Por momentos tengo un profundo sentimiento de envidia hacia esas personas a las que les resbala soberanamente todo lo que pasa alrededor de la Selección.

No hablo de aquellos a quienes no les gusta el fútbol. No, más bien al contrario. Creo que ellos me envidian a mí, en esta época de Mundial: día tras día un partido, un comentario tras otro y la acción de las canchas llenándome de la alegría más básica, la que da mirar el juego.

messsiMe refiero, en cambio, a aquellos que son tan fanáticos como yo pero viven el fútbol como si empezara y terminara en los 90 minutos, una manera sana y preciosa, inocente y algo infantil de encarar el deporte. Como espectador definitivo: contemplando el juego, haciendo alguna observación táctica. Muchas veces lo hacen sin ser parciales, con una objetividad que le daría envidia al juez más imparcial. Casi siempre quieren que gane el que juega mejor, aunque más de una vez los he visto inclinarse por el más débil, en un favoritismo sanguíneo inexplicado desde su lógica.

Ellos disfrutan de la Copa del Mundo de otra manera. Más genuina, creo. Más descontaminada. Sobre todo: sin dramas. Pero también sin la basura que rodea a Argentina. No gastan su tiempo en escuchar los quilombos internos, las tramas secretas ni los audios de whatsapp. Mucho menos lo gastan en explicar todas esas teorías conspiratorias con fecha de vencimiento, cambiantes día a día. Ni Recondo, ni Ruggeri, ni Diego Díaz. Ni Burruchaga. Ni siquiera Angelici. Nada.

Me encantaría que me pasara algo parecido. Me encantaría, realmente, que no me importara todo el puterío. Que tuviera la convicción profunda de que adentro de la cancha eso no juega. Sin embargo, me veo arrastrado por la agenda mediática y los temas que se imponen. Una y otra vez. Incluso cuando creo que estoy a salvo, mientras Bélgica le gana 3-1 a Túnez, llegan los mensajes al teléfono: son mis amigos, entretejiendo necedades. ¿Y qué puedo hacer? ¿Borrarme? ¿Desaparecer de mis grupos de pertenencia? No. Lo que podría hacer es ignorar. Hacer caso omiso, oídos sordos. Pero no me sale. Juro que intento, y no me sale.

Entonces todo lo leo con el tamiz de una información que no tengo certezas de que sea verdadera. Me dicen que hay línea de cuatro y pienso: “Ah, porque quería Messi”. Me dicen que hay línea de tres y reflexiono: “Ah, ganó Sampaoli”. Me dicen que juega Mascherano y pienso: “El club de amigos”. Me dicen que vuelve Di María y pienso: “Los jugadores arman el equipo”, y enseguida agrego: “¿Pero los jugadores no saben nada de fútbol? ¿No lo ven mal a Di María?”. Y Messi juega mal y llego al extremo de imbecilidad de plantearme si jugó mal a propósito: “Le hicieron la cama al DT”.

Y ya ni siquiera importa lo que piense -me debo esa autocrítica- porque está atravesado por un pensamiento que no es el mío. Todo este contexto infame me quitó -nos quitó- la posibilidad de disfrutar de los partidos de Argentina como si fueran lo que son: partidos de fútbol. En cada pelota parece jugarse una movida política, dentro de la cabeza exagerada y bombardeada de cada hincha y espectador. Tiro libre a la barrera y es por los teléfonos intervenidos.

1521841820_964655_1521841873_noticia_normalPara colmo, quizá sea por los teléfonos intervenidos, o por el rumor de los teléfonos intervenidos (ya ni siquiera es fácil distinguir qué es cierto y qué es mentira): ¿quién puede vivir así? ¿Y jugar así? Si ustedes tienen un celular que suena como el mío, imaginen cómo estará el de Mascherano. O el de Caballero, a quien le llenaron las fotos de Instagram de amenazas de muerte y violación para su mujer y su hija. O el de Pavón: “¿Te agarraste a piñas?”. O sin ir tan lejos: el de Lo Celso, que iba a ser titular y no juega ni aunque se engripen seis mediocampistas. Deben haberlo apagado, a esta altura. Espero que lo hayan apagado.

La posibilidad de mirar a la Selección, de mirar los partidos de la Selección, nos quedó empantanada en una batata mediático-político-institucional que nos presagia solamente una derrota o una salvación imposible. Que desemboca en una crisis, sí o sí.

Para los que miramos de lejos, el disfrute se limitó al recorte de los juegos ajenos. España, Inglaterra, Brasil. Alemania, incluso. Porque los miramos todavía pensando que miramos un deporte, casi como mis amigos más sabios miran a Argentina.

Por eso los envidio profundamente.


PD: Ojo, también están los otros, los que se mueven en su salsa ahora,y disfrutan del puterío. Los que se ríen de los quilombos y replican la miseria. A esos no los envidio nada. Más bien al contrario: les deseo una eliminación lenta y dolorosa en fase de grupos de cualquiera que sea el Mundial que les importe.