¿Qué es eso de ganar con la cabeza? Si se ganara así, Eduardo Duhalde sería presidente de la Nación vitalicio y sin embargo ha tenido que consolarse con el triste oficio de golpista.
Definitivamente, la psicología está sobrevalorada en el deporte (lo contrario sucede en ámbitos académicos) y la fortaleza mental se utiliza a menudo para justificar resultados difíciles de explicar con las herramientas de la crítica.
Me hace acordar al diagnóstico de estrés que barajan los médicos cuando no pueden dar cuenta de algún dolor que se escapa del vademécum.
Si fuera por superioridad mental (confianza, autoestima), cualquiera de los arrogantes que colman nuestra vida cotidiana sería un perfecto campeón, suelo argumentar ante los fundamentalistas de la psicología.
Me contestan, con suma amabilidad, que la ventaja psíquica obra sólo en caso de que las aptitudes técnicas sean parejas. Y que ese tipo de situaciones es más visible en los deportes individuales como el tenis.
El tenis es un deporte muy raro. Discurre en el silencio, como la meditación budista. Bien podrían pretender, en ese ambiente excéntrico, que, en lugar del célebre triunfo moral, se consagrara el triunfo mental. Como el ajedrez, el tenis es presentado como un juego de cerebros, casi de telequinesis.
Me parece que hay algo o mucho de superstición en esas afirmaciones. Cuando se miden dos talentos semejantes y el marcador es muy cerrado, la paridad se rompe por infinidad de causas, muchas de ellas inasibles. Un rapto de genialidad, un mal pique, una carambola, la fatalidad. En fin, dentro y fuera de la cancha existen los misterios. Esto no quiere decir que no haya una razón técnica para la mayoría de las acciones. Un revés perfecto sobre el polvo de ladrillo o un tiro libre en el ángulo sobre el verde césped futbolero son recursos de un cuerpo educado en la precisión. No el derivado de una terapia para campeones.
Otra cosa es reconocer que hay equipos o deportistas que, de acuerdo a la coyuntura, se encuentran más o menos entusiasmados. Boca, por ejemplo, acaba de vivir una rotunda decepción. Para colmo, de una manera ridícula, por responsabilidades ajenas al rendimiento del equipo, lo cual multiplica la sensación de frustración. En la otra vereda, vemos un equipo como River, exultante por él éxito reciente en Brasil. Y así como la plata llama a la plata, los infortunios y las bendiciones tienden a formar series. A prolongarse por inercia.
Tales estados de ánimo son fácilmente comprensibles. Y nadie osaría negar su influencia en las campañas deportivas. Pero para eso no necesitamos la psicología. No estamos hablando de estructuras metales, sino de consecuencias previsibles luego de una gran alegría o un gran pesar. Avatares que inciden en el juego, pero que no explican per se los resultados. Por ejemplo: el domingo, en medio del desconcierto de Boca (su depresión pos eliminación de la Copa), el arquero de Vélez, Aguerre, le tapó un cañonazo a Osvaldo merced a dosis idénticas de agilidad y culo. Estaban cero a cero. El curso anímico del partido podría haber virado en ese trance. Pero salió ceca: ganó Aguerre y perdió Osvaldo. ¿Algo que ver con la prevalencia mental de alguno de los dos?
No tendría que apelarse a la psicología para refrendar lo evidente. Si un deportista o equipo de deportistas pierde una seguidilla de puntos es cantado que se mellarán sus convicciones. Que, por lo menos, pasará por un período de desconfianza en sus propios pasos. Y, si la superioridad ajena persiste, se sentirá disminuido o perdido. Si alguien juega mal, sobrevendrá el fastidio. No se trata de complejos recovecos de la cabeza (de una cabeza derrotada por el eventual contendiente), sino de reacciones humanas bastante simples e inevitables.
Creo que la psicología sí tiene mucho que aportar, en cambio, cuando las conductas de los protagonistas se alejan de los vaivenes habituales del deporte. Por caso, si un futbolista abofetea a un compañero que acaba de meter un gol es imperiosa la mirada profesional, la indagación de las motivaciones profundas y de la historia familiar y social del sujeto en cuestión. Quizá no se detecte una psiquis superior o inferior al promedio –utopía irrisoria–, pero sí algún sufrimiento digno de ser atendido y aliviado.