cada uno a su casa; y ella, para variar, se queda con los hijos).

Newly appointed Boca Juniors' soccer team coach Bianchi enters the pitch after signing a contract for three seasons in Buenos AiresLa memoria del hincha (y de cualquiera) sirve para enfocar la actualidad, no para negarla. No había un solo argumento que justificara la continuidad de Carlos Bianchi. Se equivocó en la elección de refuerzos, no promovió juveniles, no valorizó al plantel, ni siquiera perfiló un boceto de equipo en el que pueda apoyarse su sucesor.

El respeto por la fecha de expiración del acuerdo firmado me parece un formalismo hipócrita en las condiciones en que se desarrolla el fútbol (o cualquier actividad rendida ante la tiranía del rendimiento y los resultados). El ahora ex DT de Boca no dio el mínimo indicio de que la debacle podía revertirse. Sólo su deseo. Difícil de creer, por otra parte, en un cambio de rumbo cuando el que debe pilotearlo no parece dispuesto a la introspección crítica. Es decir, no admite que todo va mal.

Otro cantar son las formas. ¿Fue atolondrado Angelici? ¿Se dejó manejar por su padrino político Mauricio Macri? ¿Le faltó el respeto a Bianchi, a quien había ido a buscar como a un gurú? Todo esto tal vez sea así. Pero no modifica la necesidad de una transformación. Un desvío en la historia que, como reconocen todos, no altera el tributo permanente del público de Boca por aquella etapa gloriosa, cima futbolística del club, que tuvo como gran conductor a Carlos Bianchi.