En un momento de mi vida pensé que tenía que cancelar a Maradona. En mi manual de la feminista perfecta no entraba, no había páginas para él. Un machirulo completo. Fin.
Cuando lo pensás, encontrás un antecedente: durante mucho tiempo lo que tuvimos cancelado fue el fútbol directamente. Sólo lo mirábamos de lejos, no podíamos jugar y en la tele siempre eran varones. Recuerdo con gran emoción cuando me llegó por mail una invitación de unas compañeras de la facultad para salir a jugar fútbol 5, haciendo arder las ganas contenidas de también poder gritar un gol. Fue la primera vez que pisaba una cancha de esas, ya tenía 25 años. (Gracias por tanto, las amo).
Sucede que cualquier persona que sienta inquietud por los fenómenos populares no puede menos que volver a recuperar a Maradona a cada instante. Un pibe humilde, un negro, un villero, que salió de ahí para significar alegría para un pueblo entero, para ser el nombre de muchos documentos, para ser camiseta, tatuaje y canción. Para ser el amigo de Hugo y de Fidel, celebrar a Cristina y la unión latinoamericana, y repudiar las políticas de hambre y destrucción de Macri.
Es indefendible su ejercicio de la violencia y que no reconoció a sus hijos durante mucho tiempo. También seguimos yendo a ver las películas de Darín y no queda muy claro si es mucho menos machirulo que Maradona. El desprecio por su clase no nos puede resultar indiferente, la cuestión de lograr lo imposible, tampoco.
No sé si el feminismo tiene que querer a Maradona afuera del fútbol. Por ahí sí lo que tiene para hacer el feminismo es cuestionar por qué los varones se han apropiado silenciosamente de todo, por qué conocimos primero la versión masculina de casi todas las cosas, por qué el fútbol ha sido un espacio donde se han permitido realizar su despliegue simbólico peneano para sobarse entre todos mientras lo constituyeron como uno de los closets más herméticos del mundo. Por qué tener un ídolo implicó para ellos bancarle todo.
Descarto de entrada analizar a Gimnasia desde lo razonable, si buscáramos racionalidad nos dedicaríamos a otra cosa. Y ya me declaro antifútbol antes de que me lo digan porque en el fondo no sé si me interesan tanto los resultados.
Ser del lobo es una fiesta popular, de los componentes de mi herencia familiar es prácticamente lo único que reivindico orgullosa.
Maradona, el impresentable con el que pifiamos a nuestro reglamento feminista, vino a dirigir al club más hermoso del mundo. Esta fiesta no me la pierdo. Un poco me hice feminista para que enfiestarnos también sea lo nuestro, para que nuestras contradicciones nos hagan crecer y para pensar que lo imposible, en algún momento y con mucho aliento, pueda suceder.