Llega el Mundial, llegan los octavos, llega la paridad, llega algún empate en el que hubo más mérito de algún equipo y se escucha inevitablemente: “la lotería de los penales”.
Bueno, listo. Cerrá todo y agarrá al perro que nos vamos. Ciento cincuenta años jugando al fútbol de manera más o menos organizada, ochenta y cuatro armando esta boludez de la Copa del Mundo para que un lugar común eche por tierra el mérito de una definición.
Basta con eso, por favor. Muchachos, he aquí una obviedad, más que una noticia: los penales no son una lotería. No tienen un componente de azar como el que nos quieren hacer creer. Quizá por eso Alemania cuenta con un récord perfecto cada vez que tiene que juzgar una serie mundialista de eliminación por esa vía. Quizá por eso Brasil perdió apenas una vez. Incluso agregaría que probablemente por eso Argentina ostenta un récord positivo en ese apartado. O que España cayó en tres de las cuatro veces que se vio ante esa situación, incluída su derrota contra Rusia.
Y, para rematarla, ahí queda lo que hizo Van Gaal en el último minuto del tiempo suplementario en Brasil 2014. El técnico holandés puso al arquero suplente sólo para la tanda de penales. El tipo no sólo atajó dos sino que acertó el lugar al que patearon los otros tres futbolistas de Costa Rica e hizo ganar a su equipo.
Para ser justos, creo que entiendo a dónde apuntan los que hablan de la suerte. Me parece, más bien, que hacen un reclamo en base a la falta de justicia, a que un partido de fútbol termina consagrando a un vencedor por una serie que no es exactamente fútbol. Es algo parecido, pero no fútbol: es un aspecto del fútbol. Un aspecto individual en un juego colectivo, como bien señaló Latorre alguna vez.
Aun así, es evidente que allí está en juego una habilidad. Puede que no sea la habilidad que más les guste, pero tienen que admitir que hay más componentes involucrados que el mero azar. Patear un penal no es lo mismo que tirar un dado.
Vayamos por partes. Primero, el físico. Para patear un penal, hay que haber aguantado 120 minutos en cancha. De la manera que sea, parado acaso. Pero hay que estar. Si te acalambraste antes y te tuvieron que cambiar, no podés patear. Si te pegaron una patada en el pecho, una mordida, una trompada que te bajó dos dientes y te fuiste al banco, no podés patear. Entonces: patean los cansados. Es inevitable. Nadie que haya corrido o trotado o hecho sombra en un encuentro de -como mínimo- octavos de final de un Mundial puede evitar el cansancio.
Agreguemos a esto un factor: si me termino de desgastar a fondo en el tiempo suplementario, me quedo sin energía para patear un penal. Fina línea, ésa, de tener que estar entero para definir y correr para ganarlo antes, o para no perderlo. El cuerpo tiene un límite, pero hay que saber encontrarlo sin dar ventajas.
E incluso si llego agotado, entra en juego la respuesta del físico al agotamiento. ¿Cómo puedo hacer que los músculos respondan una vez más? ¿Cómo puedo encontrar precisión a pesar de mis piernas, y no gracias a ellas?
Cada rodeo que se puede dar para resolver este dilema está íntimamente ligado a una cuestión que excede a la suerte. El técnico, por ejemplo, tiene que conformar la lista de pateadores con cierta pericia. Teniendo en cuenta no solo la habilidad del jugador, sino también sus posibilidades al momento de patear, donde habría que incluir el miedo o su falta, la presión o la inconsciencia de un jugador.
Dicen los futbolistas que aquel que mira para abajo en el momento de designar a los pateadores no puede ser parte de la definición. Y que el que pide estar en la lista debe formar parte. Es cierto que es un dato valioso, pero también es bastante riesgoso dejar que un pateador se auto designe. Es casi como dejar en cancha a un lesionado que quiere jugar igual. Seguramente hará lo mejor, pero muchas veces la autoevaluación puede ser bastante errónea. Esto depende del futbolista, pero así, sin pensar demasiado, se me ocurren un par de penales que pateó muy mal Sergio Ramos para Real Madrid.
