Tengo que admitir que tenía mis dudas antes de empezar el partido contra Bélgica. Sabella decidió tocar dos piezas en un equipo que venía invicto desde hace tiempo y había ganado todos sus partidos del Mundial, incluyendo ese juego de octavos contra Suiza donde había jugado un segundo tiempo bastante bueno.
Sin embargo, los retoques del DT llegaron por donde se preveía que podían llegar, como para confirmar que tampoco es tan complicada esta cuestión del fútbol y que todos vemos más o menos lo mismo: que Fernández no había andado bien en los primeros encuentros y que Gago dejaba alguna deuda física que nos hacía repetir la máxima de siempre: el problema no es Gago, el problema es cuando Gago no está bien.
Y no estaba bien, mal que nos pese porque puede ser el mejor socio de Messi en ataque. Y a la hora de decidir su suplente, Sabella pudo haber echado mano a Maxi Rodríguez -que parece haberse comprado el exilio con un mal primer tiempo contra Bosnia-, a Enzo Pérez o a un Augusto Fernández que ya a esta altura parece difícil de utilizar.
Eligió bien. Muy bien, diría.
Así como acertó con Basanta -de sorprendentemente buen partido- puso a Demichelis, un jugador que por regla general no me simpatiza -suele mandarse macanas definitorias- pero que además de cumplir en su rol defensivo y de tener un papel destacado en el juego aéreo, mejoró toda la franja derecha de la defensa e incluso hizo un poco mejor a su compañero de zaga, Garay, que viene completando un gran mundial.
La mención a la franja derecha de la defensa no es casual: ahí está Zabaleta, compañero de Demichelis en el Manchester City, un hombre que conoce a otro hombre puede relevarlo mejor y ayudarlo a cubrir una espalda que muchas veces quedó descubierta para mal argentino. La presencia de Biglia desde el arranque también reforzó esa zona que había estado floja.
De alguna manera, Sabella encontró las piezas exactas para suplir una deficiencia defensiva. Confiaba en que Di María, Messi e Higuaín fueran suficientes para lastimar.
Lo fueron hasta que se acabó Di María.
Entonces el entrenador echó mano a un pibe de su confianza: Enzo Pérez, que fue el más criterioso de todos los volantes argentinos cuando le tocó entrar. De hecho creo que Pérez era más idóneo para el partido que se había armado a esa altura que Di María, eligió siempre bien y terminó de darle sentido a un equipo que con Biglia y Mascherano cubriendo una porción que no era exagerada de terreno, tenía dos carrileros para salir de contra.
La entrada de Palacio también se veía venir. Lavezzi estaba agotado y necesitaba un recambio por izquierda. ¿Podría haber sido un volante? Tal vez, pero la siguiente sustitución del DT terminó de darle sentido a su idea.
Gago solucionó en un solo tiempo la doble cuestión de que Messi estaba quedando demasiado solo arriba y demasiado alejado de los volantes. El jugador de Boca entró como un catalizador entre líneas, de pase más rápido y más vertical. Entró en lugar de Higuaín, para que Palacio pasara a ser nueve y acompañara a Lionel en ataque. Estaba visto, además, que Bélgica no atacaba por su banda derecha, la izquierda de Argentina.
¿Qué hubiera pasado si en vez de Palacio hubiera metido, digamos, a Ricky Álvarez? Posiblemente Argentina habría terminado todavía más refugiado atrás, por falta de un punta definido.
Sabella hizo lo que tenía que hacer. Fue leyendo un partido armado para el oficio argentino, lo llenó de mediocampistas y logró el cometido de que el rival no inquietara con maniobras elaboradas.
Ojalá esa buena lectura pueda seguir contra Holanda. Después de todo, su fama de hombre táctico lo llevó a estar sentado donde ahora le toca, en las semifinales de un Mundial.