Mi viejo, más mundano, dice: que patee el arquero, que está siempre fresco. Puede ser, aunque habría que decir que es una salida más audaz que pensante. Además le tiramos un fardo extra a un muchacho que suele tener bastante sobre sus hombros a esa altura…
Es evidente que allí está en juego una habilidad. Puede que no sea la habilidad que más les guste, pero aún así tienen que admitir que hay más componentes involucrados que el mero azar. Patear un penal no es lo mismo que tirar un dado.
La cabeza, por supuesto, es tan fundamental como las piernas. No solo porque en muchas ocasiones la responsabilidad de encarar una definición suple cualquier cansancio (podría tomarse como ejemplo el caso de Neymar contra Chile, para ilustrar este punto, en Brasil 2014), también porque el marco es absolutamente intimidatorio. O lo que le pasó a Modric contra Dinamarca, que erró el penal en tiempo suplementario pero se recontraconcentró para meter el suyo en la definición.
Piensen en los nervios que tienen ustedes mismos, que tenemos todos, cuando se patean penales en un partido cualquiera. Incluso si no está en juego la supervivencia de nuestro equipo, nos paramos, sudamos, puteamos al arquero porque se tiró en todas hacia la izquierda.
Trasladen ese temblor emocional al estadio. Ahora agréguenle el componente extra de la responsabilidad. Ahora piensen en patear una pelota, que puede ir adentro o afuera, frente a un arquero que inevitablemente es de primer nivel mundial.
De repente admiro un poco más a Abreu cuando la picaba. Y si eso era azar, yo no entiendo más nada. Porque hay que tenerse confianza pero también hay que saber manejar la presión. Y hay que ponerse del lado del arquero, que parece no tener nada que perder, pero que se queda tan afuera como cualquiera si no logra mechar una mano en esos goles que, en definitiva, le hacen a él.
Además hay un factor que no es para nada soslayable: hay gente que le pega lisa y llanamente mejor a la pelota que otra gente. Esto aplica de manera particular cuando se trata de colocarla o fusilar al uno desde los once metros. Y si bien es cierto que no es lo mismo patear en una práctica que en un partido, digamos que contar con una habilidad prexistente es un buen punto de partida para enfrentar el asunto.
Por eso, muchachos, hagámosla corta. Lotería las pelotas. Puede que no se mida la calidad de toque, posesión e hilván de jugadas de ataque, la posibilidad de defender ordenado en línea. Pero algo ahí está en juego deportivamente. Algo ahí se evalúa, en relación con el pulso y la ejecución. Y es emocionante. Por eso lo queremos tanto.
Ya que estamos: a la hora de defender el formato mundialista también me arrogo el derecho de bancar el alargue. Porque es una búsqueda desesperada, pero una búsqueda al fin. Si los partidos se desordenan y muchas veces se desnaturalizan en ese período es porque así lo quieren los que inventaron las reglas.
Es como dice el colega y amigo Mariano Mancuso: el alargue es el fútbol en estado de fatiga. Pasan cosas raras, como que haya jugadores elongando en el piso mientras se comen una barrita de cereal . Y cosas todavía más raras. Pero esa deformación es una búsqueda ligada sobre todo al entretenimiento. Al partido roto. Al restito que queda en el tanque vacío.
No es un error. Y si lo es, tenemos que aceptar que es un error buscado.
Así que cuando un relator o un comentarista empiece a despotricar contra los sistemas de definición, y aduzca que los futbolistas se preparan para jugar 90 minutos, y no 120, ustedes acuérdense de nosotros. Andaremos por acá, entendiendo al nueve que se cuida las piernas para patear el penal de la serie, y esperando que en cualquier momento uno agregue en la transmisión que se viene la lotería.